Jaime Darío Oseguera Méndez El cinismo se puede convertir en una forma de vida. Se regulariza y se vuelve costumbre cuando la ética pierde su brújula. El cínico tiende a pensar que lo hace bien y hasta se justifica. Algunos hasta se sienten indispensables. La normalización del cinismo es una de las más graves amenazas de la vida civilizada. Ya no digamos de la política, donde avasalla con los valores, principios y atenta contra la naturaleza de la equidad democrática. Se suele identificar a los políticos como la expresión más acabada del cinismo, porque no les importa mentir, robar, engañar para lograr sus propósitos. Lo grave es que se ha regularizado a tal nivel, que tienden hasta a tener prestigio y a menudo obtienen sus resultados. Si el maestro de la ciencia política, el gran Maquiavelo planteó como esencia de la política instrumental que “el fin justifica los medios”, no lo hizo para diseñar un para proponer una ruta de perversidad. Lo que Maquiavelo describió fue la manera en que los individuos han actuado a lo largo del tiempo para hacerse del poder. Se trata de la descripción de la política “como es” más allá de cómo “quisiéramos que fuera”. Se salvan pocos políticos en general. Sí los hay honestos y preparados. Cada vez menos; rara avis. Como especies en peligro de extinción, pero los hay. Lo cierto es que el cinismo prevalece y se exhibe ahora como virtud. Es la tragedia de la vida moderna, cuando los medios se convierten en fines. El ejemplo lo tenemos entre los dirigentes nacionales de los partidos políticos que, sin duda son un botón de muestra de lo deteriorado que se encuentra el ámbito político en México. La evidencia brinca de inmediato: los Presidentes que se registraron ellos mismos para ser, ellos mismos, los primeros en la lista plurinominal. El extremo del cinismo. Debería considerarse hasta delito electoral. Alejandro “Alito” Moreno, Marco Cortés y Jesús Zambrano, dirigentes en turno de los tres partidos de la alianza opositora no muestran ganas de triunfo más allá de la pretendida vehemencia de su discurso. No piensan ganar: se apuntaron en el primer lugar de la lista plurinominal. Se amarraron. No van a perder, ni que fueran estúpidos. Se les acusa de cínicos no de tontos. Por lo que pueda suceder ellos ya tienen su hueso. El cinismo institucionalizado. Nadie se debe de asustar de que los partidos sean oligarquías como dijo Michels en su estudio clásico sobre las organizaciones políticas. Simplemente uno esperaría que hubiera más debate y competencia al interior de cada uno. Eso sin duda mejoraría el nivel de la discusión política. Aspiramos a una competencia de programas, de principios, no de cinismo. Jesús Zambrano es fiel a su estilo y exhibe con claridad la razón de la desaparición del PRD. Ahí no hay soldados. Todos son élite. Hay más generales que tropa. Aprendieron como Tarzán, no se sueltan de una liana antes de agarrarse de la otra, por eso no se caen. Veremos si sus simpatizantes ven con agrado ese tipo de política. Criticaron al poder desde la oposición aduciendo que “siempre eran los mismos”. Ahora son ellos, los mismos, quienes tienen las posiciones privilegiadas desde la creación del PRD. Los que quedan. Poquitos, por cierto. Lo mismo sucede con Morena. Aprendieron bien de su padre el PRD y no reniegan de su origen. Son los mismos, aderezado con el hecho de que ahora aparecen los mismos que antes estaban en el PRI y en otros partidos. En el PT y el Verde están peor. Ahí nada más hay un sólo dueño. Es un negocio personal. En el mejor de los casos familiar, bastante lucrativo, por cierto. Ahora serán las rémoras de Morena, de quien por cierto reniegan. Al menos eso es lo que se ve en la propaganda. Recibirán los votos, pero no promueven la alianza con el partido que los cobija. Les da pena. En el PAN Marco Cortés ha sido fiel a su tradición de agandallar en su favor traicionando a quienes lo han promovido. Será senador porque ya se apuntó en la primera fórmula. No importa lo que pase con su candidata, él ya amarró su posición. ¿Entonces para que hacen campaña? Lo de Alejandro Moreno es un extremo patológico. En el alarde de la campaña, esta semana, espetó al candidato de Movimiento Ciudadano la necesidad de que la oposición vaya unida con Xóchitl Gálvez. Claro que esa sería la gran solución para una eventual contienda reñida. Sólo que en su propio cinismo Movimiento Ciudadano hace el juego a Morena para dividir la oposición y actuar como esquirol de un juego en el que el partido naranja atrapará los votos de quienes no se sienten cómodos con las coaliciones. Lo cierto es que la alianza con Movimiento Ciudadano no prosperó entre otras cosas por la repulsión que causa la dirigencia de Alejandro Moreno dentro y fuera del PRI. Al menos ese fue el pretexto de los mercenarios. Mas aún, Alito Moreno, apasionado de la desvergüenza y la frivolidad política, dijo a Jorge Álvarez Maynez que si se sumaba a la campaña de Xóchitl Gálvez él renunciaría a su puesto como presidente nacional del PRI y ya en la calentura, hasta dijo que renunciaría a su candidatura como senador. Cinicazo. Alito Moreno en primer lugar debió haber dejado la dirigencia nacional del PRI desde el año pasado al haberse cumplido el período estatutario para el que fue electo. Manipuló las instancias internas y seguramente pidió favores externos para seguir al frente e incidir en los procesos de selección de candidatos, entre los que se encuentra su propia candidatura al Senado. Debería renunciar a ambas. Nunca debió haber llegado a ese extremo de apoderarse mafiosamente del PRI. Quienes seguimos militando en el PRI, que ya somos pocos, no compartimos las decisiones de esa pandilla de estafadores, emblema total del cinismo político. Serán responsables de la estrepitosa caída del tricolor en las votaciones con el riesgo, hasta hace poco inimaginado, de que en algunos estados se encuentre a punto de perder el registro. Ya nos tocará reconstruirlo y arrebatarlo de los gigantes del cinismo.