Yunuén V. Gómez Raya colaboradora de La Voz de Michoacán Los encargos no cumplidos de una madre moribunda, las historias que los adultos cuentan/contaban a los niños para entretenerlos, el no saber decir “no” (porque nos enseñaron a ser complacientes con los otros), el abuso infantil, el abuso sexual y los nombres que aún no me atrevo a decir, a enfrentar. La pandemia por COVID-19 y sus estragos, el deseo intempestivo de huir de algún lugar, las decepciones amorosas y amistosas, la religión y sus actos moralinos, las deleznables relaciones familiares que “debemos” mantener, las ganas infinitas de borrar de la memoria todo aquello que nos lastima. Todos son temas/puentes que he cruzado en algún momento de la vida. Y estoy segura que no soy ni seré la única. Porque somos mujeres, porque fuimos paridas por una mujer que a su vez fue parida por nuestra abuela. María Alanís Corral narra los pasados (que no dejan de ser presentes) de sus ancestras a través de la voz propia y de la voz de todas ellas, de las personajes que habitan cada historia, que la sufren, que la viven, que la traspolan en su sobrina, hija, prima, nieta, amiga para que, con su don de escritora, hable de lo que se mantiene oculto en el fondo del ropero, en el veliz empolvado, bajo las sábanas viejas y raídas. El veliz que nadie se atreve a tirar, pero menos a abrir, porque ¿a quién le gusta hablar de la sombra que habita en todo lo que es humano? La ficción y la realidad que se mezclan en cada uno de sus nueve cuentos se vuelven una verdad que exhala lenta y prolongadamente después de haber esperado durante mucho tiempo para ser liberada del silencio que la ataba. Veo a María entrevistando a las mujeres que están en su vida. Con el oído atento y la sensibilidad abierta. Sonriendo con las ocurrencias de los relatos. Sufriendo ante las penas. Dentro de la narración de Alanís, nos encontramos, además, con reflexiones profundas y sencillas como la que se hace la hermana gemela de Jordy ante la culpa que la atormenta: “¿Qué se puede hacer cuando el arrepentimiento ya no sirve de nada?” O Paola, quien finalmente logra escapar de su novio y una vez a salvo en un taxi [ve] “paredes grafiteadas que afortunadamente hoy no llevan escrito [su] nombre y ojalá que nunca lo lleven”. Se nos presentan también las herramientas que emplean las protagonistas para escapar a ratos del cotidiano dolor que habitan, como la pequeña Nina que con mucha seguridad le dice a su amiga: “Cuando mis papás gritan, me escondo aquí o adentro del clóset y me pongo a jugar con los monstruos amigos”. Y la escritura, que usa la narradora de “Silencios incómodos” al decir: “Eso que crea escozor al pronunciarlo se convierte en catarsis […] en el mundo de lo escrito”. Es así que la opera prima de Alanís Corral llega para permanecer no solo en la estantería; sino también en el espacio que generó el movimiento interno causado por sus textos. “Ojalá pudiéramos elegir qué guardar en la memoria, como cuando se escombra un cuarto. Sacudir el polvo que hace daño. Elegir qué es basura y qué se queda”. Pero no es así. Habrá puentes que tendremos que cruzar a pesar del dolor y de la angustia. Puentes que andaremos a paso lento e inseguro, con náuseas y con la vista borrosa, con el cuerpo trémulo y el alma contrariada; porque si de algo estamos seguras, es de que cruzarlos, es la única manera de avanzar. A través de su prosa, María nos invita a que hagamos de nuestro miedo un aliado, a que lo tomemos de la mano para que, confiadas y fuertes, podamos decir: A mí no me da miedo el puente. Yunuén V. Gómez Raya es maestra en Diseño Curricular. Imparte talleres de escritura para adolescentes y jóvenes. Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas. Cree fielmente en la escritura, por ser la deidad que más veces la ha salvado.