Festival de Cannes, los Mendigos de invitaciones

Celebridades, prensa, productores y cinéfilos se reúnen en la costa francesa cada año para vivir durante una semana una fiesta de glamour y farándula

Foto: Redes

Ángel Bolaños Méndez Colaborador de La Voz de Michoacán

El festival de Cannes es, con sus 77 años de historia, el evento más exclusivo del cine. Celebridades, prensa, productores y cinéfilos se reúnen en la costa francesa cada año para vivir durante una semana una fiesta de glamour y farándula inigualable donde las calles se convierten en pasarelas, los hoteles se vuelven palacios, y las funciones de cine se reservan exclusivamente para aquellos que han logrado convertirse en alguien en la vida (o en el mundo del cine que es lo mismo).

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Cada año, a las faldas del Grand Théâtre Lumière, la sala de proyección más icónica del festival, donde las funciones de la competencia oficial tienen lugar, cinéfilos de todas las edades se reúnen con carteles en mano rogando por invitaciones para entrar a las funciones de gala, ya que esta es la única forma de lograr colarse, caminar por la alfombra roja y codearse con las celebridades más grandes de la industria cinematográfica.

Las causas antropológicas de rogar por invitaciones permanecerán quizás como un misterio inigualable. ¿Será un acto movido por el deseo de pertenecer a un grupo selecto de individuos en lo más alto de la élite?, ¿de sentirse importante?, ¿será el amor al arte tan fuerte como para permanecer de brazos cruzados mientras se proyecta a unos escasos metros la nueva obra maestra del director italiano del momento?, ¿será que las virtudes más grandes del cinéfilo son el no-conformismo, la rebelión y la subversión? Si es que alcanzan su cometido, ¿es la satisfacción tan grande como la anticipación? Tal vez, la respuesta sea más simple de lo que aparenta cuando se entiende que el deseo más puro y apasionado es formar parte, efímera y anónimamente, de la historia del cine.

El fenómeno de rogar por invitaciones, más que un proceso, es un instinto por liberar el arte, por democratizar el evento menos democrático del cine, por alcanzar a tocar por un instante un pedazo de historia que a los ojos de un cinéfilo no podría ser más trascendente que en el Grand Théâtre Lumière, vestido de smoking y sentado al lado de alguna modelo de Instagram haciéndose selfies una vez que la audiencia se levanta a ovacionar por más de diez minutos consecutivos la proyección que acaba de acontecer, cumpliendo así el sueño de formar parte del ultra selecto grupo de personas que tuvo el privilegio de presenciar por primera vez una película de culto, en el teatro donde se han escrito quizás los más icónicos capítulos en la historia del cine.

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Vale la pena mencionar que algunos de estos mendigos tienen éxito en su búsqueda, quizás por su carisma, quizás porque con su bronceado latino han logrado conquistar a alguna dama francesa de la tercera edad que está dispuesta a obsequiarles su invitación para ayudarlos a cumplir su sueño.

Quizás, el cine, como cualquier otro medio de expresión artística, se impulsa por el deseo de seducir, porque misteriosamente el cine sabe hacerlo, y aquí estamos los interesados, los embelesados, empalagados por las luces y las estrellas, por el cámara y acción, por la alfombra roja y los aplausos, por una sola lágrima derramada al rodar los créditos, quizás por haber logrado entrar al teatro Lumière y no por la película en sí, porque el cine tiene eso, irreverencia y surrealismo, ¡larga vida a los mendigos de invitaciones!


Ángel Bolaños Méndez es arquitecto por el Tecnológico de Monterrey campus Morelia. Aficionado al cine y escritor en sus tiempos libres, más por la necesidad de contar historias que por el deseo de compartirlas.