Leopoldo González La ilusión democrática, al igual que el agua, tiene tres estados: el líquido, el sólido y el gaseoso. El agua que tomamos está en estado líquido, el agua petrificada en hielo vive en estado sólido, el agua que hierve y vaporiza va del estado líquido al gaseoso. Si preguntamos cuál era el estado de la democracia mexicana antes de 2018, la respuesta habría sido obvia: estaba en estado sólido, pero no precisamente funcional ni saludable. Si preguntamos cuál ha sido su estado a partir de 2018, la respuesta también parece obvia: ha venido de un estado gaseoso sucio a un estado de debilitamiento inducido, por el personalismo inflamado del presidente López Obrador. Si preguntamos qué sigue, a dónde va la democracia mexicana después del triunfo de Claudia Sheinbaum, la respuesta puede incluir varios matices: es una incógnita, porque hoy no sabemos todavía qué dosis de radicalismo le imprimirá a su gobierno, y tampoco sabemos si se atreverá a romper temprano o tarde con el que hizo todo lo posible por entregarle el poder a ella. La incógnita será despejada en unos meses, cuando el nuevo equipo se ponga las pilas y entienda que el poder es de quien lo ejerce, no de quien ya lo ejerció. Al margen de que el populismo, en su versión mexicana, sigue obedeciendo al condicionamiento del Síndrome de Estocolmo, por la identidad que la víctima desarrolla frente a su verdugo, en los próximos días se verá qué rumbo va a tomar México: los duros de ambos equipos de gobierno, el saliente y el entrante, van a procurar de muchas formas que el poder se concentre en una persona; así, tratarán de hacer de la Corte un juguete del populismo jurídico que trae en su ADN la 4t y de eliminar poco a poco a los organismos autónomos, comenzando por el INAI, siguiendo con el INE y el TEPJF y culminando con la Suprema Corte. Sin organismos autónomos se debilitan los contrapesos en un Estado; sin organismos autónomos se desdibujan las funciones de fiscalización, transparencia y rendición de cuentas en un gobierno, dando paso a la opacidad y a los círculos de corrupción e impunidad que tanto le gustan a Morena; sin organismos autónomos se cancela el derecho de los mexicanos a saber qué es lo que se hace con sus impuestos y contribuciones. En síntesis, sin organismos autónomos un Estado es mucha grasa, mucha bacteria y mucho tejido adiposo, sin el calcio de los huesos y la vitamina del músculo. Si esto quieren algunos para México, fundados en la posverdad y en teorías conspirativas, ese ejercicio sólo tiene dos nombres posibles: nuevo despotismo o dictadura populista en línea transversal. La única probabilidad de que esto no ocurra, radica en que los perfiles moderados y reformistas que flanquean a Sheinbaum no se amonen ni arrodillen, y en que la sociedad civil de la víspera haga suyas las cacerolas y se adueñe de la calle y la plaza. Si esto fuese así, sólo una revolución de las cacerolas podría salvar al país de sus “salvadores” y del peligro cercano de un hundimiento mayor. Quiero entender que el mandato de las urnas, vía el soborno estomacal de los programas sociales, no fue extender un cheque en blanco a la primera presidente de México, sino permitir su continuidad en el gobierno a cambio de achatar las posturas radicales y limar los filos candentes de la 4t. Obvio: si nos guiamos por el mandato cibernético de las urnas, el mensaje es claro en el sentido de llevar la cuarta transformación a sus últimas consecuencias, incluso si esas consecuencias son la abolición del Estado democrático y la instauración de un Estado unipersonal de facto. Con la clase de electores que tiene México, que en general corresponden a un perfil muy sui generis por muy clientelar, ¡lo verdaderamente extraño es que hasta ahora hablamos de los nuevos despotismos que cruzan el pantano de la historia! Una lógica rige a la política y otra a la economía, pero el radicalismo duro e implacable afecta a ambas por igual. La insistencia en el plan c de López Obrador es una aventura que no acompañarán ni los mexicanos, ni la oposición ni la sociedad civil, porque no corresponde a una demanda de los de abajo sino a una imposición del clan de los de arriba. Ante el anuncio de tocar a la Suprema Corte, la Bolsa Mexicana de Valores respondió con una caída del 7.3 por ciento en tres días consecutivos; el peso cayó un 1.7 por ciento en su valor nominal; la deuda de Pemex se elevó en tres días -fruto de ese dislate- 110 mil millones de pesos y la inflación podría subir abruptamente a niveles que ni María Santísima podría controlar. Es decir, un triunfo electoral no hace sabio ni infalible a nadie. Los errores en la administración pública se traducen en déficits de gobernabilidad, en incluso en parálisis gubernamental. Tino, serenidad y prudencia son las tres características de un gobierno que no desafía ni quiere desafiar a la jaula de los leones. Además, ¡¿para qué desafiar a los felinos, si se ven tan hermosos durmiendo?! Pisapapeles La temperatura de la democracia depende más de los ciudadanos que de quien ejerce el poder. leglezquin@yahoo.com