EFE / La Voz de Michoacán Santiago de Chile. La cineasta chilena, Tana Gilbert, directora del documental 'Malqueridas', un sobrecogedor relato de la maternidad desde la cárcel de San Joaquín –en la periferia santiaguina–, explicó a EFE cómo convirtió en película el testimonio de una veintena de madres presas que, con imágenes clandestinas de su día a día, narran “el sufrimiento” de vivir separadas de sus hijos para cumplir su condena. “Las madres encarceladas sufren una triple condena: la judicial, la social y la personal, la más importante en lo íntimo, por los años que se perdieron de la vida de sus hijos”, dijo la artista, cuya cinta se puede ver desde hace unas semanas en los cines de la capital. Tana Gilbert (Santiago, 1992) pensó “hay que hacer algo” cuando se dio cuenta de la gran cantidad de madres privadas de libertad que hay en Chile, el segundo país de Latinoamérica con mayor porcentaje de población carcelaria femenina (solo superado por Guayana Francesa), según la base de datos World Prision Brief. Hoy hay más de 4 mil 500 mujeres en las cárceles chilenas, un 45 % de las cuales están en prisión preventiva, según la ONG Leasur, que vela por los derechos de los presos. Más de 40 están embarazadas y otras 115 cumplen su pena junto a sus pequeños menores de dos años que, tras superar esa edad, tendrán que abandonar el recinto penal y separarse de sus madres. “Una historia colectiva” 'Malqueridas', que recibió el Gran Premio a la Mejor Película en la Semana Internacional de la Crítica de Venecia y varios reconocimientos en el Festival de Cine de Valdivia, cuenta la vida en la unidad materno infantil de un penal femenino, el dolor de esta despedida, la “incomunicación” con el exterior, y “la búsqueda de afectos” entre mujeres para poder resistir al encierro, apuntó Gilbert. Recordó el día de 2017 en el que en su cuenta de Facebook apareció el perfil de una mujer en la cárcel, besando a su hijo recién nacido en brazos: “Me conmovió mucho esa imagen, tenía un poder político que me impregnó”. Pensó, entonces, en qué podía haber detrás de este registro y en cómo podían prohibir las imágenes de los primeros días de vida de tu hijo: “Había una cuestión ahí demasiado contradictoria”, sinceró la directora, que trabajó este proyecto mientras atravesaba su maternidad. Después de este primer video, llegaron muchos otros: de cumpleaños, Navidades, fiestas, despedidas y momentos del día a día que las presas grababan a escondidas. De la mano de Leasur, Gilbert entró a la cárcel decidida a hacer una película: buscó en las internas su apoyo para lograrlo e incluso algunas de ellas pasaron a formar parte del equipo como coguionistas o productoras de archivos: “Estuvieron presentes durante todo el desarrollo de la película y hasta el día de hoy”, señaló. Una de ellas es Karina Sánchez, privada de libertad durante siete años, voz protagonista del documental que “relata una historia colectiva” basada en las experiencias de más de 20 mujeres para convertirse en su “representante simbólica”. “Jamás intervenimos para grabar” Cuando Tana Gilbert comenzó su documental, el uso de teléfonos celulares era común en las cárceles chilenas, aunque el protocolo interno lo sancionaba y, de ser descubiertos en los “allanamientos”, eran requisados por los gendarmes. “Jamás pasamos un teléfono a nadie porque es ilegal, ni tampoco intervenimos para que grabaran imágenes porque, justamente, el poder de la película estaba en lo que las propias mujeres querían representar y cómo lo querían representar”, precisó. En agosto el Gobierno chileno promulgó una ley para combatir el crimen organizado que tipifica como delito la tenencia de celulares en las cárceles. La pena puede llegar hasta los tres años de presidio. La directora, que reconoció haber tomado “varias medidas” para proteger de posibles represalias a las protagonistas de su documental, considera que “la autorrepresentación” de las mujeres permitió que “se apropiaran del espacio y el contexto” y alcanzaran “un poder que constantemente se evita para las personas privadas de libertad”. Para ella, la “prisión no es una solución” para la reinserción social porque no aborda el “problema estructural de la pobreza” ni “las condiciones para que las personas que salen de la cárcel no vuelvan a delinquir”. “En Chile, una persona que quiere volver a hacer las cosas bien no puede, es muy difícil. ¿Cómo lo hacemos? No sé. Habrá que hacer otra película”, concluye.