Agencias / La Voz de MichoacánEn el año 2010, las autoridades de Tokio celebraron el cumpleaños número 111 del hombre más viejo de la ciudad. Sin embargo, lo que debería haber sido una ocasión alegre se convirtió en un descubrimiento perturbador. La nieta de Kato se negó rotundamente a permitirles entrar, argumentando que su abuelo no quería visitas. Ante esta sospechosa situación, las autoridades decidieron llamar a la policía. Al irrumpir en la casa, encontraron una escena espeluznante: sobre una cama, vestido con pijama y cubierto en sábanas, yacían los restos momificados de Kato, quien había fallecido hacía más de 30 años. La revelación dejó al descubierto un fraude meticuloso: tanto la nieta como la hija de Kato habían estado fingiendo que el anciano seguía con vida para continuar cobrando su pensión. Ambas fueron acusadas de fraude, resultando en una condena de dos años y medio de prisión para la nieta. Este caso también puso en duda la veracidad de la vida de otras 230,000 personas mayores de 100 años en Japón, según las autoridades. El incidente ha desencadenado un debate sobre la supervisión y la verificación de los registros de edad en el país, con las autoridades ahora cuestionando la exactitud de los datos de longevidad. Kato, cuya muerte había pasado desapercibida durante décadas, se convirtió en un ejemplo preocupante de cómo el fraude puede persistir en sistemas aparentemente seguros. Las repercusiones del caso han resonado profundamente en la comunidad, llamando la atención sobre la necesidad de controles más estrictos y revisiones periódicas para evitar fraudes similares en el futuro.