En el centro de Morelia existió "La Librería", un lugar emblemático para los amantes del arte

Sede de grandes eventos que mantiene en la memoria los recuerdos durante años

Foto: Cristina Barraera Paz

Víctor E. Rodríguez Méndez colaborador de La Voz de Michoacán

En su momento más relevante, en la década de los 90 del siglo pasado, La Librería fue sede inestimable de una gran cantidad de eventos y donde se sucedieron muchos días y horas de arte y entretenimiento.Ubicada —en sus primeras dos épocas— en la calzada Fray Antonio de San Miguel, junto a otras antiguas casonas de los siglos XVIII y XIX, La Librería fue un lugar de encuentros con muchas personas que se mantienen vivas en la memoria. Fue, sin dudarlo, un espacio de muchas y buenas vibraciones durante los dieciséis años que se mantuvo en pie en sus diversas localizaciones.

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Bien recordado, se trata de un lugar emblemático para la historia de la comunidad cultural de Morelia. Pocos espacios como ése con tanta magia y convocatoria. “Ve el mundo”, decía Ray Bradbury, “es más fantástico que cualquier sueño”. En este sentido, La Librería fue un mundo fantástico para muchísima gente ligada al arte y la cultura de la ciudad de las rubicundas y eternas canteras rosadas.

A más de 24 años de su desaparición, su expropietaria Cristina Paz no oculta aún la nostalgia y satisfacción por haber sostenido por más de tres lustros tan significativo espacio.

Foto: Cristina Barraera Paz

Un sueño cumplido

María Cristina Paz y Hernández nació en la Ciudad de México hace 81 años. Radica en Morelia desde 1982, cuando llegó con su marido Ignacio Barrera —a quien le ofrecieron trabajo en la capital michoacana—, sin mayores vínculos que el hecho de que su madre y su suegra son originarias de Morelia.

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A Cristina el gusto por el arte y la cultura le llegó desde la infancia, según recuerda, cuando vivía con su familia en la colonia Juárez de la hoy CDMX. “A los siete años mi mamá nos llevaba a escuchar a una señora que tocaba el piano en las calles de Versalles, era la abuela del jazzista Roberto Aymes, y ella invitaba a niños a que la escucharan. Yo quedaba fascinada de escuchar el piano. También mi mamá nos llevaba mucho a la biblioteca Benjamín Franklin, que tenía actividades de cine y de libros. Yo creo que ése fue mi inicio en la actividad artística y cultural”.

Cristina Paz rememora igualmente las actividades de la librería El Ágora y sus actividades artísticas y culturales. “No iba con mucha frecuencia, pero yo decía: ‘Cuando sea más grande quiero tener un espacio así’. Siempre fue mi sueño”.

Siendo adulta, y ya instalada en Morelia, pudo materializar ese anhelo. A unos meses apenas de su llegada empezó con una pequeña librería en la cochera de su propia casa en la colonia Chapultepec Norte. Se llamó El Correo Literario y su oferta eran sólo lecturas infantiles, por las que ha tenido especial predilección desde niña. Aun cuando no tuvo el éxito esperado, fue hasta 1984 que el empeño de poner una librería y cafetería se hizo realidad, gracias al apoyo de su esposo y del entonces director de FOMICH, Enrique Bautista, quien se mostró especialmente solidario con el proyecto.

Fue así como el 12 de octubre de 1984 nació La Librería, ubicada inicialmente en la esquina de la calzada Fray Antonio de San Miguel y la calle Diego de Basalenque, “en una casa antigua muy bonita, pero deteriorada, a la que le tuvimos que invertir mucho dinero”, asegura Cristina. Siete años pasaron para trasladarse a unos cuantos pasos, en el número 248, donde La Librería vivió sus mejores momentos en términos de reconocimiento y prestigio, enclavada en la popularmente conocida como la Calzada de San Diego, uno de los sitios más visitados de Morelia. “La idea fue desde el inicio que fuera la librería con cafetería y ahí organizar algunas actividades, como exposicionegs, según se prestara el espacio”. Una idea novedosa en ese entonces, vale decirlo, con su servicio de elección de libro, no de mostrador. Por eso el nombre completo era: La Librería, el lugar con sentido.

No pocos y pocas artistas locales y de otros ámbitos expusieron ahí por primera vez. “No poníamos ningún reparo porque yo les decía: ‘Yo no soy quien va a calificar la obra, quien la va a calificar es el público’. Empezamos con la galería, primero con pintura y ya después montamos un espacio especial para la fotografía”.

La promotora cultural aduce que La Librería tenía una cafetería muy sencilla con una carta muy limitada, dado que el giro principal eran los libros. Luego vino la oferta de cursos y talleres, como uno muy recordado de baile de salón. De igual modo tuvo proyecciones de cine, gracias a su gestión con varias embajadas y a que el Museo Regional Michoacano le prestaba el aparato proyector, hasta que la embajada checa le donó uno propio. Esos ciclos de cine europeo los compartió con el Museo Regional y con la Casa Natal de Morelos, con lo que atrajo a un nuevo público.

Después se organizaron conferencias y, principalmente, presentaciones de libros de autores y autoras locales, pero que también trajo a Morelia a escritores y escritoras reconocidas a nivel nacional. Con el tiempo se integraron actividades de música y teatro, con lo que llegó a conformar una cartelera atractiva para un espacio independiente que, por cierto, nunca contó con mayores apoyos de las instituciones culturales.

Foto: Cristina Barraera Paz

Un lugar de encuentro

Cristina Paz revela que, pese a que con el tiempo La Librería llegó a tener un público asiduo, “tristemente no había mucha vendimia de libros”. Al cabo, la empresa cultural nunca fue redituable ni mucho menos, según señala. “Siempre andábamos sufriendo con las cuestiones económicas. Si bien no se les cobraba a los artistas, tampoco les pagábamos porque no nos alcanzaba. Vendíamos novedades y en algún momento mejoró la venta de libros, pero no como para sostener la librería”.

El sostén principal fue siempre el de su esposo Ignacio, reconoce Cristina. “Así que después de dieciséis años ya era imposible seguir manteniendo ese espacio. Reconozco que fue un ‘caprichito’, si se quiere ver así, aunque fue un ‘caprichito’ muy significativo para mucha gente, pues mucha todavía se acuerda de la librería, afortunadamente; muchas personas hasta se enamoraron ahí, hay muchas historias y muchos amigos porque, ante todo, La Librería fue un lugar de encuentro”.

Pese a las dificultades económicas que impidieron mantener sus puertas abiertas, La Librería de la Calzada es hoy día un referente en la cultura de Morelia, motivo que le satisface a Cristina Paz. “Yo veía que a mucha gente le gustaba nuestro espacio, se quedaban varias horas ahí; había quienes sólo veían los libros, pero no los compraban o los leían de a poquito, y quién sabe si hasta se los ‘volaban’, seguramente que sí [ríe]”.

Cristina cree que la gente se sentía cómoda en el lugar, que ofrecía siempre música clásica a un volumen moderado y, asimismo, un café estilo capuchino que se convirtió en marca de la casa, al punto de que la Guía Michelín lo consideró en aquel tiempo como un punto importante para visitar La Librería de la Calzada en Morelia, con la incansable Adela (quien acompañó casi todo el trayecto de Cristina Paz) siempre atenta en el servicio.

Foto: Cristina Barraera Paz

“Todo tiene su tiempo”

La Librería cerró el 30 de marzo del 2000, completando el ciclo en su último sitio ubicado en Revillagigedo y Motolinía durante dos años, ya cuando las actividades y el público habían disminuido. “Estábamos a una cuadra de la sede anterior, en una casa bonita con jardín, aunque más chiquita. Tuvimos que reducir la galería y el espacio para los libros. Ahí nos dimos cuenta de que buena parte del atractivo era la Calzada. Pero, bueno, fueron dieciocho años [incluyendo el tiempo de su primera librería casera] que yo disfruté muchísimo, al cien por ciento”.

Para Cristina Paz su experiencia como librera fue “parte de la vida”, según afirma. “Fue un ejercicio constante de estar invitando a la gente a que participara, porque al principio sí me costó un poquito de trabajo invitar a los artistas plásticos, sobre todo, para que montaran algo en La Librería sin que les costara el espacio, y hasta les poníamos el cóctel, aunque la idea era que, si ellos vendían, nos quedaba un pequeño porcentaje”.

La también ex funcionaria de cultura en diversas administraciones añade que en Morelia ha habido muchos intentos que han dimitido por la cuestión económica [sólo por mencionar tres de la misma época: Suchipilli, El Árbol y El León de Mecenas]. “No hay recursos que valgan”, dice, “y es una pena, ¿por qué no subsisten?, ¿por qué no hay apoyos? Yo muchas veces me acerqué a las instituciones para pedirles que nos tomaran en cuenta, pero pues no podían apoyarme económicamente porque yo era iniciativa privada. Nosotros le sufríamos mucho; un día pagabas la renta y de inmediato ya estabas pensando en juntar para la siguiente, porque ése era nuestro gran problema: la renta y los pagos de impuestos, o sea, todos los gastos fijos”.

El momento de tomar la decisión de cerrar La Librería fue “muy duro”, apunta Cristina Paz. “Me daba pena con mi esposo, porque él siempre me apoyó incondicionalmente, así que por una cuestión moral y de vergüenza dije: ‘Hasta aquí llego, ni modo, no se pudo más’ ”. Sin embargo, a 24 años del cierre de su querido espacio, se siente contenta con lo realizado y no piensa en una nueva empresa librera. “Todo tiene su tiempo”, dice. Por ahora, se satisface de conducir —desde hace 24 años— el programa de radio “Viajemos con la música” que se transmite por Radio Nicolaita los martes de 6:30 a 9:30 de la noche.

Es la manera en la que a fin de cuentas Cristina Paz se sigue viendo hoy día como lo que más le gusta: ser una promotora cultural; una promotora cultural que alguna vez tuvo y acarició el placer de tener una librería y un espacio cultural de ensueño.


Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.