Gustavo Ogarrio Es en la novela romántica donde se expresa con mayor nitidez la tensión entre la muerte de la tragedia, la desintegración y actualización de lo trágico y el melodrama como una forma de representación de lo popular en la época moderna. El crítico brasileño Antonio Candido percibe esta tensión de manera particular en una de las obras más representativas del romanticismo europeo: “El Conde de Montecristo”, de Alexander Dumas. En esta obra, los temas propios del romanticismo novelado adquieren forma artística y se engloban alrededor del protagonista, Edmundo Dantés, para dirigir la fuerza de la narración hacia los territorios de la venganza. La figura de Dantés parte de un perfil melodramático, es un “joven honesto, buen profesional, buen trabajador, buen hijo, buen novio, buen amigo”, en una “situación de equilibrio”; pertenece inicialmente a ese orden moral y racional que tanto detesta el romanticismo frenético y que es también el punto preciso para el inicio de su movilidad, de la representación de la peripecia y del descenso al infierno de la venganza. Esta tensión entre lo trágico y lo melodramático expresa también, a través del folletín, la prolijidad propia de la novela romántica europea, hace “rendir a la forma” hasta el agotamiento, para finalmente rematar la trama con los recursos de la casi tragedia: “El Conde se cansa” y se niega a ir al fondo de lo trágico para refugiarse en los poderes redentores del arrepentimiento y conquistar así la imagen final del triunfo de lo melodramático. Afirma el Conde, en la carta que le da sentido al desenlace sentimental de la novela: “Sólo el que ha probado el extremo del infortunio puede sentir la felicidad suprema... Vivan, pues, y sean felices, hijos quedos de mi corazón, y no olviden nunca que, hasta el día en que Dios se digne desvelar el futuro del hombre, toda la sabiduría humana estará en estas dos palabras. / Esperar y confiar”.