Luis Sigfrido Gómez Campos Las cosas se pusieron color de hormiga en eso de la reforma judicial. Todo parecía ir perfectamente bien planchado, pero se atravesaron los gringos y los canadienses a opinar sobre esas cosas que parecían de uso doméstico, pero que a final de cuentas podrían tener trascendencia en las relaciones comerciales internacionales. ¿Tan grave es el asunto? Los teóricos dicen que sí, que la vida contemporánea impone reglas distintas a las históricamente practicadas y que debemos tomar con extrema seriedad el humor norteamericano. Injerencistas, les llamó el presidente Andrés Manuel López Obrador en una mañanera en la que hizo una revisión de su histórica intromisión en los asuntos de los países de Latinoamérica y el mudo. El mandatario mexicano señaló que son varias veces las que se han metido con nosotros sin que les asista la razón, violando todo principio del respeto que debe prevalecer en nuestras relaciones. Es muy cierto que los gringos son así, metiches y bravucones. Lo malo es que los tenemos muy cerca. El “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” ha vuelto a cobrar dimensión en estos momentos de crisis. Y es que no podemos dejar de lado que tenemos tres mil 180 kilómetros de frontera en común y que se trata de la potencia más poderosa del planeta. La teoría nos dice que somos una patria soberana e independiente y que debemos pugnar por un trato digno y respetuoso en nuestras relaciones. Pero debemos advertir que ya en la práctica, dejando a un lado la teoría, en la historia de las relaciones internacionales el pez grande se come al más chico y rifa la ley del más fuerte. Por más que prediquemos la tesis de la igualdad, en el fondo sabemos que existe otra fuerza muy poderosa que rige la vida de los Estados y vulnera toda aspiración de supremacía e independencia: la economía. Las corporaciones transnacionales no tienen fronteras. La fuerza política de los Estados se achica ante el poderío de los mercados. Por eso los embajadores se atreven a decir eso, que una reforma al poder judicial como la que se está “discutiendo” en el Congreso mexicano podría tener graves consecuencias en la confianza de nuestras relaciones comerciales. ¿Es una advertencia, una amenaza o qué? En términos de diplomacia, la declaración del embajador gringo parecen ser una advertencia; pero viniendo de quien viene debemos estar prevenidos, porque esos tipos del norte están bien locos. Yo puedo decir esto con total impunidad, es decir, sin que haya repercusión alguna en mi vida cotidiana. Pero cuando se trata de la vida de los Estados y de las formas en que regulan sus relaciones -de la diplomacia, pues- se deben extremar precauciones. La sabiduría popular advierte: “los gringos no tienen amigos, tienen intereses”. Ahorita andan un poco ocupados en sus asuntos electorales, por eso andan medio distraídos; pero no hay que hacerles mucha confianza, porque somos muy vulnerables frente a ellos. ¿Será cierto eso que dijo el embajador gringo? Dijo que si hacemos una reforma judicial que contemple la elección de jueces, ministros y magistrados mediante el voto del pueblo se perdería la seguridad en el sistema mexicano y que los grandes capitales nos mirarían con desconfianza. ¿Será cierto eso, o nomás se trata de un calambre para tantearnos? Si nos lo dijera el embajador de Guatemala (dicho sea, con el mayor respeto para el pueblo hermano) nos moriríamos de risa. Pero se trata del país más poderoso del planeta y nuestro principal socio comercial. Es por eso que debemos tomar en serio sus advertencias. Si existiera la mínima posibilidad de enfrentar consecuencias económicas por una reforma como la que se pretende hacer, más valdría que lo pensáramos dos veces. Pero si nos aferramos a la idea de que las “amenazas veladas” son puro pancho y sus dichos nos hacen lo que el viento a Juárez, estaríamos poniendo en grave riesgo la estabilidad de la República. Al parecer este paquete de reformas lleva mucha prisa. Las cosas a la carrera en pocas ocasiones pueden concluir bien. Si se tratara de un asunto de menor importancia no causaría tanto revuelo; pero una reforma judicial que modificará sustancialmente la forma de elegir a quienes tendrán la responsabilidad de emitir juicios y sentencias es una cuestión de vital importancia. A estas alturas del partido, al cuarto para las doce, todos carrereados, nuestros congresistas andan haciendo malabares y piruetas para ponerle más parches a nuestra ya de por sí remendada Ley Fundamental. Además de la crítica de los diplomáticos de Estados Unidos y Canadá, la Organización de las Naciones Unidas y la Corte Interamericana de Derechos Humanos han realizado también advertencias sobre una posible erosión del Estado de derecho que podría resultar con esta reforma. Por su parte, Jueces, magistrados y trabajadores paralizaron los tribunales del país protestando contra la reforma judicial. “No son privilegios, dicen, son nuestros derechos”. Grave situación la que vivimos. Muy grave. luissigfrido@hotmail.com