Uno de los cuentos clásicos de la literatura mexicana del siglo XX, “La muerte tiene permiso”, de Edmundo Valadés, puede ayudarnos a reflexionar sobre ciertos núcleos problemáticos de la violencia en México. Es un cuento que tiene su propio efecto histórico por su simbolización básica; un texto sobre la violencia campesina de una comunidad que se anticipa a la petición de “solicitar justicia” por su propia mano y permiso para matar a su Presidente Municipal. Sacramento, el personaje que habla “por los de San Juan de las Manzanas”, enumera esa otra violencia postrevolucionaria: el despojo de tierras, la extorsión, el asesinato de un muchacho que le reclama esa impunidad al Presidente Municipal, el cierre de un canal que abastecía las siembras de los campesinos, el “robo” y la violación de dos muchachas. La petición de muerte y de justicia se lleva a cabo en una asamblea entre campesinos: ingenieros posrevolucionarios que ríen en el estrado y la figura de otro Presidente de mayor jerarquía y con ciertos residuos de su origen también campesino; desencuentro entre sociedad rural y autoridades. Si bien el cuento puede leerse como el conflicto entre dos sentidos de la justicia, la campesina ante la violencia gubernamental, y la justicia pervertida o ausente de las instituciones posrevolucionarias, también se puede comprender como una narración sobre los efectos de una violencia fundacional, la de la sociedad política contra una comunidad. En el cuento de Valadés también se contraponen la legalidad y la legitimidad tanto de una comunidad campesina como de los gobiernos posteriores a la Revolución Mexicana. Quizás lo más asombroso del cuento no es sólo que ese acto de justicia campesina ya se haya realizado cuando es solicitado: la incertidumbre de que efectivamente ese acto haya representado a la justicia misma ante las violencias más profundas y destructivas.