Gustavo Ogarrio En algún momento de nuestras vidas todos hemos sido peatones, seres que transitan por las calles de la ciudad en busca del sustento, de los seres amados, de algún lugar para soportar y relajarnos de la tremenda existencia citadina. Por lo tanto, reivindicamos un derecho que nace con la ciudad misma: transitar civilizadamente por las calles, evitar al máximo la multiplicación de las maldiciones y ofensas, sobrevivir dignamente en nuestra condición de tristes o alegres especímenes efímeros que habitamos el circuito ciego de la vida moderna. Sobrevivir en las calles sin ser atropellado por algún vehículo puede no ser lo primero, pero en muchas ocasiones no es tampoco lo segundo. Cada media hora una persona muere en un accidente vial, principalmente jóvenes menores de 20 años. 16 mil muertes anuales nos colocan como país en el séptimo lugar mundial. Por cada muerto, 10 personas quedan lesionadas, es decir, un millón al año, de los cuales 40 mil sufren discapacidad de manera permanente. En no pocas ocasiones, llegar vivo a casa o a ver a la novia o al novio o al cine o al centro de trabajo lo es todo. Por eso, convocamos también a todas y todos aquellos automovilistas o motociclistas que no tienen remedio, a los que por pura herencia cultural o por convicción nos odian como peatones de manera gratuita; los convocamos para que juntos podamos revertir la fatalidad a la que todos estamos condenados: atropellar o ser atropellado. Reconocemos como Santo Patrono del Peatón al ya fallecido escritor argentino Julio Cortázar. Invocamos su defensa irrestricta de los seres de a pie: “¿Me reconciliaré alguna vez con los autos? Tal vez, pero ellos tendrían que ser muy diferentes de lo que son, y cuando hablo de autos hablo sobre todo de sus dueños y conductores”.