A 62 años del atentado contra la imagen de la Virgen de la Salud de Pátzcuaro; ni un disparo la tocó

La imagen de la Virgen de La Salud, está catalogada entre las cinco más antiguas de México, y es la más venerada en Michoacán y sus alrededores

Angélica Ayala / Colaboradora La Voz de Michoacán

Pátzcuaro, Mich.- Un jueves 20 de diciembre de 1962 a la imagen de la Virgen María Inmaculada de la Salud, le dispararon 10 veces con un rifle Winchester calibre 22 automático desde el púlpito, sin embargo y lo que se considera como un hecho milagroso, no sufrió ningún daño solo la perforación del cristal. Es por ello, que durante tres días se realizó la exhibición de las esquirlas, el manto que portaba la imagen y el relato de lo sucedido.

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En la sala de cabildo ubicada a un costado del altar principal de la Basílica Inmaculada de la Salud, donde se venera esta bendita imagen que, por indicaciones del primer obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, la mandó elaborar con la técnica de pasta de caña de maíz, bulbos de orquídeas, baba de nopal y otros elementos naturales en 1540, se mostraron las esquirlas de las balas que ni siquiera lograron rozar a la Virgen, se pulverizaron.

La imagen de la Virgen de La Salud, está catalogada entre las cinco más antiguas de México, y es la más venerada en Michoacán y sus alrededores, además de ser patrona de Pátzcuaro, también lo es de la arquidiócesis de Morelia. Fue en 1737 que fue proclamada Patrona de Pátzcuaro, y una década después, se fundó un convento de religiosas dominicas para su cuidado. Posteriormente fue trasladada de la iglesia de El Sagrario a su actual Basílica ahí la imagen fue coronada con autoridad pontificia en 1899. La designación del templo como Basílica menor fue hasta 1924.

Las personas accedieron a la exposición de este atentado que se convirtió en un milagro, de acuerdo a la fe de los creyentes católicos. La reseña que fue escrita por algunos medios de comunicación, y que fueron presentadas con fotos relatan que entre las 12:00 y 13:30 horas, del jueves 20 de diciembre de 1962, entró a la basílica un sujeto de nombre Salvador Palomares que llevaba oculto entre su gabán un rifle Winchester calibre 22 automático.

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Ante la poca gente que se encontraba en el templo, accedió al púlpito para preparar el rifle y de ahí apuntó a la imagen venerada de Pátzcuaro para dispararle, al texto señala: “Teniendo un tiro certero, pues era conocido entre los vecinos de la ciudad su buen manejo de las armas y habiendo ganado varios concursos de tiro, dispara en 10 ocasiones en contra de la venerable imagen; siete disparos en dirección al rostro y cuerpo, los otros tres a una altura mayor hacia las cortinas, es de notarse que su intención no era otra, sino la de destruir la imagen”, tras el atentado salió del lugar.

El milagro ocurrió, cuando las balas se desviaron de su blanco, “y otras como perdiendo toda la fuerza cayeron aplastadas delante de la misma Santa Imagen”, se leía en el texto, que informa qué pasó después, cuando Salvador Palomares huye del lugar, “al ser ya informados los soldados (tenían su cuartel en la antigua casa de ejercicios a un costado de la basílica) le dan alcance, solo manteniendo su distancia pues el agresor aún se encontraba armado.

“Al notar la presencia de los soldados, el sujeto avanza sobre la calle de Alcantarilla, en dirección del barrio de la Ascensión, donde al verse acorralado decide entregarse y al interrogarle el porqué de sus actos solo se limita a decir `estoy loco, estoy loco´. A los pocos minutos del atentado, ingresan al camarín de la Santísima Virgen el Sr. Abad Javier Murillo Díaz, junto a otras personas, observan las astillas del cristal, producto de los disparos sobre el vestido y manto, y a su vez constatan que la imagen resultó ilesa”.

El hechor del atentado al ser aprehendido lo conducen a la cárcel del pueblo que se ubicaba en lo que ahora es el palacio municipal, en una celda aislado de todos los presos y sin el acceso de la población, ya que la gente al enterarse del atentando querían lincharlo, pedían lo sacaran de la celda para hacer justicia con propia mano, lo mismo pedían los  demás encarcelados; sin embargo, el Abad Javier Murillo y el canónigo Miguel Escamilla intervinieron para que el suceso no llegara a mayores consecuencias.