Luis Sigfrido Gómez Campos Debido a los acontecimientos violentos de la semana pasada ocurridos en Barcelona, donde hubo 14 muertos y 130 heridos, me tocó conocer varias opiniones en las que se responsabiliza a la religión musulmana de la causa de la terrible masacre. Efectivamente, existe un movimiento religioso y político de musulmanes radicales que llevan al extremo su fanatismo y que deforman los principios de su fe para realizar actos de violencia en contra de la población civil en el nombre de Dios. Pero debemos tratar de entender que no existe religión en el mundo que ordene o justifique la matanza de seres humanos en su nombre. Esa deformación de las creencias se llama fundamentalismo. El fundamentalismo puede surgir en cualquier creencia religiosa o ideológica pues es un movimiento que toma como base de su fanatismo a un “libro fundamental” cuyos principios son la única fuente de verdad, cuya doctrina intentan aplicar de manera intransigente incluso en todos los ámbitos de la vida pública. Cualquier idea que contradiga lo que dice ese texto son herejías. No se trata de un simple tipo de fanatismo porque el fanático lleva al extremo sus propias creencias. El fundamentalista pretende que la interpretación literal de “su texto sagrado” sea doctrina de Estado. Curiosamente el origen del término “fundamentalismo” surge en los Estados Unidos a principios del siglo XX para cuestionar las ideologías cristianas protestantes por parte de grupos que pretendían el regreso a las posturas fundacionales del cristianismo. Pero el uso del término en la actualidad, en el mudo occidental y particularmente en los pueblos de habla hispana, preferentemente se usa para referirse al movimiento religioso-político musulmán que aboga por la estricta interpretación de las leyes consagradas en el Corán, libro sagrado del Islam, y su implementación al ámbito de la legislación civil y penal en los países musulmanes. Una de las características de este movimiento es su “proyección universal” mediante la guerra santa o yihad. Por lo que en el camino hacia la universalización de su credo les estorba la ideología que prevalece en el mundo occidental, la cual, desde su punto de vista, es el basamento de la corrupción y degradación de las costumbres de este mundo. Pero el real problema del fundamentalismo islámico lo constituye su ala radical de milicianos que, integrados en los grupos yihadistas, llegaron al extremo de constituir el Estado Islámico, organización política que enarbola la “guerra santa” como instrumento de lucha, a través de un sinnúmero de atentados que han sembrado el terror en los países que consideran sus enemigos. La religión que congrega mayor número de adeptos es el cristianismo con 2,350 millones de creyentes en el mundo, de los cuales 1,285millones, pertenecen a la religión católica; en segundo lugar está el Islam, con 1,350 millones de adeptos distribuidos por todo el orbe. Estas cifras nos pueden dar una idea de la dimensión del problema que enfrenta la humanidad si se pretendiera culpar a todos los musulmanes de las atrocidades que han venido cometiendo un grupo de fanáticos fundamentalistas en su nombre. Sin embargo, el fundamentalismo no sólo existe en el Islam sino que se manifiesta en otras ideologías y religiones. El libro rojo de Mao Tse-Tung y Mi lucha de Adolfo Hitler, son quizá los casos más emblemáticos, no religiosos, en los que se pretendió utilizar “textos fundamentales” cuyos principios se usaron como verdad absoluta para tratar de regir la vida de los pueblos. La influencia de un supuesto “libro fundamental” del fascismo alemán llevó a la humanidad al estallamiento de la segunda guerra mundial, que dejó mucho más de 50 millones de muertos. Pero lo grave del caso, es que tal parece que no aprendimos nada de esa terrible experiencia, pues siguen existiendo grupos que simpatizan con esa ideología y líderes políticos ignorantes que no se atreven a censurar esas acciones criminales. La semana pasada con el ataque de un ultraderechista neonazi que arrolló a varios manifestantes con su vehículo en la comunidad de Charlottesville, Virginia, Estados Unidos, y otro atentado similar en Barcelona, España, donde perecieron de la manera más cruel muchos seres humanos, la humanidad ha vuelto a vivir los embates de esas deformaciones ideológicas injustificables. Los grupos yihadistas, el Estado Islámico, los grupos neonazis y cualquier otra organización que realice acciones violentas en contra de seres humanos indefensos por motivo de creencias, origen étnico, forma de pensar o condición social debe ser sancionado. Y cualquier líder político que pretenda justificar el racismo o la discriminación contra cualquier persona o minoría étnica, debe de quitársele el poder antes de que sus acciones lleguen a desencadenar una tercera guerra mundial. Lo única noticia con cierto grado de optimismo en estos días aciagos, es el mensaje con más “me gusta” de la historia de la red social Twitter, subido por el expresidente de Estados Unidos Barack Obama en el que cita a Nelson Mandela: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel o su origen o su religión”