Luis Sigfrido Gómez Campos Leí recientemente un artículo que llamó mi atención por lo paradójico del planteamiento. El artículo se intitulaba: ¿Cuánto deberías haber ahorrado antes de cumplir los 30? Se refería a la crítica que los padres o abuelos de los jóvenes de las nuevas generaciones que andan rondando su tercera década, con cuestionamientos como los siguientes: “no ahorras”, o “yo ya estaba casado, tenía una casa y un coche a tu edad”. Muchos de los artículos que caen en nuestras manos se sitúan en una realidad muy distinta a la nuestra porque se escriben en otros países. Éste, analizaba la realidad de los jóvenes españoles de la llamada generación milienal, cuya prioridad no es “el asentamiento”, lo cual supone la aspiración a comprar una casa, casarse y tener hijos. Los análisis sociológicos que suelen hacerse sobre las características de las diversas generaciones, suelen tener rasgos en común en los diversos rincones del mundo, pero requieren su adecuación a la realidad específica de que se trate, debido a los rasgos específicos de cada idiosincrasia y las condiciones socioeconómicas de desarrollo en cada país de que se trate. Una cosa es cierta para las nuevas generaciones: no es posible que tengan las mismas aspiraciones que sus padres y sus abuelos porque les ha tocado vivir en un mundo mucho más difícil. ¿Cómo pueden aspirar a comprar una casa si las condiciones salariales que les ha tocado vivir son paupérrimas? Y eso, en el caso de que tengan la suerte de tener un empleo, porque en la mayoría de los casos en nuestro país se hace difícil acceder un trabajo digno. Somos la décimo quinta potencia económica en el mundo y, sin embargo, en nuestro país viven aproximadamente 55 millones de personas en condiciones de pobreza, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval); el propio presidente de la república lo ha reconocido, vivimos en un país con dos realidades distintas, la de una minoría que vive en la opulencia y desligada ideológica, política y económicamente del otro México que lamentablemente carece de lo indispensable para vivir dignamente. En este orden de ideas podríamos preguntarnos válidamente cual el la aspiración de los jóvenes de la generación milienal en México. Obviamente podemos advertir que no podemos poner en el mismo cajón a todos los jóvenes mexicanos. Primero habría que ubicar el estrato social del sujeto de nuestro análisis. Si pertenece al grupo de los millones de jóvenes en condiciones de pobreza y pobreza extrema, que son la gran mayoría, viven desilusionados de los partidos políticos, de las instituciones, del gobierno; son presa fácil de coptar por las organizaciones criminales, muchos de ellos aspiran a tener una Cheyenne, tomar Buchanans, tener muchas mujeres e incluso no temen morir en plena juventud. Les importa vivir el momento, saben que no existe futuro y lo arriesgan todo por alcanzar algo de lo que nunca hubieran obtenido si se hubieran dedicado toda su vida a trabajar honradamente. Pero sería erróneo medir con el mismo rasero a todos los que no tuvieron la fortuna de haber nacido en pañales de seda. Por supuesto que existe una gran cantidad de jóvenes desposeídos honestos, que trabajan todos los días con la esperanza de un mañana mejor, que se resisten a las tentaciones de la vida fácil o el riesgo de exponer la vida en actividades ilegales. Ellos, por supuesto que no tienen todavía un patrimonio construido porque las condiciones económicas actuales no se los permite. Viven en casa de sus padres y, en el mejor de los casos, en algún predio irregular sin servicios, que esperan regularizar algún día. No viajan. Y tampoco creen en las instituciones ni los partidos políticos. Los milienals de la clase media mexicana, dicen los sociólogos, también son apáticos, no creen en la clase política ni en los partidos, no se quieren casar y muchos de ellos no aspiran a tener hijos, les gusta viajar y gastar su dinero en gozar la vida. No ahorran porque no les alcanza. Son irreverentes, críticos, cibernéticos, expertos en comunicación por las redes sociales, les cuesta trabajo las relaciones personales y no tienen las mismas aspiraciones que sus padres y sus abuelos. A esta generación si bien no les tocó vivir el terror de una guerra mundial, la guerra fría, la guerra de Vietnam y los golpes de Estado en Latinoamérica; nacieron en la era de la comunicación cibernética donde las comunicaciones a distancia en tiempo real, las pantallas digitales de plasma, los audiolibros, están teóricamente al alcance de su mano. La única cuestión es que no obstante esos grandes avances tecnológicos de la humanidad, seguimos teniendo grandes rezagos que no permiten a grandes sectores de la población tener acceso a esos avances de los que todos deberíamos disfrutar legítimamente. No cabe duda qué hay generaciones afortunadas. Me refiero a esas que no les tocó vivir las atrocidades de una guerra y tuvieron la oportunidad de haber acumulado un pequeño patrimonio antes de cumplir los 30, porque hoy en día deben sentirse bienaventurados aquellos jóvenes milienals que viven en Latinoamérica y tienen la oportunidad de disfrutar un trabajo digno.