Historias del más allá

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

HISTORIASTodo panteón tiene más de una leyenda y los camposantos michoacanos están llenos de ellas, las cuales ponen hasta al más valiente con la carne de gallina.

Niños juguetones

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Cuenta el velador del cementerio municipal de Zamora que desde su primer día de funciones, tras ser sepultados los tres primeros fallecidos, tres hermanitos que fueran arrastrados por el río donde fallecieron al estar jugando con peces y piedras ocurren cosas extrañas. Todas las noches salen a jugar y lloran por no ver a su madre con ellos; dice el velador, que las risas no dan miedo, pero sí su llanto que no cesa cada noche, ese que lo lleva a encerrarse para salir cuando el sol comienza a iluminar las tumbas, incluso esas tres pequeñas tumbas donde cada mañana amanece un vaso con agua y peces, así como juguetes de madera, pelotas y en ocasiones dulces.

María era una madre como muchas en el Valle de Zamora, trabajaba día y tarde para llevar algo de comer a sus hijos, tres hermosos y juguetones niños que salían juntos en búsqueda de amigos de juego y aventuras, inquietos por su edad, y temerarios por naturaleza, lo que finalmente les llevó a la tumba por no medir el riesgo de jugar en el río Duero, donde fallecieron ahogados cuando el agua los arrastró mientras buscaban pececillos. Dos días pasaron para encontrar sus cuerpos río abajo, tiempo en que vecinos y personas buscaban a los niños, no quedando a su madre otra cosa más que enterrarlos en el nuevo cementerio, donde fueron ellos los primeros en ser inhumados ahí.

Desde su entierro todos los días el velador los escuchaba jugar, cantar y llorar ahí en el camposanto, siendo al día siguiente donde encontraban cerca de la sepultura tierra, agua y pequeños peces.

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El vampiro de San Vicente

Las calles, pedregosas aún, hacen más difícil el andar. Son unos cuantos focos los que iluminan el caserío del barrio de La Purísima; hacia el rumbo de Las Colonias las calles empinadas se pierden entre las piedras.

El hombre le dice a la mujer: “no tengas miedo” mientras camina junto a ella por las afueras del panteón de San Vicente de Paul, conocido popularmente como “el panteón de los pobres”. “No tengo miedo”, responde ella, “es el frío que me hace temblar”. Una lechuza pasa junto a ellos y emite su chillido. Los dos, hombre y mujer corren despavoridos hasta llegar a su casa. Ya una vez dentro, sus familiares preguntan qué sucede: “estoy segura que vi al vampiro volando sobre mi cabeza”, responde rápido aquella mujer y se suelta relatando una serie de detalles.

Son los primeros años de la década de los 70 y en La Piedad existe una psicosis popular derivada de los relatos de personas que aseguran que en el Panteón de San Vicente de Paul, hoy el Parque Morelos, existe un cadáver al que le ha ido creciendo el cabello, las uñas y los dientes. “Es un vampiro y clama venganza”, dice la gente. Incluso, en algunas colonias algunos jóvenes envalentonados se organizaban para ir en la noche a clavarle una estaca en el corazón a aquel vampiro. Efectivamente, había entre los fallecidos un cuerpo al que le han crecido las barbas, las uñas y el cabello. Son Ceferino Ortega y un personaje al que se le recuerda como “Pancho Cucharadas”.

El cuerpo estaba depositado a la derecha de la entrada del camposanto, sin enterrar, en un ataúd metido dentro de una caja rodeada con cadenas con eslabones de plata. Nadie lo podía ver, sólo aquellas personas que mes con mes lo atienden. Sin embargo, algún curioso llevó el relato hacia el pueblo, lo cual generó la psicosis.

Algunos juraban que lo han visto volar y mujeres decían haber sido atacadas por aquel ser. Aquel suceso llegó a convertirse en un fenómeno social tan importante en aquellos años, que el Gobierno municipal tuvo que intervenir para detener aquel escándalo. La orden fue precisa: darle sepultura como a los demás cadáveres.