Caminan por los panteones y no son ánimas, miran el dolor de los demás, bajan la cabeza y muestran respeto, pues sólo son los encargados de poner en su última morada a los muertos. Los enterradores, sepultureros o “Camilos” son los encargados de palear la tierra que servirá para dar paz a los difuntos, lo hacen a costa de muchas carencias, que debido a la pena del momento y el dolor a cuestas, se pasan por alto. En el Panteón Civil San Nicolás Tolentino, en la delegación Iztapalapa, don Humberto Jiménez, es uno de los sepultureros de mayor antigüedad en el lugar -58 años-, luego de laborar en el Panteón de San Lorenzo Tezonco en la misma demarcación, y afirma que “todos tienen las mismas las carencias”. Estas personas están expuestas constantemente a focos de infección por realizar inhumaciones o exhumaciones sin la debida protección, así como a extenuantes labores de limpieza, albañilería y acarreo de agua, además de las inclemencias del tiempo; son el común denominador de sus días. “Cuando se exhuman cuerpos en época de calor, el olor es intolerante debido a la putrefacción, pero te acostumbras; en días nublados sólo huele a humedad”, afirma José Luis, ayudante de enterrador, al tiempo que destruye un ataúd con un zapapico y extrae una osamenta con las manos desnudas y sin cubrebocas. Cuchara de albañil, machete o guadaña, pala, zapapico, un marro, escoba, cepillo y lazos adquiridos con sus propios recursos, son las herramientas de los enterradores Salvador y Alfonso, quienes carecen de sueldo y sólo sacan lo del día con las propinas, otras veces nada. El mote de “Camilos” o “Camilitos es en honor a San Camilo de Lelis, santo que dedicó su vida a Dios y a encaminar a los enfermos a su última morada. Según don Humberto, en el Panteón de San Nicolás Tolentino, la mayoría de los “camilitos” es gente de edad avanzada que aconsejan a los jóvenes respecto a cómo hacer sus tareas, toda vez que “son labores en las que las mañas son más efectivas que la fuerza”. Cavar los huecos o fosas es un trabajo arduo que requiere palear ininterrumpidamente durante una hora u hora y media para generar un espacio de dos metros de profundidad por uno de ancho, aunque eso dependerá de las proporciones del difunto. Candelario González, con 30 años de experiencia y que también trabajó en el Panteón del Señor de la Cuevita, en Iztapalapa, destacó que como en todo negocio, el de los muertos tampoco queda exento de beneficios o daños, pues el incremento en las incineraciones repercute drásticamente en los enterramientos y “la chamba escasea”. A pesar de no contar con los apoyos e insumos necesarios, estos personajes siempre son considerados por las autoridades de Salud capitalinas en las campañas de vacunación, ya que son vacunados constantemente contra tétanos, hepatitis e influenza. Previo a los festejos del Día de Muertos, se organizan cuadrillas de trabajo para escombrar, limpiar y habilitar, espacios, veredas y tumbas, a fin de que los visitantes puedan transitar por el lugar sin contratiempos, pese a que de poco sirva ante la gran afluencia de visitantes. Al termino de sus faenas, gran parte de los sepultureros muestra respeto a los difuntos con una oración, se persignan o se dan una “friega” de alcohol, para evitar un “aire”, malas vibras o llevarse el “muertito a casa”, concluye el señor Candelario.