Once pequeños acompañan a sus madres en la cárcel, duermen, juegan y viven con ellas, parecen estar ajenos a la trágica forma como llegaron ahí, es el único mundo que conocen, quizá piensen que es normal, posiblemente sí, porque sonríen como si nada pasara, porque se sienten seguros y viven las horas más preciadas al lado de sus progenitoras, quienes sienten que quizá son los únicos seres que no las juzgan, que las ven con ojos limpios y que ven en ellas algo más que los demás, un futuro prometedor. Marcela, quien está presa por portación de arma de fuego, pues participó en los grupos de autodefensa, fue “una las comunitarias de Apatzingán, de las que detuvieron en La Mira”. Dijo que en su momento se sintió orgullosa, pero ahora ya no, “fue un trabajo en balde, supuestamente trabajábamos para el gobierno y al último nos desconocieron”. Luego, cuando mostró su celda, confesó que estaba arrepentida de participar y que sólo deseaba recuperar su vida. Está en reclusión pero compartió, “ya me acostumbré, estoy en paz conmigo, ya tengo año y medio, no me han sentenciado aún, mi bebé va a cumplir nueve meses, mi pareja está en el Cereso de Morelia, los nueve meses de embarazo estuve allá y cuando me alivié me trajeron para acá. A mi me da gusto haberme embarazado, tengo compañía de él, no me siento tan sola, y él hace que el día se me haga cortito cuando estoy con él”, pero además borda, hace punto de cruz, “a veces nomás lo hago para mi familia, pero no vienen a verme”. Las niñas y los varoncitos no saben que estarán viviendo en este paraíso perdido, únicamente hasta los cuatro años, nada más, algunos nacieron aquí, y aunque pueden visitar a sus abuelos, a otros familiares y luego regresar a los brazos de sus madres, en muchas ocasiones prefieren permanecer con ellas pues cuando llega el domingo y tienen que salir, lloran por no hacerlo. Marlene de 24 años, mamá de una niña de 10 meses de edad, dijo que tiene sentimientos encontrados porque quisiera que su hija esté en libertad con sus abuelos, pero la pequeña sufre cuando se separan, tiene otra nena de tres años que, al contrario, no quiere estar con ella, “pero es mejor, porque aquí somos muy mal habladas y no me gustaría que viera eso”. Son cuatro horas las que permanecen en guardería, donde son alimentados y reciben cuidados de educadoras y trabajadoras sociales que se han encariñado con ellos, el espacio es reducido, pero el ambiente inmejorable, están rodeados de juguetes, música y sueños, desde las nueve y media hasta las 13 horas, juegan en su andadera, cantan y emprenden aventuras imaginarias. Sus madres llegarán antes de la hora de comer, es la mejor parte del día, cuando se vuelven a ver, es un momento de fiesta, no importa si son procesadas o sentenciadas, en este sitio y a esta hora, no son más que madres, olvidan que tienen que purgar una pena, por fin los menores están en sus brazos. Algunas han aprendido a ser mamás detrás de las puertas del Centro de Rehabilitación Social (Cereso), como Élida C., quien tiene un bebé de dos años y medio, “yo llegué aquí embarazada, mi bebé nació aquí, él no está preso, sale con mis papás y mis cuñadas”. Describió que les pasan la lista a las 8 de la mañana, “me levanto para traerlo a la guardería, yo estoy en un taller de costura, esa es ahorita mi ocupación, me gusta mucho, cuando está aquí aprovecho para lavar”. Agregó que tiene el apoyo de su esposo, de sus papás y de toda su familia, “me involucraron en un secuestro, yo debería estar en el centro de alto impacto pero gracias a las autoridades estoy aquí, “porque tengo al bebé me dejaron más tiempo quedarme aquí, todavía no me sentencian, estoy en proceso”. Otras mujeres más, tienen un nuevo retoño, pero ya tienen hijos que pocas veces ven, tal es el caso de Griselda de 28 años, ella está por robo calificado, “me siento totalmente diferente, mi bebé me cambió la vida dentro de este lugar, yo me embaracé aquí, mi novio está en el Cereso de al lado, llegamos por casos diferentes, yo lo conocí aquí, fue un poco complicado conversar con él, fue por medio de señas, cartas y así. Al hacernos novios metimos papeles y nos permiten la visita conyugal, él sale en dos años, la verdad si estoy muy enamorada”. Gris considera que “no hay como estar libre, mi familia no me viene a ver, tengo otras dos hijas, una de ellas está en la secundaria, son muchísimos gastos, son de pocos recursos, están un poquito enojados conmigo, pero saliendo voy a arreglar las cosas; ya voy a cumplir mi sentencia, en febrero salgo, después de nueve años y tres meses”. Yoali tiene 30 años, aseguró que está ahí, “por un delito que me cuadraron, muchas veces son hasta nuestros propios familiares los que se prestan para esto, la libertad no tiene valor, es invaluable y es lo más importante que tenemos”. Está procesada por secuestro, “tengo una niña aquí, tiene once meses, llegué embarazada, pero también soy mamá de un niño que tiene 8 años, él viene en vacaciones a verme, los miércoles y los domingos siempre viene”. Luego de considerar que el servicio de la guardería es de excelente calidad y que les dan un trato “muy bueno porque son muy humanos y están muy interesados en nosotros y nuestros hijos”, afirmó que está contenta, “aunque lo estaría más si estuviera en libertad, pero ¿ya qué?”. Puedes encontrar el reportaje completo en la edición impresa de La Voz de Michoacán de este 25 de noviembre del 2015.