Ciudad de México.- La literatura latinoamericana no se puede concebir sin el gran aporte de novelas como “Cien Años de Soledad” o “Crónica de una muerte anunciada”, obras maestras del escritor colombiano y periodista de vocación Gabriel García Márquez, quien hoy domingo habría cumplido 89 de edad. Aunque en una y otra obra las temáticas y el estilo de elaboración son diferentes, encuentran su similitud en la forma en la que autor se aproximaba a la realidad, la que él consideraba, era la verdadera esencia del periodista. “En mi caso son las mismas: tanto para la literatura como para la política y para el periodismo. Entonces yo considero que mi primera y única vocación es el periodismo”, decía el autor, según lo recuerda la Secretaría de Cultura federal. Así lo afirmó desde temprana edad y al oficio se dedicó como reportero en los diarios colombianos “El Universal” y “El Heraldo” y fue corresponsal en París y Nueva York, antes de entregarse por completo a la creación literaria, camino inaugurado con la novela breve “La hojarasca”, en 1955. En esta historia figura por primera vez el mítico pueblo de Macondo, recreado en la mente del autor y que también fue escenario del éxito mundial “Cien años de soledad”. En 1961 publicó “El Coronel no tiene quien le escriba”, un año después reunió algunos cuentos bajo el título de “Los funerales de Mamá Grande” y luego la novela “La mala hora”. Hacia la década de los 60, fijó su residencia en este país y en una ocasión de viaje hacia Acapulco con su esposa Mercedes y sus dos hijos, García Márquez contó que, como una revelación, encontró el tono que necesitaba para contar la gran novela que tenía pendiente desde los 18 años. “El tono era contarlo como contaba las cosas mi abuela. Porque yo recuerdo que mi abuela contaba las cosas más fantásticas, y lo contaba en un tono tan natural, tan sencillo, que era completamente convincente. Y entonces no llegué a Acapulco. Regresé y me senté a escribir Cien años de soledad”, señaló en repetidas ocasiones. El éxito le llegó al escritor a los 40 años de edad, tras la publicación en 1967 de la obra por la que posteriormente recibió el Premio Novel de Literatura en 1982 y que fue considerada por Pablo Neruda como “la mejor novela que se ha escrito en castellano después del El Quijote”. Esta y otras de sus novelas e historias cortas se inscriben en el “Boom” de la literatura hispanoamericana, en ellas combinó elementos fantásticos y de la realidad para generar un mundo de abundante imaginación que refleja la vida y conflictos de lo cotidiano. Después vinieron otros libros como “El otoño del patriarca”, en 1975, que constituiría la novela preferida del escritor, los cuentos “La increíble historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” (1977) y “Crónica de una muerte anunciada” (1981), considerada por muchos como su segunda obra maestra. García Márquez incursionó también en el teatro con el libreto “Diatriba de amor para un hombre sentado”, que data del año 1987, y su pasión por el cine se reflejó en la participación que tuvo durante en la realización del cortometraje “La langosta azul” en 1954. Y en algunas otras adaptaciones de cintas como “El gallo de oro”, “Tiempo de morir” y “Edipo Alcalde”, además de los guiones para película que realizó de “En este pueblo no hay ladrones”, “Juego peligroso”, “Patsy, mi amor” y “Presagio”. El legado literario del colombiano incluye también los títulos “El amor en los tiempos del cólera”, de 1987; “El general en su laberinto”, de 1989; “Doce cuentos peregrinos” de 1992; “Del amor y otros demonios” de 1994, y “Noticia de un secuestro”, de 1997. Su actividad literaria culminó en el 2004 con la novela “Memoria de mis putas tristes”, que causó gran conmoción al abordar un romance entre un hombre de 90 años y una adolescente. Hacia el 2005, el escritor señaló en entrevista que se tomaba un año sabático y que no había escrito “una sola línea”, en cambio había descubierto el placer de quedarse en la cama leyendo. Nueve años después, el 17 de abril de 2014, Gabriel García Márquez falleció en su casa de la Ciudad de México. Fue despedido con un Homenaje en el Palacio de Bellas Artes, que se pintó de “Cien años de soledad”, vallenatos y mariposas amarillas, con la presencia del secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, y los presidentes de México y Colombia, Enrique Peña Nieto y Juan Manuel Santos, respectivamente.