Mateo Calvillo Paz Los programas de la tele y los dispositivos hacen al hombre niño, juega y es inconsciente de los grandes desafíos y la suerte de la humanidad. Leer los signos de los tiempos es entender la el presagio de las catástrofes. Para quien tiene fe en Dios, es entender las señales del Señor de la historia. No podemos vivir siempre en la vida fácil, la diversión, el placer inconscientes e irresponsables como niñotes. No podemos hacer mecánicamente nuestro trabajo de cada día sin pensar nunca, como máquinas, perdidos en la vorágine de la vida. Debemos tener una visión profunda del hombre, de su realidad integral en el tiempo y más allá, en el espacio y su trascendencia. Debemos filosofar. Debemos saber que el hombre es un ser contingente y precario, no es necesario ni indispensable en la creación, vive lleno de limitaciones, envejece y muere irremediablemente. Es tan pequeño y desprotegido frente a los fenómenos naturales enormes y terribles, como un temblor o un huracán, que no domina, frente a las fuerzas de un destino más grande que él. No hay que ser catastrofistas, sólo hay que hacer frente a la realidad, asumir que las catástrofes suceden. En el mundo no todo es ji jiji, ja jaja, la vida no siempre es fácil y no todo es color de rosa. Debemos tener siempre presentes nuestra condición frágil y pasajera en este mundo, nuestra tarea, nuestro destino aquí y en la vida verdadera e inmortal. En la fe se entiende con toda claridad el sentido de la prueba y del dolor, de las devastaciones y la muerte. Los temblores, por ejemplo, no son castigo de Dios. Dios castigaría sólo los pobres, o a ellos con especial crudeza. Los ricos, en sus casas, que son como fortalezas, tienen un castigo diferente del de los pobres, apenas se ven tocados. Los temblores son una manifestación de las fuerzas de la naturaleza que no obedecen al hombre y revelan su condición precaria y mortal. Hay otras calamidades más terribles y persistentes que los temblores, la ola de violencia, impunidad, desamparo, de sangre derramada y muerte que vivimos cada día. Como ante el temblor estamos desprotegidos, la desgracia nos aplasta. No hay nadie que proteja al pobre, al inocente, no tiende a dónde acudir porque no tiene respuesta de la autoridad que no pone en orden a los criminales que golpean a placer. Es una situación que no podemos entender ni aceptar porque depende de la libertad del hombre y de su decisión, especialmente de las autoridades el detener esta situación catastrófica y crear una situación de paz para todos, efectiva y verdadera. No podemos vivir en la ilusión y la mentira. No nos pueden hacer creer que las autoridades todo lo hacen bien, en favor de los pobres, que vivimos en primer mundo, en el mejor de los estados. Un sabio de la humanidad, Pablo de Tarso, discípulo de Jesús recuerda que la catástrofe viene: “cuando toda la gente esté diciendo, qué paz, qué seguridad”. Los temblores, eso sí, son señales de Dios, es una tarea del hombre sabio leerlos y entender el mensaje, si es creyente con mayor razón. Los temblores se repiten, Costa Rica, Irán. La ola de inseguridad y muerte hace víctimas todos los días en nuestros pobres pueblos y ciudades. El pueblo gime calladamente en el luto y la muerte. Debemos entender la advertencia de lo alto. El creyente entiende la señal de Dios que lo orienta a su destino temporal y externo. Es un llamado a la conversión, a la recuperación de la conciencia moral con sus valores universales, un código de ética. La primera reforma es la del hombre para acabar con el ser de corrupción y crimen. La conversión es vigilancia, estar preparados para entrar en la vida verdadera, definitiva, en el mundo de las ideas diría Platón, cuando lleguemos a la presencia del Juez Eterno. Debemos leer las señales de Dios. Entender lo que nos hace bien, orientar nuestra vida a los bienes verdaderos, estar atentos a la prueba definitiva de la muerte para entrar a la vida sin sombra y sin ocaso, al mundo de la realidad después de este mundo de sombras, pobrezas y dolor.