Ciudad de México.- Considerado uno de los oficios más antiguos en México, la laudería, arte que se encarga de la construcción de instrumentos de cuerda, es una profesión que se niega a morir. Surgidos en México a principios del siglo XVIII, derivado de las técnicas traídas de Europa, los centros de formación del gremio son un tanto desconocidos en el país, lo que se traduce en una escasa oferta de instituciones que se dediquen a la construcción y reparación de estos instrumentos. En un principio los especialistas en el ramo eran considerados en el gremio de trabajo de la madera, junto a la carpintería y la ebanistería, luego apareció la gente que repara guitarras, conocidos como “guitarreros”, pero no es lo mismo, consideró Angélica Rosales Reyes, titular del Taller de Laudería del Centro Cultural Ollin Yoliztli, en la capital mexicana. Afirmó que las reparaciones y restauraciones que se hacen en México, no son profesionales, toda vez que lo que se adquiere en el país, proviene de fábrica y no hecho a mano, como lo hacen los lauderos. “De alguna otra forma, hay personal que se dedica a hacer este trabajo de forma empírica, no es tan profesional como debiera, pero sacan del problema a los músicos”, dijo la también chelista, quien asegura que en el país, las restauraciones y reparaciones que se hacen “son de buen nivel, no tanto como lo que hacen ingleses o franceses, pero los mexicanos somos talentosos”, aseguró. El factor es que a México no llegan instrumentos de calidad, sino que se repara instrumentos de fábrica; no hay instrumentos que sean catalogados como piezas históricas, hechas a mano. Acotó que no todo el mundo que desea estudiar laudería tiene la paciencia y el espíritu para dedicarse a este arte que requiere de entrega, largas horas de trabajo y amor por la fabricación de instrumentos de cuerda: violines, violas, chelos y contrabajos. “Lo más complicado de la laudería -opinó- es tener ese espíritu de dedicación, porque al principio, como en cualquier profesión, es un poco laborioso o tedioso de aprender el manejo de las herramientas y a algunos alumnos no les llena tanto, ellos quieren llegar y hacer de inmediato violines. “El principio es lo más complicado, pero es ahí donde a uno le atrae o no, si pasó esta fase, después, es disfrutable el trabajo”, señaló, al tiempo que dejó en claro que para aprender este arte es necesario primero saber afilar la herramienta. “Ahí está la clave”, dijo. “Se trata de algo importante que lleva tiempo y es tedioso. Tuve hace tiempo a un joven y me dijo que estaba en el lugar equivocado porque él deseaba hacer violines y refirió que lo que hacía, mejor se lo daba al afilador. Y le dije: esta herramienta que tienes que afilar, es el 90 por ciento del trabajo que tendrás que hacer, en cuanto a trabajo, rapidez y calidad”. Rosales Reyes comentó que es así como la gente se va descartando; ”y uno tiene que ver si las personas tienen paciencia y asimilar los pasos que debe llegar hasta donde debe”. En 1954, el Instituto Nacional de Bellas Artes creó la Escuela Nacional de Laudería con el maestro italiano Luigi Lanaro, quien vino a México para enseñar el arte de fabricar y restaurar instrumentos; años más tarde, en la década de los 60, la escuela se desintegró con el retiro de Lanaro. Años más tarde, en octubre de 1987, se estableció nuevamente la Escuela Nacional de Laudería en la Ciudad de México, con la participación del maestro Luthfi Becker; pero fue en 1992, cuando la escuela fue trasladada a la ciudad de Querétaro, donde actualmente funciona. Se trata de una de las tres escuelas en laudería que existen en América Latina, la única en México y que mantiene viva una tradición de 400 años. Reyes Rosales reveló que quienes concluyen sus estudios en esa escuela, abren sus propios talleres particulares, “porque no hay muchas instituciones que acojan esta profesión”. Según datos históricos, el oficio de la laudería surgió en Italia y tiene a sus principales precursores en Nicoló Amati, Antonio Stradivarius y Andrea Guarnerius, en los siglos XVII al XVIII.