Las panaderías de la antigua Valladolid

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Paola Franco/La Voz de Michoacán.
Los olores a pan casero, recién salido del tradicional horno de leña, caracterizaban al Barrio Carrillo, donde las panaderías de la antigua Valladolid se concentraban, como recuerda don Manuel López quien detrás de un mostrador de una de las tiendas más antiguas de la zona, trae a flote algunos recuerdos de infancia.

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Era la zona de las panaderías, el barrio donde al entrar a las reposterías pedían “besos”, “trompadas”, “abrazos”, “mordidas” y más piezas de pan que ocupaban los mostradores de los edificios coloniales.

Donde ahora se sitúa una conocida tienda naturista, frente a la Plazuela Carrillo, hace algunos ayeres se encontraba la famosa panadería “El 15 de Agosto”, de don Secundino Cerda, mientras que del otro lado, estaba “La Marina”, que después paso a ser el Diario de Morelia.

Así como don Manuel López “de chiquillo” disfrutaba ir a las panaderías, ver cómo iban sacando las piezas del horno, en la memoria colectiva de la Ciudad de las Canteras Rosas el recuerdo de sus panaderías tiene su sitio asegurado.

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Hace 50 años, era el auge de estos espacios que además eran un espacio para platicar con los vecinos, enterarse de los nuevos proyectos o los problemas recientes del barrio.

Como hace constar don Samuel Herrera Delgado en su libro Barrio de Carrillo de Morelia, una de las calles donde desde “muy tempranito” el ambiente era impregnado por el olor a pan, era la calle Abasolo, antes Tercera de Tacámbaro.

A una cuadra del Río Chiquito, sobre dicha calle, estaba la panadería “Los Gallos” de don Moisés Ramírez, quien era ubicado por su distintiva elaboración de pasteles, su repostería fina era entregada en diferentes tiendas de la ciudad moreliana.

La continuidad a tan afamada panadería, estuvo en manos de su hermano Tito  Ramírez, quien se situó en la calle Lago de Chapala.

En esa misma calle, esquinada con Abasolo, se encontraba la panadería de don Agustín Rangel, donde cobraron fama los aún conocidos “puerquitos”; harina, granillo, manteca, piloncillo y carbonato eran los ingredientes de la solicitada pieza de pan.

Así lo recuerda don Samuel Herrera: “Los moldes de figuras de puerquitos eran de hojalata. Este singular alimento lo consumía generalmente la clase de menores recursos, por lo barato que era, cinco o diez centavos, pero además era riquísimo con café o atole y más aún con un buen vaso de leche, cuando había forma de darse este lujo”.

La panadería de don  Agustín Rangel pasó a manos de su hijo Pedro Rangel Centeno, quien mantuvo el toque que atraía a varios trabajadores que llegaban en sus bicicletas para abastecer sus canastos con este pan.

Como ayudante de la panadería, don Samuel recuerda que la jornada de trabajo empezaba a las cuatro de la madrugada, previa preparación de la masa, unas horas antes; la labor era acompañada con música de estaciones del Distrito Federal.

Los Panchos, Los Diamantes, Los Delfines, los Hermanos Martínez Gil, entre otros artistas de la época, resonaban en esa y más panaderías que con un ambiente placentero, procuraban mantener su jornada laboral.

La leña de los arrieros que bajaban de Jesús del Monte, llegaba a los hornos, dando un sabor especial a las piezas. Era madrono, encino y pino lo que más se consumía para aquella forma de hacer las chilindrinas, camelias, puros, catrinas, ojos de buey, libros, campechanas, vesubios, conchas, gendarmes y más piezas.

También en Abasolo, estaba la panadería “Los Balazos”, cuyos dueños salían de vez en cuando con sus escopetas al hombro, los aficionados a la cacería llamaban la atención de los vecinos cuando “bien equipados” salían rumbo a la sierra en búsqueda de un conejo o un venado.

“La Santita” era otra de las panaderías de la zona, “La Sultana” fue otra más, que por 48 años se mantuvo en la ardua labor del ahora llamado “pan artesanal” o “casero”. El dueño, don Benjamín García Rojas sigue haciendo pan, hoy en día.

Letreros como el de “La Providencia” o el del “El Carmen” que después pasó a ser “La Espiga de Oro” se leían en el Barrio Carrillo, donde la especialidad en hacer bolillos se la llevaba la panadería “El 15 de Agosto”.

Era precisamente cada 15 de agosto cuando los morelianos hacían un gran paseo familiar, en el Día de Santa María las familias acudían a la tenencia con el mismo nombre, siendo la Plazuela Carrillo el centro de encuentro para partir al “pueblo” cercano a Morelia, donde los dueños de la panadería “El 15 de agosto”, ofrecían una comida rica en harina de trigo.

Citas dobles:

Samuel Herrera Delgado, recopilador de historias de la colonial ciudad.

“La panadería ofrecía una comida en Santa María de Guido, consumiendo el exquisito mole preparado por doña Natalia Ramírez. Al pasar de los años dejan de existir don Secundino y doña Natalia, su hijo el contador Secundino Cerda se hizo cargo de la panadería…El 12 de diciembre de 1988, terminó la tradición de la panadería El 15 de Agosto”

“La panadería de tradición en el Barrio de Carrillo era El 15 de Agosto, fundada en 1902 en la esquina de Manuel Muñiz y Calzada Juárez por don Teodoro Ramírez y su esposa María Trinidad Martínez…trabajaban en esta panadería personajes como Pedro Sánchez Pérez que fue un gran boxeador de Carrillo…don Secundino era otro trabajador que más tarde se casó con la señorita Natalia Ramírez, hija de don Teodoro, y continuo con la tradición”