Jaime Darío Oseguera Méndez Es muy común identificar al movimiento de 1968 como el parteaguas en la historia política de nuestro país. Antes y después del 1968 podemos entender y analizar la política, pero también la vida cotidiana de México. El movimiento estudiantil de ese año, sin planteárselo como un objetivo inicial, fue directamente responsable del cambio de régimen político. México vivía un sistema de partidos en realidad testimonial, es decir, donde los oponentes al PRI sólo obtenían unas cuantas posiciones del amplio inventario de cargos de representación popular en todos los ámbitos. El Congreso de la Unión, las legislaturas locales, gubernaturas y Presidencias Municipales, todas estaban en posesión del partido hegemónico. Decía Juan Linz un conocido Sociólogo de la política, que en México había democracia todos los días, menos el día de la elección y probablemente tenía razón. A pesar de la concentración de poder, no había inmovilidad política. Ganaba el PRI, pero no necesariamente eran los mismos siempre. La gran virtud del sistema fue que se respetaba el dogma de la no reelección y ningún Presidente se atrevió a romperlo. He sostenido siempre que esa es la razón por la que México ha sido de los pocos países en el continente donde no hubo golpe de estado ni levantamiento militar. Es cierto, había un partido hegemónico y el poder se ejercía de manera autoritaria, como sucedía en otros lugares del mundo, pero había movilidad política. Por esas mismas fechas los Estados Unidos no permitían a los negros entrar a restaurantes, escuelas o universidades y la segregación racial es una de las etapas más dolorosas en la vida política de ese país. En la cortina de hierro, integrada por los países del bloque soviético, la gente desaparecía a la menor sospecha de ser disidente del régimen. En la mitad de los países de América Latina había dictaduras militares y gobiernos dictatoriales. África vivía aún el auge del Colonialismo y apenas un puñado de países habían logrado su independencia. Mal de muchos, consuelo de tontos. No digo que como en otros países había peores gobiernos, el nuestro era aceptable. Lo que sí es cierto es que, a pesar del centralismo, se vivía una época de movilidad social que no hemos vuelto a experimentar. El país estaba creciendo a tasas aceleradas y había oportunidades económicas para las clases medias. Los hijos de esas clases medias en movimiento fueron la base del cambio. El movimiento estudiantil de hace cincuenta años coincide con las reivindicaciones planteadas en el mayo francés: seamos realistas, busquemos lo imposible. Las utopías estaban en el horizonte y había que cambiar el mundo, pero Díaz Ordaz no simpatizaba mucho con la idea. El régimen cambió porque se abrió. Unos años después del movimiento estudiantil se planteó la necesidad de establecer la representación proporcional en el Poder Legislativo. Había que permitir a los partidos distintos al PRI el acceso a la Cámara de los Diputados y la fórmula la diseñó un mexicano ilustre, genio de la política y brillante intelectual Don Jesús Reyes Heroles. Como no había apertura, muchos estudiantes del 68 se plantearon la vía de las armas para transformar el régimen. Reyes Heroles advirtió que había que llevarlos a la política y sacarlos de la guerrilla. Entre otras cosas también por eso no tuvo un mayor auge la guerrilla en México. Cuba no apoyaba movimientos en nuestro país y la vía de acceso a la representación se abrió para que los partidos opositores pudieran expresar su manifestación en contra de sistema por la vía legal. Una buena parte de la explicación fue el movimiento del 68. Porque el sistema tuvo miedo de que esos jóvenes reprimidos por el ejército, voluntariosos, llenos de vida e ideales, fueran a organizarse para acceder al poder por otra vía. Un par de años después, para tratar de lavar sus culpas, Echeverría incluiría en su gobierno a una buena cantidad de jóvenes en cargos de representaciónpopular, muchos de los cuales a la postre fueron gobernadores, Diputados y Senadores. Lo que muy poco se ha comentado es que después del 68 también cambió el ejército, tomando un papel distinto al que jugaban las fuerzas militares en otros países de nuestro continente. El ejército se replegó a tareas de carácter comunitario y, salvo excepciones, en realidad no participó activamente en las tareas partidistas. Cambió también la institución presidencial después del movimiento estudiantil. Cierto es que pasó mucho tiempo para dejar de ser lo que después Krauze llamó la Presidencia Imperial, pero en perspectiva, al Presidente no se le criticaba, no se le cuestionaba. En aquella época el Presidente era el jefe de los Diputados, Senadores, Gobernadores, Ministros de la Corte, del partido hegemónico y en todos los ámbitos del poder se respetaban sus decisiones. Hoy es muy distinto y ese cambio inició en el 68. Es increíble la ausencia de poder que tiene por ejemplo el actual Presidente Peña. Está claro que se trata de los últimos días y a propósito dejó la silla vacía para que el Presidente Electo ejerza desde antes el poder, pero los memes, la burla en redes sociales, la crítica que hoy se ejerce contra el Presidente es inédita. Si Díaz Ordaz viviera, se muere del coraje. Justamente el tema es que las estructuras mentales del poder han cambiado. Hoy los gobernantes están expuestos al escarnio popular y a la crítica intensa. Los medios mismos han cambiado de manera dramática. En esa época nadie podía hablar mal del Presidente. Caía en completa desgracia. Hoy se ejerce una crítica constante a las acciones del Presidente y de los gobernantes en general. Sucede en tiempo real con el acceso a las redes sociales, de tal manera que el desgaste del gobierno es mayor. No obstante, lo anterior, hoy hay más corrupción que en ese momento; en eso también cambiamos, pero para mal. En fin, se han cumplido cincuenta años de la matanza de Tlatelolco. Empiezan a morir los protagonistas y se ha comentado lo suficiente de ese evento. En el fondo, lo importante es que, como consecuencia de ese proceso, el país se transformó, la democracia se abrió y muchas de las libertades de las que hoy gozamos, tienen su origen en el movimiento estudiantil de 1968. Le debemos mucho a esos muchachos que murieron o expusieron sus vidas por un cambio. Lo lograron.