Leopoldo González El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), más acá de que tenga la buena intención de hacer bien las cosas en el país (el asunto de gobernar no es sola y únicamente un asunto de buenas intenciones), registra muchas disonancias cognitivas del más diverso orden y calibre en su interior. Aunque la disonancia consiste en el envío de dos o más señales incompatibles o contradictorias al mismo tiempo, sobre un mismo hecho o tema, también se la podría definir como el acto de decir una cosa con rollo, con discurso, y afirmar otra muy distinta con actitudes y procedimientos que no concuerdan con lo dicho o aseverado. Esta dislocación de sentido y de categoríasque llamamos disonancia, es lo que ha regido la actitud y el formato de comunicación política de la mayoría de los integrantes de ese partido desde el 1° de julio, y es, desafortunadamente, lo que preocupa y confunde a la opinión pública respecto de lo que realmente será capaz de hacer Morena con el poder -con casi todo el poder- en sus manos. El que Morena sea un partido o sea un Movimiento, lo cual es una primera disonancia de gran consideración, pasa a un segundo término ante la ilación hilvanada de varias otras disonancias, como las que en días recientes han provocado la indignación, cuando no la repulsa y la desaprobación pública. El hecho de que Morena haya manejado y maneje aún una posición contra el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el de Texcoco, es entendible porque corresponde al trazo ideológico de un populismo tardío, definido en su núcleo por un discurso antiempresarial, antidesarrollista, antiindustrial, antisistema. No obstante, al calcular que la aprobación o no de las obras del nuevo aeropuerto podría significarle costos políticos inmediatos al nuevo gobierno, su círculo central ha decidido -¡ah, las viejas trampas del viejo asambleísmo democrático!- transferir la decisión principal sobre esa obra a una tercera voz: la de un “pueblo sabio” sediento de ser “consultado”, para que sea él el responsable ante la historia y quien pague los costos del discurso y los “platos rotos” que resulten de tan malhadada aventura. Las disonancias de este asunto son varias, pero quizás la principal es que es un tema técnico, de expertos en la materia, no de aficionados del último vagónni de recién llegados al calenturismomental del último combate. El que Morena haya soltado y suelte aún filípicas y encendidas catilinarias de impecable manufactura populista contra el fasto de los ricos, el exceso de los poderosos y el dispendio en que suelen incurrir los socios y beneficiarios directos de “la mafia del poder”, es algo que figura en los genes ideológicos y en la dignidad indignada de los “compañeros de viaje”. La disonancia en este tema (“hoy somos todo aquello contra lo que hace veinte meses luchamos”), radica en el contraepígrafegeneracional de la boda fifí deCésar Yáñez y Dulce Silva, quienes de un plumazo en la revista ¡Hola!, con un promedio de 12 millones de pesos y unos cuantos miles de flores bajo pedido, sepultaron filípicas y catilinarias que traían ecos de otro tiempo muy cercano. Casi en trance de amnistía verbal hacia su muy cercano colaborador, Andrés López justificó: “¡No me casé yo!”. La cancelación de los foros de pacificación y reconciliación en cinco estados de la República, bajo el “argumento” de que un grupo de notables(sic) procesaría, clasificaría y sistematizaría la información y las propuestas ya recibidas en los encuentros realizados previamente, no fue ocurrencia de un inexperto sino una decisión calculada: esos foros no estaban sirviendo para el fin estratégico que se había diseñado: es decir, como escenario para detonar la catarsis de los familiares de víctimas de la delincuencia e inducir cierto culto a la personalidad; en realidad, comenzaron a ser foros de exigencia, de crítica y protesta frente los gobiernos saliente y entrante, lo cual les quitó el discreto encanto de su diseño original. La disonancia de este asunto radica no sólo en la cancelación misma de estos foros, sino en el hecho de que un gobierno entrante que debe su legitimidad a “los de abajo”, a la sociedad civil, se comporte como un gobierno de “los de arriba”, ajeno a la sociedad civil. Y así como en estas materias, en lo tocante a los foros que buscan construir desde abajo un nuevo modelo educativo, donde los enfrentamientos magisteriales han sido la constante, las cosas no le están saliendo bien al equipo de gobierno que habrá de estrenarse el 1° de diciembre. Si hace dos décadas, respecto al tema generador de los problemas en el país, se decía con gran certeza: “¡Es la economía, estúpido!”, ahora, tomando en cuenta la babel al cuadrado que es Morena, esa expresión podría parafrasearse de este modo: “¡Son las disonancias, estúpido!”. Las disonancias que hoy se observan en Morena, están directamente relacionadas con dos malformaciones de sentido en el orden mental de esa causa: por un lado, la ambigüedad, que es incapacidad o miedo de asumir definiciones claras respecto a cualquiera de los temas de fondo de la vida pública; por otro, la falta de lógica interna en el discurso, que es incapacidad para unificar en un solo eje, bajo un mismo tono y en una sola línea de orientación la abigarrada pluralidad de discursos que es y representa Morena. Las disonancias cognitivas y temáticas de ese partido, tienen un origen: Morena, como tal, no existe; lo que hay son muchas morenas dentro de una Morena. Definir cuál será la que gobierne a México, es una tarea que pondrá a prueba a las distintas taquicardias -históricas, ideológicas, políticas- que nos caracterizancomo país.