Francisco Armando Gómez Ruiz El verano estaba caminando con su acostumbrado ritmo. En Italia, concretamente, el calor del mes de Agosto había llegado. El Papa Francisco había salido de la ciudad de Roma para encontrarse con miles de familias de todo el mundo que se dieron cita en la ciudad de Dublín, Irlanda (21-26 de agosto 2018). El panorama de este viaje en sí mismo era difícil, pues el “verde irlandés” tenía una década que había sido ennegrecido por causa del pecado de la Iglesia. El fenómeno de la pederastía habia asolado la fe de aquel pueblo que históricamente se mantuvo como uno de los principales sitios del orbe donde latía con fervor la fe cristiana. La llaga que estaba suturando, nuevamente había sido tocada, pues en Estados Unidos de América se destapó un escandaloso registro del mismo pecado eclesial en Pensilvania. El viaje era complicado, pero “El evangelio de la Familia: alegría para el mundo”, lema de este encuentro internacional de la familia, tenía que ser anunciado con fuerza por el sucesor de Pedro. El domingo 26 de agosto, mientras el viaje complicado estaba cerrándose con gran éxito, no en tierras irlandesas ni americanas, sino propiamente en el estado del Papa, en la Santa Sede, una arzobispo emérito, ex nuncio en USA, lanzó un carta pública que sacudió el mundo entero, acusando al Papa Francisco de encubrimiento de un cardenal anciano acusado de pederastía, pidiendo, osadamente, la renuncia del Papa. Así de altas las notas de la carta que a la velocidad de la luz llegó a miles de conmutadores de todo el mundo. No vale la pena mencionar el nombre del clérigo acusador, ni el de aquel otro que era el supuesto objeto de la desgracia papal, pues no es ese el objetivo del presente texto. El Papa Francisco, cruzando por los cielos europeos para regresar al Vaticano, en rueda de prensa en pleno avión, cuando se le interregó sobre aquella carta acusatoria, dijo con serenidad: “He leído esta mañana ese comunicado. Lo he leído y diré sinceramente que debo decirles esto, a usted y a todos los que están interesados: lean ustedes atentamente el comunicado y hagan ustedes su propio juicio. Yo no diré una palabra sobre esto, creo que el comunicado habla por sí mismo y ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar sus conclusiones”. Desde aquel día corrieron ríos de tinta por los canales de información del Internet. Fueron y vinieron nuevas declaraciones del ex nuncio acusador, y muchos clérigos expresaron su defensa del Papa, y un par siguieron poniendo en tela de juicio la honestidad del Sumo Pontífice. El diálogo que su estas declaraciones inician, suscita una conversación especialmente en aquellos cristianos que además de ser tales, cristianos católicos, trabajamos en espacios de “inspiración cristiana”. Dicha conversación, que es a lo que mira toda publicación, conversar, se dirige directamente a nuestras conciencias para desafiarnos a vivir “relaciones públicas de oración”, donde descubramos que la mejor manera de tener éxito laboral, ya que somos cristianos católicos que trabajamos en espacios públicamente reconocidos como católicos, es siendo contundentes con los valores del Evangelio que animan nuestra vida y nuestra labor. Los católicos generalmente ponemos como pretexto para justificar nuestros pecados, que cuando nos desempeñamos laboralmente en ambientes “laicos” nos dejamos arrastrar por el demonio de la mundanidad (Cfr. Papa Francisco). Pero las tentaciones no disminuyen cuando tenemos la oportunidad de laborar en trabajos de inspiración cristiana. La persecución más sangrienta que una persona o institución puede sufrir, es aquella de los propios hijos, de los que han estado cerca del corazón, ganándose la confianza, para un día pisotear el amor. Todos tenemos derecho a expresar nuestros desacuerdos, pero los canales siempre deben ser los justos, de lo contrario simplemente se busca generar polémica que no logrará purificar ni aumentar la fe, sino perder la de aquellos pequeños que están fuera de contexto. No debemos repetir, en sitio alguno, la historia del arzobispo emérito citado con el Papa. Si alguna inconformidad hay que expresar, o de alguna duda salir, buscar siempre el encuentro personal, que será siempre más fructífero.