José Luis Ceja/La Voz de Michoacán Jiquilpan. Integrantes de las comunidades indígenas de Jiquilpan y Totolán afinan ya los detalles para los arranques de las tradicionales Danzas de Los Negros que, por separado, conmemoran la veneración de imágenes religiosas y la remembranza de los enfrentamientos con los esclavos africanos. En Jiquilpan, de acuerdo al historiador Álvaro Ochoa Serrano, la Danza de los Negros, a pesar del actual enfoque religioso, la danza encuentra sus orígenes en las formas de protesta ante el ataque que los esclavos africanos hacían a las sementeras y comunidades cercanas a la Hacienda de Huaracha. Desde 1593, cuando se da el otorgamiento de merced de los terrenos de la comunidad indígena de Huaracha a Juan de Salceda se afectaron vidas y tierras de esta parte de la nación con este otorgamiento de merced que pasó a estancia ganadera y después a una hacienda que en poco más de 32 años logró ser la propietaria de más de 200 mil hectáreas. (1) De 1593 a 1900 a base de la compra de otras haciendas y despojo de tierras a comunidades indígenas, la última a la actual comunidad de Totolán, en Jiquilpan en 1900, diez años antes de la Revolución, la hacienda Huaracha-Jocumatlán (Cojumatlán) fue el referente de comerciantes, campesinos y ladrones. Las haciendas fueron factor determinante de cambios en todos los ámbitos imaginables, desde la actividad económica hasta la regulación en la densidad poblacional y la desaparición de poblados enteros;, con el crecimiento de las haciendas en la época inmediata posterior a las estancias ganaderas vino también una reducción más que considerable de la mano de obra casi gratuita que significaban los indios ya que de 1519 a 1620 la población indígena disminuyó de 22 a apenas un millón de habitantes. Fue esto, la falta de la mano de obra nativa lo que fomentó de alguna manera la introducción en la Nueva España de gran cantidad de hombres y mujeres de piel más que canela. Si bien, los negros traídos al Nuevo Mundo venían en calidad de esclavos, la Hacienda Huaracha rompió el paradigma y los destinó a labores de control de la cada vez menos existente raza natural del territorio conquistado y para 1800 la población africana en La Colonia se estimaba en cerca de un millón de habitantes. “Esto, la danza, esto es una representación de la comunidad indígena de Jiquilpan, respecto a los negros de la hacienda de Guaracha (Tenencia de Emiliano Zapata en el municipio de Villamar) de cómo los negros trataban a los pueblos indios de los alrededores”. Traídos en su mayoría de El Congo, Angola y Cabo Verde, la introducción de negros al antiguo reino de Michoacán comenzó a incrementarse a finales del Siglo XVI y mediados del XVII en la medida en que se intensificaba el cultivo de la caña de azúcar, aumentaban las plantaciones de añil y se establecían más estancias ganaderas; el investigador señaló que la Danza de Los Negros es también una metáfora de cómo el ganado de la hacienda de Guaracha destrozaba las sementeras de los pueblos cercanos a esta hacienda. De acuerdo a Ochoa Serrano, para 1660 la hacienda de Guaracha contaba con una población esclava numerosa para el servicio de 14 de las 22 casas en la hacienda y la mayor parte de los esclavos se ocupaba en la casa principal: “Mientras los hacendados, mayordomos y caporales se echaban ‘con alguna frecuencia en posesión de los terrenos’, los esclavos de San Juan Guaracha los perturbaban (a los pueblos indios) con mucha mayor frecuencia en la posesión de sus mujeres” Actualmente la danza es diferente a lo que fuera en su origen de acuerdo al investigador este es un fenómeno normal ya que cada generación da a esta danza su enfoque muy particular: “De niño, cuando regresamos a Jiquilpan, me tocó ver la danza cuando los negros chicoteaban y cuando La Cuerita (danzante principal) agarraba parejo, no sólo a los de la danza de los negros sino a la gente; esto fue más o menos en 1950; pero los señores grandes, que me llegaron a platicar que antes era peor, eran más terribles los negros”. La danza de Los Negros está integrada por varones, de la comunidad indígena de Jiquilpan quienes para danzar pagan una aportación económica; en esta danza, salvo el permiso de los integrantes de la Cofradía del Niño Dios, no está permitida la intervención de las mujeres. Los hombres portan máscaras hechas de madera de árbol de huaje o de palma y visten ropa con botonadura charra; la máscara lleva un tocado llamado montera hecho de cuero de borrego o becerro que es cosida a la máscara de madera y adornada con flores de pascua, que acá se llama Noche Buena. Los festejos de esta danza en Jiquilpan, a diferencia de la que se da en la comunidad indígena de Totolán, inician el 24 de diciembre con la visita y danza a todas las iglesias, templos y parroquias del municipio y durante un mes y medio danzan en casas de la localidad donde existen mandas. Los festejos concluyen el 2 de febrero con la fiesta de la candelaria que se venera en una pequeña capilla en el centro de la población.