Secreto a voces

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La corrupción

Rafael Alfaro Izarraraz

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La mejor definición de la corrupción es aquella que establece que ese tipo de actos constituyen eventos de poder, en la medida en que la apropiación indebida de recursos principalmente económica implica un reforzamiento de las jerarquías y de los símbolos del poder al interior de la sociedad, entre ellos la posesión de más bienes con respecto a los otros.

El acto de corrupción, en principio, no debe limitarse a una visión unilateral que únicamente contempla a lo que podríamos llamar el aparato político-administrativo del Estado, las naciones subdesarrolladas o los clasificados como “pobres”. La corrupción es un fenómeno social y como tal abarca a la sociedad en su conjunto.

En cuanto al origen, la conjetura que aquí presentamos es que sus raíces se encuentran en los primeros actos de la fundación del Estado creado en occidente y que ha servido de modelo en todo el mundo. Entendemos, entonces, por Estado como un evento político mediante el cual quienes ocupan la parte alta de la escala social deciden crear un órgano para proteger sus intereses.

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En ese sentido el acto mediante el cual surge la corrupción, la encontramos en la constitución del Estado mismo, de acuerdo a la historia de occidente. Al constituirse en un ente cuyo propósito no es el cuidado de la comunidad política sino para proteger, según Rousseau, el interés de unos pocos en perjuicio de la mayoría.

Este modelo de Estado tiene su antecedente en el Estado hobbsiano, cuyo principio fue la renuncia del ciudadano a ejercer la defensa de sus intereses y su traslado al monstruo de El Leviatán (Esposito, en su Comunitas). La diferencia con respecto a Locke consiste en que se suprime al monstruo por la aceptación del consenso de lo que él llama la comunidad política.

El Estado siendo como lo es un medio de determinados grupos para protegerse de los conflictos consustanciales a toda sociedad basada en tremendo acto de fundación, debe entenderse que no está lejos el hecho de que dicha entidad pueda también servir para fortalecer propósitos económicos o de otro tipo, incluidos los intereses de corrientes que apuntan a los equilibrios sociales.

Lo anterior, debido a que al gestionarse un Estado bajo esas características, también se formularon las bases para que aquél se transformara en un espacio de enfrentamiento entre corrientes políticas, incluidas las más radicales que vieron en el Estado liberal una puerta que serviría para la transformación de las bases sociales y económicas de la sociedad.

Por supuesto que en cada contexto la vida institucional en que se desdobla el Estado sigue su propia lógica, de acuerdo a la biografía de cada sociedad. El discurso orientado a explicar la corrupción como un problema asociado a la historia de cada población o debido al menor desarrollo económico o cultural, no son otra cosa que discursos de posicionamiento social de uno o varios grupos sobre el resto.

La economía de corte neoliberal que se ha impuesto, utilizó el discurso de la corrupción para debilitar al Estado. Era indispensable la construcción de un discurso acerca del Estado corrupto, pero más allá de lo fundado o no de ese discurso, a nivel global, de lo que se trataba era de desprestigiar al Estado para someterlo a los designios del mercado.

En el caso de México, la constitución del Estado ha pasado por la etapa independentista y liberal del siglo XIX y, más tarde, por la posrevolucionaria. Esto matizó el tipo de Estado que se construyó en los albores del siglo XX. El contexto de los conflictos mundiales favoreció el fortalecimiento de un perfil social del Estado mexicano y de los estados en general: acopló con el Estado benefactor.

Durante el siglo XX, la corrupción fue institucionalizada y abiertamente conocida como los cañonazos de millones de pesos que se utilizaron para doblegar a los opositores, según lo narra Martín Luis Guzmán. Acá, la corrupción, se asoció directamente con el fortalecimiento y la consolidación de un poder único, aunque se quiso hacer culpable a la población cuando López Portillo nos endilgó la frase de que “la corrupción somos todos”.

La idea de que los políticos pobres son unos pobres políticos, máxima del profesor Hank, sentó sus reales en la política mexicana y nadie se quiso quedar a la zaga. Aquí hablamos de que el ejercicio de la política sirvió para que la apropiación de la riqueza de la administración pública sirviera para la formación de jerarquías sociales y claramente políticas en favor del partido único y de algunas capas sociales que se beneficiaron de esa triste historia.

AMLO y Morena han sabido explotar políticamente ese filón de la política mexicana que ni el mismo Acción Nacional. Recordemos el asunto del toallagate que hizo volar por el aire las esperanzas puestas por la población en el gobierno de Vicente Fox. El punto es si la lucha contra la corrupción servirá para equilibrar los polos que se separan en lugar de acercarse entre quienes acumulan riqueza y quienes no lo hacen, según múltiples informes de organismos internacionales.

Creo que la lucha contra el huachicol va a convertirse en capital político del obradorismo.  Y es que no es necesario hacer tanto para posicionarse socialmente utilizando la lucha contra corrupción en este nuestro bendito y maltratado país.

Nos puede gustar o no este gobierno y sus políticas, pero hace lo que otros, por alguna razón, soslayaron.