Desafío a la autoridad

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Jaime Darío Oseguera Méndez

Pensándolo bien, tal vez el mayor problema que enfrenta nuestro país en estos días aciagos, es el desafío permanente a la autoridad. En todos los ámbitos, bajo casi cualquier pretexto; con justificación o no, nuestra actitud persistente es de constante desafío a la autoridad.

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Se ha vuelto una manera de ser, una forma de (des) organización y un mecanismo a través del cual se obtienen beneficios para personas y a veces muy jugosas ganancias para grupos.
Es obvio que los analistas y cafetólogos tienen sus opiniones y elaboran sus argumentos. Lo mismo sucede con los científicos sociales y quienes razonamos simplemente a partir de la experiencia cotidiana y el sentido común. Cualquiera que sea la explicación, nadie puede negar que el desafío permanente a la autoridad genera caos, corrupción y violencia.

Las escenas del Estado de Hidalgo donde cientos de ciudadanos a ojos de la autoridad, pinchan los ductos, extraen gasolina y la recolectan poniendo en riesgo su vida hasta perderla como finalmente sucedió con todo y la transmisión prácticamente en vivo, nos cuestionan hasta qué punto está descompuesta nuestra organización social.
El origen puede ser diverso. La pobreza, la impunidad, el hartazgo, la corrupción, la marginación, ineficiencia y varios etcéteras más, hoy nos tienen al borde de un enfrentamiento masivo de todos contra todos. En los hechos es lo que está sucediendo en la calle, porque hay un desafío permanente a la autoridad.
Esta situación se evidencia por un lado, a través del incesante aumento de los índices delictivos en todo el país por lo que se refiere a la violencia, y por lo que se refiere a la protesta legítima, en las manifestaciones de cada vez más constantes de algunos sectores particularmente los maestros y la burocracia. El nivel general de la protesta ha disminuido al ganar Morena. Ya estando en el gobierno uno esperaría que encuentran los conductos para resolver las peticiones. De inicio parece que eso ha sucedido pero el desafío permanece y tiende al alza.

Este permanente a la autoridad tiene por lo menos dos grandes vertientes: la primera, niveles altos de desobediencia que se pretenden justificar o legitiman por la corrupción de diferentes niveles de autoridad. Como consecuencia viene, en segundo lugar, el creciente desafío a la autoridad por falta de aplicación de la norma. Si no hay sanción por ineficiencia o impunidad entonces hay un claro incentivo para desafiar la autoridad. Finalmente no pasa nada o no pasa mucho.

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No confundimos la desobediencia con el delito. Son claramente dos fenómenos sociales distintos, pero en la frontera de ambos hay un hilo conductor: este repudio a las formas legales de autoridad y al ejercicio de su poder.

El concepto de poder es diferente al de autoridad. De inicio el poder implica la realización de una voluntad o deseo, que se impone de unos a otros. Es decir, la capacidad que tiene un individuo o grupo de individuos para que otros actúen de acuerdo con su deseo y se produzcan consecuencias.

La autoridad por su parte, requiere la aceptación de un individuo que reconoce en un tercero el derecho de prescribir una conducta. Aceptar la autoridad es creer en el orden legítimo de las cosas. Se obedece a quien se le atribuye el derecho legalmente fundado de ejercer el poder.

Para que no exista un desafío a la autoridad se tienen que cumplir varias situaciones que finalmente son el origen de nuestras reflexiones. Tiene que haber la convicción de que la orden derivada de la autoridad es correcta. Es decir, cuando al ciudadano tiene la sensación de que las órdenes de la autoridad surgen del impronto, la ocurrencia, frivolidad o la vil ignorancia, tienden a ser desacatadas. Esto no le da la razón a la masa ni justifica la protesta. En el origen de las políticas subyacen muchas veces presupuestos que no necesariamente deben hacerse públicos o proyectos y decisiones que forman parte de una amalgama mucho más amplios y que luego no son muy populares, pero esta sensación de que las decisiones no son correctas, es un importante revulsivo para el desafío de la autoridad.

Se cumple con la autoridad también cuando hay un sentido del deber. Existe el ciudadano que actúa de manera correcta, paga sus impuestos, coopera en tareas comunitarias, cumple con sus obligaciones, es solidario, pero cada vez es una especie menos común, porque es abusado, perseguido y fastidiado a diferencia del delincuente, el pendenciero o el evasor que constantemente se ufanan al salirse con la suya.

Los grandes tratadistas de este tema como Max Weber, nos dicen que la dominación en las sociedades contemporáneas se establece a partir de la legitimidad del orden y que el Estado se caracteriza por ejercer el monopolio de la coacción. Puede ejercerla o no, pero le pertenece ejercer la violencia para mantener el orden.

En Hidalgo nadie actuó y ahora absurdamente hasta le quieren echar la culpa al Ejército. Lo que sucedió ahí exhibe que hay ámbitos donde prevalece la ley de la selva: ni la autoridad actúa, ni las leyes se respetan, ni los ciudadanos son solidarios para protegerse a sí mismos: el desafío máximo al estado de derecho o acaso su desaparición total.

No se trata este argumento de apelar a la obediencia como solución única a nuestros problemas. No. De hecho la rebeldía es un revulsivo para el progreso de las sociedades. Hoy no vemos rebeldía sino anarquía. Antes de la obediencia mecánica, se encuentra un sentido básico de orden y éste es necesario como cemento de cualquier comunidad que pretenda mantenerse relativamente organizada. No es la obediencia de autómatas sino el consenso de demócratas. En la visión Hobbesiana todos tenemos que aportar algo para que obtener seguridad, protección y orden. Cuando no se cumplen estas premisas, se cuestiona el origen del orden y por lo tanto el sentido de autoridad.

El desafío a la autoridad al nivel delincuencial nos tiene sumidos en los más altos y jamás vistos índices de violencia. Eso que ya de por sí es grave, se acompaña por algo peor: esta sensación de que por la vía del orden, de la legalidad, no se puede construir una convivencia mejor donde todos podamos ganar y por lo tanto es mejor el agandalle, la transa, la violencia para imponerse sobre el otro.

Mención aparte merecen las causas justas. Pareciera bastante correcto desafiar a la autoridad cuando por la falta de organización de los gobiernos no se les paga a los maestros lo que ya trabajaron, a los proveedores lo que ya invirtieron, a las universidades lo que les prometieron o los estudiantes lo que los sostiene y han ganado. Es la rebeldía más peligrosa para el estatus: la que tiene como fundamento desafiar a la autoridad para lograr la justicia. Y esa cada vez aumenta más.