Eduardo Ruiz / La Voz de Michoacán. La Piedad, Mich.- El sonido de la música invade el ambiente de recuerdos, de nostalgia. Los niños corren, las mujeres platican y los hombres caminan presurosos a trabajar. Por aquí pasan miles de personas cada día. Cada uno con historias diferentes, cada uno con desconocidos, cada uno con orígenes entrelazados. Al final, casi todos son parientes. El olor es a tierra mojada debido a la lluvia que duró toda la noche y que hoy por la mañana se evapora lentamente y esa misma humedad pinta de lila la cantera que debía ser rosa. De pronto, todo parece tener vida: el quiosco octagonal luce distinto, aunque se le ve ufano, presumido hasta cierto punto, pues ya no tiene aquellos grafitis que hacían referencia al barrio de La Purísima. Pero tampoco tiene sobre sí a la banda de música que durante muchos años alegró a los parroquianos. Los veintitantos monumentos a los piedadenses ilustres parecen gritar y buscan, de alguna forma llamar la atención, buscando que alguien venga a visitarlos. Solamente palomas y pájaros de distintas especies los acompañan. Algunas gotas que surgen de la fuente saltarina, colocada en la explanada del Templo de la Purísima Concepción y que se dispersan por todas partes, terminan con la ensoñación. No existe fórmula para el olvido; lo saben perfectamente las libélulas que revolotean entre las ramas de los arboles. La historia, las leyendas y los orígenes de todo lo que sucede en esta ciudad surgió de este espacio, de éste pedazo de tierra que está convertida en un verano de cantera y pórfido. En este sitio nació todo, pero ella ya no está, se ha ido lejos, pero su perfume aun se olfatea entre las rosas de la plaza. La primavera.