Leopoldo González En materia de ignorancia, tontología y otros enredos hay grados. Hay grados, pero no sólo eso: también hay límites, que una vez que se transponen llega la sensación de vergüenza, de pena ajena, de hartazgo, de vómito. Los medios masivos, la academia, la opinión pública y las redes sociales consignaron el lunes pasado uno más de los despropósitos a que expone López Obrador a México ante el mundo: en Comalcalco, Tabasco, confundido entre las ruinas arqueológicas de la zona, hizo público (sin pudor político ni protocolos diplomáticos) que había enviado una carta al Rey de España solicitándole se disculpara con México por los hechos de la Conquista, como paso previo a un acto de conciliación entre ambos países en 2021, al cumplirse 500 años de la caída de la Gran Tenochtitlan. El incidente, que no es menor, es muy parecido a la simpleza, baratura y desparpajo con que diez días antes, en un foro gubernamental, Andrés López se autoagregó a la lista de enterradores del neoliberalismo, al declarar -motu proprio- la abolición de dicha ideología. Se podría decir que las risas de la casa de la risa pavimentaron el camino de las carcajadas que vendrían después. El asunto de solicitar al Rey de España, al jefe político del Palacio de la Zarzuela, y además al Sumo Pontífice, al jefe religioso y político del Estado Vaticano, que envíen una disculpa a México por “las heridas abiertas” de la Conquista, infligidas hace 500 años, es algo serio, muy serio. Sin embargo, el hecho de que este traspié haya ocurrido en lunes, cuando se supone que los soportes emocionales y las facultades mentales se hallan al máximo de su frescura, probablemente se debe a lo siguiente: o el poder genera aturdimientos difíciles de ocultar, o alguien en el primer círculo gubernamental no recuerda el lugar de la racionalidad y cómo funciona, o de plano hay una manifiesta incapacidad constitucional para comprender que no se comprende. Quien no comprende la mecánica, la dialéctica y el sentido de la historia (si es que alguno tiene), no comprende la historia. Luego, pretender hacer sociología histórica o filosofía de la historia sin entender con rigor la materia prima de que está hecha la ciencia histórica, suele ser debilidad de aficionados. Por eso el Rey de España, un hombre educado y con cultura, contestó la invectiva de Andrés López en términos más que puntuales: “La llegada de los españoles a las actuales tierras mexicanas hace 500 años, no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”. Esto ya lo había advertido Enrique Krauze, el historiador no favorito de Andrés López, al denunciar el uso político de la historia en los reductivismos y maniqueísmos históricos de este, cuando escribió (Letras Libres No. 241, “El presidente historiador”): “El enfoque de López Obrador adolece de un problema común a la historia crítica: imponer al pasado categorías del presente”. Debido a la seriedad propia del tema, conviene advertir que hay grietas crecientes y deterioros visibles en el actual ejercicio de gobierno. Las grietas tienen que ver con el ´rompimiento de consensos´ en el primer círculo gubernamental, pues es obvio que tanto el conflicto con los rebeldes indomables de la CNTE, el desarreglo que trae MORENA en Puebla y los deslindes de Salinas Pliego frente a López Obrador, son factores de división y larvas de conflicto que traen nerviosa a Yeidcol Polevnsky, han desestabilizado a su jefe político y han generado grandes olas de inquietud en el gabinete. Los deterioros del gobierno de AMLO son visibles en otros aspectos. Por ejemplo, si fue un mero impulso individual no consultado con nadie y una iniciativa sólo atribuible a él, la de recriminar a la Corona Española y solicitarle disculpas por su desempeño en la Conquista, esto indica la necesidad de frenos, de investigación especializada y de cierto andamiaje institucional para dar soporte a los dichos del inquilino de palacio, quien ni puede moverse “por la libre” ni creerse absoluto a la hora de fijar posturas que atañen a la República. El otro deterioro visible en la casa presidencial, radica en no querer entender que una cosa es el ejercicio patrimonialista del poder y otra el ejercicio del mismo con los límites que impone la democracia. Me explico: el presidente de un país democrático no se manda sólo ni se representa a sí mismo; es una pieza clave del aparato del Estado que cuando habla lo hace en nombre del Estado, cuando decide lo hace en función de la investidura que representa y, en ambos casos, su límite es la ley. Esto, que le cuesta mucho trabajo comprender a Andrés López, es lo que lo ha llevado a hacer el ridículo internacional frente a España. Por lo demás, es lamentable que habiendo tantos y tan graves problemas en el país, el presidente acuda a la ´psicología inversa´ en busca de un distractor, una cortina de humo o un fantasma del pasado, para poner a discutir (y a reír) a todo un país por ocurrencias sin sustento. Pisapapeles Lo dijo el historiador Hug Thomas: “La historia es lo que ocurrió en el contexto de lo que pudo haber ocurrido”.