MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ RUIZ Se ha convertido en una práctica consuetudinaria que cada Presidente de la República intente realizar alguna innovación en el sistema educativo nacional. Ahora le corresponde a nuestro actual presidente formular una propuesta en tal sentido. Desafortunadamente, quienes promueven esa iniciativa carecen del más elemental conocimiento de la realidad y del alcance que tiene el concepto de calidad de la educación, que es el quid de cualquier cambio o transformación. Nuestros funcionarios parten del supuesto teórico, sin ningún fundamento objetivo, de que la educación es la fórmula para resolver todos los problemas del país, y no consideran que el proceso educativo dentro de las aulas, por sí solo, jamás podrá influir siquiera en mínima parte para modificar las condiciones de vida de millones de mexicanos que carecen no solamente de educación, sino de alimentación suficiente, casa, vestido, oportunidades laborales, etc. En México, somos muy dados a la simulación e improvisación. El discurso oficial no puede ser la excepción. A menudo, se ofrece acabar con el rezago educativo, la pobreza, el desempleo, la inflación, la emigración, el narcotráfico y el crimen organizado, por no mencionar sino a los temas más recurrentes. Cuando se habla de calidad de la educación, parece como si quienes emplean este lenguaje no tuvieran ni la menor idea del gran alcance que tiene esta concepción. Existen más de cuarenta definiciones, pero ninguna puede darse como una explicación acabada y definitiva. Se sabe que este vocablo de calidad fue tomado de la economía, por los buenos resultados obtenidos en la industria, pero esta idea llegó a la cuestión escolar debido al informe presentado por W. S. Learned a la Fundación Carnegie para el Avance de la Enseñanza en 1927, bajo el título “The quality of the educational processs in the United States and in Europe”. A partir de esta publicación, ha sido corriente utilizar esta idea asociada a costos y beneficios en los sistemas de educación. En la actualidad, también se incluyen los métodos para alcanzar los fines de la educación, los participantes en la educación escolarizada y a los funcionarios, responsables de tomar las decisiones en cuanto a política educativa se refiere, pues hablar de calidad educativa implica un proyecto sumamente ambicioso, incluso para los países altamente desarrollados. La calidad educativa no está determinada solo por la calidad de las escuelas, pero, aun así, “un centro educativo de calidad es aquel que potencia el desarrollo de las capacidades cognitivas, sociales, afectivas, estéticas y morales de los alumnos, contribuye a la participación y a la satisfacción de la comunidad educativa, promueve el desarrollo profesional de los docentes e influye con su oferta educativa en su entorno social. Un centro educativo de calidad tiene en cuenta las características de sus alumnos y de su medio social. Un sistema educativo de calidad favorece el funcionamiento de este tipo de centros y apoya especialmente a aquellos que escolarizan a alumnos con necesidades educativas especiales o están en zonas social o culturalmente desfavorecidas” (Marchesi y Martin). Podemos preguntarnos, con las reservas del caso, ¿dónde están esos centros? Si ingresamos a cualquiera de nuestras escuelas de educación básica, nos encontramos con que los edificios se encuentran sin mantenimiento, carecen de servicios sanitarios, talleres, laboratorios y otros anexos escolares, no tienen espacios deportivos y, lo peor, muchas veces los maestros no se presentan a cumplir con su trabajo. Esto sin mencionar las escuelas del medio rural o las escuelas “de palitos” que abundan en la periferia de nuestras ciudades. Es legítimo aspirar a lo mejor, pero no es válido engañar y, a veces, dar por válida y factible una utopía. Los mexicanos ya estamos cansados de tanta demagogia y mentiras. Es necesario poner los pies en la realidad, reconocer nuestras carencias y, a partir de allí, emprender un programa de “mejores escuelas”, “escuelas efectivas”, “planes para un mayor rendimiento escolar”, “escuela decorosa”, “planteles educativos eficientes y eficaces”, etc., etc. La UNESCO (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), integró una comisión para que se encargara de realizar un estudio sobre el tema de la calidad educativa. En 1996, hace veintitrés años, dicha comisión entregó el resultado de un trabajo más o menos cuidadoso intitulado “Learning: The Treasure Learning”, que en español apareció como “La Educación encierra un tesoro”. La comisión, presidida por Jacques Delors, hizo un planteamiento muy amplio, pero se puede sintetizar en los cuatro pilares de la educación que son: Aprender a conocer, aprender a hacer (De la noción de calificación a la de competencia, la “desmaterialización” del trabajo y las actividades de servicios en el sector asalariado y el trabajo en la economía no estructurada), aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás y aprender a ser. Otros educadores interesados en este tema, señalan que la calidad educativa requiere, entre otras exigencias, investigar, formar profesores y documentarlos, mejorar los programas, la infraestructura; pero ponen énfasis en que todo esto no es suficiente, puesto que la multicitada calidad se relaciona directamente con un sistema de valores, el conjunto de influencias culturales entre los principales actores del fenómeno educativo: alumnos y maestros, padres de familia, medios de comunicación, instituciones gubernamentales y toda la sociedad en su conjunto. Y también la relacionan con “querer aprender”, “desarrollar el pensamiento autónomo” y “capacidad para resolver conflictos en diversas situaciones”. Tiene que ver con que la cobertura sea suficientemente amplia y no deje a ningún ser humano sin la oportunidad de estudiar y su permanencia dentro del ámbito escolar, incluyendo los sistemas abiertos y a distancia. Esto puede resumirse en tres condiciones primordiales: eficiencia, eficacia y efectividad. La primera se refiere al óptimo aprovechamiento de los recursos humanos materiales y técnicos; la segunda alude a la capacidad para prestar un servicio útil y necesario, y la tercera consiste en lograr los resultados y expectativas, obviamente relacionados con la oportunidad y pertinencia. Hace falta la calidad de la educación, pero es más importante la calidad moral de los funcionarios y líderes sindicales, directivos, asesores expertos y especialistas para analizar cuidadosamente el complejo problema educativo y buscar las soluciones más adecuadas, sin sueños inútiles e infructuosos. Es necesario hacer planes con una prospectiva bien diseñada. Ya que se habla de calidad educativa, podemos analizar someramente las cualidades que debe reunir un buen maestro. Es una cuestión muy difícil de abordar porque la educación es una actividad compleja. Sin embargo, en este breve espacio, se exponen algunas características que debe reunir un educador, sin pretender establecer un modelo ideal. La vocación es fundamental, pues si se carece de ese deseo interno de dedicar todos los días de su vida a la enseñanza los resultados no pueden ser positivos. Sensibilidad para entender los problemas de sus alumnos, especialmente los de aquellos que tienen mayores dificultades para aprender. Cultura general y formación pedagógica para estar acorde con la época en que vivimos. Ya no es posible entender la educación con criterios tradicionales, sintiéndose el poseedor de los conocimientos y concebir al educando como un simple receptor pasivo. El tiempo de los profesores autoritarios y dueños de la verdad absoluta ha quedado atrás desde hace varias décadas. Autocontrol, basado en el conocimiento de sí mismo, sus reacciones y actitudes, puesto que, si no es un ser humano equilibrado, su influencia puede ser muy nociva. Buena salud física y mental, no depender del alcohol, el tabaco u otras drogas. Estar siempre disponible para cumplir con sus obligaciones. Conocer a fondo los contenidos de las disciplinas que imparte, pues son muchos los que no conocen ni lo elemental y se dedican a dictar o siguen un solo libro de texto, del cual exigen a sus alumnos memorización de datos que olvidan después de concluir los exámenes. Saber motivar el interés de los alumnos mediante una participación activa del estudiante y aplicando todos los recursos a su alcance: desde los audiovisuales, dinámicas grupales, hasta las últimas tecnologías (Internet, intranet y extranet), siguiendo modelos bien definidos, acordes con el currículo escolar (oficial, operacional, oculto, extra, etc.). Esto último implica “el conjunto de objetivos, contenidos, métodos, experiencias y procesos de evaluación de un plan educativo, que se organiza y lleva a cabo con la finalidad de desarrollar determinadas competencias en las personas que lo siguen”. Respetar la personalidad de sus alumnos, jamás faltarles al respeto, menos aún ponerlos en ridículo. ¿Dónde están estos maestros?