Tere Jaramillo/La Voz de Michoacán Ciudad de México. La desertificación es un fenómeno complejo caracterizado por un gran número de factores involucrados (climáticos y humanos) relacionados entre sí de manera incierta y complicada. Si bien la degradación de la tierra ha ocurrido a lo largo de la historia, el ritmo se ha acelerado, alcanzando entre 30 y 35 veces la tasa histórica, según las Naciones Unidas. Esta degradación tiende a ser impulsada por una serie de factores, que incluyen la urbanización, la minería, la agricultura y la ganadería. El estudio Línea Base Nacional de Degradación de Tierras y Desertificación (CONAFOR-UACh, 2013) concluye que 105.7 millones de hectáreas, el 54% del territorio nacional presentan degradación de la cubierta vegetal con grados que van de ligeros a extremos. Este mismo estudio reporta que 65.4 millones de personas habitan las tierras secas del país; esta población vive predominantemente en zonas urbanas (48.8% del total de la población) y 9.82% en zonas rurales. El 58.2% de la población nacional (27 millones de personas) en situación de pobreza habita en las tierras secas y presentan una intensidad migratoria en todas las clases de degradación reportadas (desde nula hasta muy alta). El índice de desarrollo humano (IDH) señala que la mayoría de los habitantes de las tierras secas se ubican en el nivel alto y medio (64.4 millones) con cerca de un millón de personas en el nivel medio bajo. A nivel mundial más del 40 por ciento de la superficie son tierras secas. Efectos secundarios Cuando la tierra se convierte en un desierto, su capacidad para mantener a las poblaciones circundantes de personas y animales disminuye considerablemente. Los alimentos a menudo no crecen, el agua no se puede recolectar y los hábitats cambian. Con frecuencia, esto ocasiona varios problemas en la salud humana que van desde la desnutrición a las enfermedades respiratorias causadas por el aire polvoriento y otras enfermedades derivadas de la falta de agua limpia. Pero para vislumbrar una solución se debe tener una óptica hermenéutica que implica el tener en cuenta los distintos aspectos socioeconómicos (sistemas humanos) y facilite la aplicación de medidas técnicas (sistemas biofísicos) al garantizar un contexto de aplicación de soluciones favorable al desarrollo sostenible de los habitantes de las tierras secas.