Cómo “la peor banda de rock del mundo” se convirtió en una de las más influyentes

Hace muchos años que los nombres de Lemmy Kilmister y Motörhead significan lo mismo. Al fin y al cabo, con él nació y murió la banda: único miembro estable desde su fundación

Foto: Getty Un trío peligroso de fiesta: Sid Vicious (de Sex Pistols) con su novia Nancy Spungen, y Lemmy.

Agencias /La Voz de Michoacán
México. Motörhead era mi conexión entre la vida militar y el rock, solía llevar camisetas suyas en el frente. La música de Motörhead es buena para ir a la guerra”, relata Jason Everman, miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército de los EE UU y excombatiente en Irak y Afganistán. Su testimonio aparece en el difícilmente definible documental Lemmy (Wes Orshoski y Greg Olliver, 2010), en principio, una recapitulación de la atribulada vida del líder de la banda británica Motörhead, Lemmy Kilmister (Stoke-on-Trent, Inglaterra, 1945 - Los Ángeles, 2015), y, en la práctica, algo con mucho más sentido: un seguimiento de la leyenda en su vida cotidiana. Por la mañana, hacer la compra. Al mediodía, grabar un villancico de heavy metal con Dave Grohl. Por la tarde, pilotar un tanque nazi. Porque ser una estrella de rock no es tener una gran biografía, sino un gran día a día.

Hace muchos años que los nombres de Lemmy Kilmister y Motörhead significan lo mismo. Al fin y al cabo, con él nació y murió la banda: único miembro estable desde su fundación, difícilmente podría cuestionarse que Kilmister fue su líder, alma y absoluto motor creativo.

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 Lejos de caer en el olvido tras la muerte del cantante y bajista en 2015 –en una década letal para la formación clásica: el batería Phil Animal Taylor (Chesterfield, 1954) también falleció en 2015, mientras el guitarrista Fast Eddie Clarke (Middlesex, 1950) lo hizo en 2018–, el recuerdo de Motörhead resiste e incluso se intensifica.

 Este mes se publican las reediciones de dos de sus grandes discos, Overkill y Bomber (los dos de 1979), con sendos libros conmemorativos de 20 páginas y directos inéditos de las respectivas giras. El motivo, el 40º aniversario de ambos álbumes: el grupo los lanzó con espacio de apenas medio año de diferencia.

1979 fue uno de tantos años en los que Motörhead vivió peligrosamente. Overkill, segundo álbum de estudio de la banda, había entrado de manera inesperada entre los más vendidos en el Reino Unido. Sin embargo, la discográfica Bronze Records temía que lo suyo fuese flor de un día y por eso encargó al grupo otro trabajo para antes de final de año.

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 El periodista Mick Wall rememora en la revista Classic Rock las palabras que un taciturno Lemmy Kilmister compartió con él en un pub aquel verano: “Tuve mi primer éxito en 1972 con Hawkwind [la anterior banda de Lemmy], pero el sello y los promotores siguen creyendo que todo es cosa de suerte. Que les jodan”. Los miembros de Motörhead venían de pasar tres días en una cárcel finlandesa: habían resuelto destruir el equipo del festival Punkahaarju tras un concierto “horrible”, según el vocalista, y culminaron la fiesta dando un “funeral vikingo” a su caravana; esto es, prendiéndola fuego y arrojándola a un lago.

El muy personal concepto de la diversión que tenía Motörhead, todo sea dicho, nunca interfirió en su disciplina de trabajo: célebres por su capacidad para componer y grabar a velocidad relámpago –el debut, Motörhead, de 1977, se fraguó casi por sorpresa en solo un fin de semana, cuando les ofrecieron acudir a un estudio… inmediatamente después de que el viernes dieran lo que anunciaron como concierto de despedida–, Kilmister, Clarke y Taylor entregaron diez nuevas canciones en la fecha acordada.

El resultado, Bomber, se publicó en octubre de 1979, y alcanzó cifras de venta superiores a las de Overkill. ¿Cómo es posible que una formación proclamada “peor banda del mundo” por la cabecera NME (artículo firmado por Nick Kent, uno de los grandes escritores del rock) alcanzara semejante éxito? “Al principio nos lo tomamos mal, pero la gente venía a vernos. ‘¡La peor banda del mundo! Vamos a verlos, seguro que son buenos’, pensarían”, recuerda Fast Eddie Clarke en el documental Lemmy.

Una hilarante crónica escrita por José Manuel Costa en EL PAÍS, durante una visita de la banda a Madrid en 1981, ayuda bastante bien a hacerse una idea de cómo era aquel sonido primitivo.

 Se titula "Los más bestias" y dice así: “Se trata de llegar a la barbaridad más absoluta con el mínimo de música posible. (...) Y, sobre todo, un volumen sangrante, recordado varias horas después del final por un persistente pitido en los oídos”.

El periodista cultural Carlos Marcos también estuvo allí. Lo recuerda para Icon así: "Tenía 16 años y no había visto nada igual. Pero el que estaba a mi lado era un tipo de 30 años que ya tenía muchos conciertos a su espalda y tampoco había vista una cosa así. Aquellos tres tipos hacían un ruido demencial, con Lemmy cantando como un poseso. Allí no había manera de perder el hilo. Del escenario salía una bola gigante de decibelios y rock que te pasaba por encima. Y lo agradecías, ya lo creo que sí".

Surgida en 1975, justo después de que Hawkwind despidiera a Lemmy Kilmister –expulsión de la que se vengó robándoles el equipo y, según él, acostándose con las novias de tres miembros del grupo–, Motörhead fue una banda montada a las bravas y su música transmitía exactamente eso. Las canciones de su primer disco tenían una métrica atropellada, con sílabas alargadas o recortadas con urgencia sobre la marcha. No era solo la velocidad de los cortes, es que cada uno de ellos parecía una huida hacia adelante.

De acuerdo al médico de Kilmister, su sangre era tóxica. Una transfusión de sangre limpia podía matarle; una donación de su sangre a otro ser humano, fulminar al receptor de inmediato

De acuerdo con su libro Lemmy. La autobiografía (firmado junto a Janiss Garza, 2002), la idea de Kilmister era formar “el grupo de rock&roll más sucio del mundo, que se pareciese a MC5, pero sumándole elementos de Little Richard y Hawkwind”. Resumidamente: “Un combo de blues a mil por hora”. Esta variopinta mezcla se materializó principalmente en que, en una época de enfrentamientos tribales –mods contra rockers, punkis contra metaleros–, el público de Motörhead tuviese un poco de todo.

Frente al universo glam, la apuesta por los cueros negros parecía una vuelta a la masculinidad anabolizada, al borde de la parodia. A ello lo acompañaba una fastuosa estética filonazi, fruto de la pasión de Kilmister por un bando en concreto de la Segunda Guerra Mundial (no a nivel ideológico, como se cuidó de puntualizar en innumerables entrevistas).

Las canciones eran graves, duras, machaconas, pero también simples y aceleradas. Henry Rollins, cantante de la banda de hardcore punk Black Flag, explicaba así cómo Motörhead contribuyó a derribar las fronteras de los talibanes musicales: “Iba en contra del evangelio punk, porque Motörhead eran heavies de pelo largo, pero ninguno de nosotros que oyera Ace of spades podía evitar hacerse fan”.

Aquel trío de músicos duraría cinco discos (Motörhead, 1977; Overkill, 1979; Bomber, 1979; Ace of spades, 1980; Iron fist, 1982), además de un álbum en directo (el superventas No sleep ‘til Hammersmith, 1981). Fast Eddie Clarke abandonó la banda en 1982 por motivos que ahora se han puesto en cuestión: de acuerdo con la versión de Kilmister, Clarke perdió la motivación tras el bajón comercial de Iron Fist, pero según el obituario que escribió en The Guardian el ensayista musical y amigo Joel McIver, en realidad fue Phil Animal Taylor quien lo expulsó. Taylor, por su parte, abandonó el grupo dos años después, aunque se reincorporaría al cabo de un tiempo. En 1992, Kilmister decidió despedirle definitivamente por mal rendimiento.

La banda continuó hasta el final de los días de su líder, y se mantuvo siempre sólida y fiel a su estilo, pero ya para entonces había marcado un antes y un después. Es difícil saber si, antes de grabar su primer disco, Kilmister, Clarke y Taylor habían escuchado otro álbum debut que salió el año anterior, el primero de los Ramones (en 1976), pero ambos compartían la misma lógica extrema del “hazlo tú mismo” que sería emblema del punk.

A su vez, esa crudeza tan abonada al salvajismo, sin miramientos ni florituras, tendría una influencia descomunal en el rock: desde bandas de nueva ola del heavy metal británico, el thrash metal (los miembros de Metallica siempre han reconocido abiertamente que Motörhead fue su influencia clave) o el grunge (solo hay que preguntarle a Eddie Vedder, de Pearl Jam, o Dave Grohl, de Nirvana y Foo Fighters). Incluso la onda expansiva de Lemmy y los suyos ha llegado a la moda. Quizá la de Motörhead (con su terrorífico logo) sea la camiseta más vendida del rock (junto a la de los Ramones, claro). Modelos como Kate Moss o cantantes como Miley Cyrus, por poner dos ejemplos no muy en la onda de la música del grupo, se han dejado ver con camisetas del grupo.

Pero lo más importante es no olvidar que, de acuerdo con el médico de Kilmister, su sangre (por motivos u opciones de ocio del artista que no vienen al caso) era tóxica. Una transfusión de sangre limpia podía matarle; una donación de su sangre a otro ser humano, fulminar al receptor de inmediato. Y esto, como cualquier persona medianamente familiarizada con la ciencia sabe, solo puede significar una cosa: por muchos esfuerzos de clasificación que se hagan, Lemmy era único en su especie.

Con información de El País