AP / La Voz de MichoacánLima. Mientras las calles de Lima lucen adornadas con luces de Navidad y el país espera el Año Nuevo, Ana Estrada mantiene su lucha por lograr una muerte asistida, prohibida por la ley peruana. Estrada busca que no se castigue a quien la ayude a morir cuando llegue el día en que sean insoportables los dolores causados por la enfermedad que paralizó casi todo su cuerpo, la obligó a alimentarse con una sonda directa a su estómago y a usar una traqueostomía para respirar. Es luchar por la libertad de elección”, dijo la psicóloga de 42 años en una entrevista con The Associated Press sentada en su silla de ruedas eléctrica en el patio de su departamento, rodeada de plantas y estatuillas inspiradas en culturas preincaicas. A la mujer le diagnosticaron polimiositis _una enfermedad muscular crónica y degenerativa_ a los 14 años y a los 20 comenzó a usar una silla de ruedas porque se cansaba al caminar y había perdido fuerza en los músculos. Foto: AP. Pese a las dificultades se graduó de psicóloga en la Pontificia Universidad Católica de Perú, trabajó como terapeuta y atendió a varios pacientes, ahorró dinero para comprarse el departamento en el que vive, tuvo pareja y crio un gato. Pero en 2015 todo cambió. Se le debilitaron por completo los músculos de sus extremidades y los que permiten la respiración y una neumonía agravó su estado, por lo que pasó un año en cuidados intensivos. Es como estar presa en mi propio cuerpo las 24 horas”, dijo. Ahora necesita del cuidado permanente de enfermeras, perdió su privacidad, rompió con su pareja y dio en adopción a su gato. En el hospital aprendió que el peor momento era la hora del baño: una enfermera la sostenía mientras la otra la limpiaba y conversaban entre ellas, pero ninguna miraba a Estrada para saber si sentía dolor. Cuando estás hospitalizado pierdes tu identidad, hay como una degradación del paciente”, sostuvo. Escribió sus reflexiones en un blog con el índice derecho, el único dedo que puede mover. Tras luchar contra la depresión se enfocó en su pelea por la muerte digna, lo que implica modificar el castigo que impone la ley a quien la ayude el día en que decida morir. “Yo no soy la misma de antes”, comentó tras una pausa porque se agota al hablar y necesita que una enfermera cambie una cánula de su tráquea. “No soy libre”, indicó. En el dormitorio de Estrada _delgada, de cabello corto y ojos brillantes_ hay un cuadro de una mujer echada en el bosque y otro de una niña que vuela junto a varios pájaros. Ella misma tiene siete tatuajes de aves y plantas que le recuerdan “que la vida es bonita”. “Quería apropiarme otra vez de mi cuerpo y decidir cuándo, cómo y quién lo tocaba, lo intervenía”, dijo Estrada mientras miraba un reciente tatuaje de una lavanda, una planta cicatrizante, en su dedo índice, con el cual escribe su testimonio.