El Universal / La Voz de Michoacán México. A pesar de que históricamente es la población con menos probabilidades de recibir asilo político en Estados Unidos, hasta 3 mil 200 connacionales llegaron este año a esta frontera para iniciar este proceso, convirtiéndose así en extranjeros en su propio país al no estar considerados en las estrategias de protección a migrantes del gobierno federal. Originarios de Zacatecas, Michoacán, Guerrero, Veracruz y Durango, principalmente, salieron de sus casas para huir de la inseguridad y pobreza, por lo que ya tienen meses acampando en los puentes fronterizos donde esperan el llamado por parte de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés). De acuerdo con Transactional Record Acces Clearinghouse (TRAC), México es el país que presentó mayor porcentaje de rechazo de asilo político. La denegación de solicitudes y el aumento de peticiones de la población centroamericana no mermaron el número de intentos, y durante septiembre y octubre el flujo de mexicanos solicitantes se agudizó. Según cifras de las autoridades locales, hasta octubre habían arribado a esta frontera 3 mil 200 migrantes mexicanos, de los cuales mil 280 son niños y adolescentes; sin embargo, la mayoría desistió y sólo 650 permanecen en espera de ser llamados por las autoridades migratorias. Sobreviven a la intemperie Mientras que en el Centro Integral para el Migrante la población de Honduras, Guatemala y El Salvador cuenta con atención médica, sicológica y dental, además de talleres, orientación educativa e incluso, quienes así lo deciden, empleo con prestaciones de ley y seguridad social, los mexicanos llegaron a Juárez a subsistir en campamentos improvisados. Durante los meses de mayor afluencia, las familias de connacionales se distribuyeron principalmente en las cercanías de los puentes, a fin de no perder su turno de ser llamados por los oficiales del CBP, de tal suerte que llegaron a contabilizarse 250 personas en el puente Paso del Norte-Santa Fe, 2 mil 150 en el cruce Zaragoza-Ysleta y el resto se ubicó en el puente Córdova-Américas. Asimismo, al menos 200 paisanos establecieron un campamento en los terrenos del parque El Chamizal, uno de los espacios públicos más emblemáticos y único pulmón de esta frontera. Los árboles del parque se convirtieron en tendederos de ropa y es normal ver fogatas encendidas mientras las familias cocinan sus alimentos al aire libre o se calientan un poco cuando cae el sol y baja la temperatura. Los niños y las niñas corren entre las carpas y tiendas de campaña, acuden también a una pequeña escuela improvisada por una maestra voluntaria, mientras que los adultos están alertas al llamado de las autoridades migratorias. El titular de Derechos Humanos del municipio, Rogelio Pinal Castellanos, reveló que los connacionales se niegan a alejarse de los puentes y principales cruces por temor a perder su lugar en la lista de espera y la oportunidad que han esperado por meses, de tal manera que, a pesar de las lluvias y bajas temperaturas, la mayoría ha rechazado la oportunidad de acudir a algún refugio de los que la sociedad civil les ofrece. La historia El éxodo de las familias mexicanas tiene su origen en la inseguridad y la pobreza. La señora Rosa salió de su casa acompañada de sus tres hijos y una pequeña maleta en la que guardó lo indispensable para iniciar este viaje en busca de lograr el asilo político en Estados Unidos y, con ello, la esperanza de mejorar su vida y la de sus hijos. En Michoacán dejó su casa y una historia de dolor que comenzó con el asesinato de su esposo, desde entonces no sólo ha sufrido amenazas y riesgos ante el incremento de la violencia, también múltiples carencias por la falta de trabajo. Foto: AP. Todos los migrantes tienen derecho a igual protección de todos sus derechos humanos. Rosa tiene la esperanza de llegar a Estados Unidos y reencontrarse con unas primas que ya tienen tiempo viviendo allá. Para ella no existe la posibilidad de cruzar ilegalmente, porque sabe que si falla en el intento podrían separarla de sus hijos o sus aspiraciones de llegar al país vecino se verían truncadas de forma permanente. Rosa y sus tres hijos están instalados en una tienda de campaña de El Chamizal, donde han hecho amistad con otras familias con el mismo propósito. "Ya creció la familia", dice, y se ríe, puesto que el campamento es una especie de vecindad, ya muchos se conocen. Saben que al final muchos desistirán o, en caso de lograr el refugio, difícilmente volverán a verse.