Javier Favela / La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. No hay rastro de Angamuco, la “megaurbe prehispánica” que se ha querido situar en las proximidades de la región lacustre de Michoacán. Las imágenes satelitales divulgadas a nivel internacional para ilustrar el descubrimiento corresponden a un paisaje pedregoso de origen volcánico en el municipio de Tzintzuntzan, donde los lugareños afirman que no hay yácatas ni centros ceremoniales ni vestigio de zonas arqueológicas que pudieran haber sustentado una población de “100 mil habitantes”. En donde presuntamente estaría situada la “Teotihuacán michoacana” solo hay indicios de un solitario montículo completamente vandalizado, casi irreconocible, en medio de un paisaje pedregoso dominado por dos cerros desgajados que están bajo explotación intensiva como banco de materiales. “Lo que hay allá arriba es monte con pura piedra. Los llamamos también malpaís”, señaló Juan Medina Sánchez, de 73 años de edad y vecino de Coenembo, quien afirmó haber recorrido todas las veredas y caminos del pedregoso terreno cerril, sin que jamás haya visto algo digno de consideración, que remotamente tenga parecido con las yácatas del pueblo de Tzintzuntzan. Este fin de semana se propagó la noticia de una “ciudad perdida” en el corazón de México, hallada con tecnología láser por un arqueólogo de National Geographic. Como reguero de pólvora, la primicia periodística de Chris Fisher a The Guardian dio la vuelta al mundo. Sin embargo, los presuntos vestigios de Angamuco, que la han llevado a ser dimensionada como una “Manhattan” de 40 mil cimientos en una superficie de 26 kilómetros cuadrados, podrían tratarse más bien de los laberínticos corrales de piedra esparcidos en todas direcciones en el accidentado terreno. Rastros de estiércol y pedregales estériles para la agricultura son el común denominador en el paisaje donde los Indiana Jones del siglo XXI han querido situar una urbe magnífica “escondida varios siglos bajo tierra” y que tardaría “una década en ser desenterrada”. Este domingo un equipo multimedia de La Voz de Michoacán recorrió el perímetro pedregoso de “Angamuco”, situado entre el lago de Pátzcuaro y la ciudad de Morelia. El sitio “arqueológico” es visible desde la lejanía. Dos cerros son sistemáticamente desgajados para construir carreteras y pavimentar caminos. Los caseríos rurales de Pontezuelas, Los Corrales, El Jagüey, Coenembo y Puerto El Tigre hacen circunvalación con el malpaís, donde el norteamericano Chris Fisher instaló una populosa ciudad prehispánica, cuyo apogeo situó entre el año 1,000 y el 1,350. “He caminado todo allá arriba. Hay veredas y caminos para andar a pie y a caballo. Es pura piedra. No hay algo notorio, que sea de la antigüedad”, comentó Juan Medina, rodeado de otros lugareños de avanzada edad, en el caserío de Coenembo, de apenas 128 habitantes. No es difícil encontrarse con algún tambaleante vecino en las calles terregosas, en completo estado de ebriedad. O con grupos de viejos y jóvenes, bebiendo, jugando a las cartas afuera de sus viviendas y mirando con desconfianza a los visitantes. El encargado del orden, la máxima autoridad del pueblo, es dueño de una tienda de abarrotes, acostumbra ir a misa y jugar futbol los domingos en Quiroga. Múltiples videos en You Tube dieron cuenta de la noticia del descubrimiento de Angamuco, ilustrando la información con imágenes de las yácatas de Tzintzuntzan e identificando el sitio con mapas tridimensionales del paisaje entre las cabeceras municipales de Tzintzuntzan y Lagunillas, por donde se construyó el tramo de la autopista Pátzcuaro-Copándaro, también conocido como el macrolibramiento de Morelia, sin que la Federación haya informado de vestigios arqueológicos en la zona. Según Chris Fisher, una ciudad con pirámides y plazas abiertas en la periferia del “Manhattan” purépecha ha estado ahí durante todo este tiempo y nadie sabía que estaba ahí. El paraje de la “ciudad de Angamuco”, identificable por sus cerros “mochos”, tiene tres accesos carreteros bien conservados que gradualmente van convirtiéndose en tramos de terracería. Uno se encuentra en la comunidad de Sanabria, otro en Chapultepec y uno más en El Tigre. Cercos de piedra y nopaleras bordean el recorrido, en algunos momentos taponeado por hatos ganaderos. Capillas y tiendas de Diconsa asoman en los tradicionales y monótonos caseríos. Todos los habitantes delimitan la propiedad rural, sobre todo los adinerados y ausentes dueños de chalets y fincas campestres que salpican la campiña lacustre. Trayecto seguro para los turistas. Micheladas y chicharrones con verdura, para entretener el estómago antes de llegar a Pátzcuaro o a Morelia. Quien quiera ver yácatas, lo ideal es dirigirse al pueblo de Tzintzuntzan, cabeza del imperio purépecha, almacén de tributos y sede del engranaje burocrático, cuya expansión fue obra de 7 generaciones de feroces guerreros a lo largo de dos siglos. En junio de 1522, a la llegada de Cristóbal de Olid (con 70 jinetes y 200 soldados europeos, además de los aliados indígenas del centro de México), el aspecto de Tzintzuntzan era de un pueblote de madera con 5 cúes y altares de cráneos. En Ihuatzio también hay yácatas, semiderruidas, donde algunos visitantes “New Age” expresan aleluya con los brazos abiertos para “agarrar energía”. Quien quiera ver imaginarias Atlántidas lacustres, tragadas por erupciones volcánicas, puede dirigirse al malpaís donde encontrará algún coyote o gato montés e improbablemente algún venado.