Jorge Manzo / La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. Los caudales de agua bajaban como nunca antes de los cerros La Guadalupe y San Pedro. Angangueo poco a poco se destruía, y la corriente se llevaba lo que encontraba a su paso: casas, automóviles, y también seres humanos que lamentablemente quedaron atrapados. Foto: La Voz de Michoacán. Más de 20 horas seguidas de torrencial lluvia acompañada de ventarrones sepultaban al antiguo pueblito minero ubicado en las faldas de los cerros que les dan alojo a las mariposas monarcas. Hace 10 años, Angangueo vivió su peor tragedia; sus sobrevivientes nunca lo olvidarán, mucho menos los familiares de las 30 víctimas mortales. El agua de ninguna manera cedía, y las calles se convertían en enormes ríos que no respetaban las construcciones que la mano del hombre dibujó sobre ese pueblito. Foto: La Voz de Michoacán. Los vientos arrasaban y destruían los hogares que costaron esfuerzo y trabajo a sus dueños. Entre los montones de lodo que se iban formando familias eran arrastradas. Nadie podía hacer nada; La Voz de Michoacán ahí estaba y atestiguaba lo que estaba ocurriendo: la madre naturaleza de manera muy agresiva estaba actuando. Los cerros que se desgajaban poco a poco se habían quedado sin bosques, y el agua sólo se escurría y buscaba cauce. Sus habitantes fueron sorprendidos, aunque ya tenían un mal augurio que tanta agua estuviera cayendo en la zona. Suponían que caería un diluvio, el mismo que se consumó el 7 de febrero. El agua tuvo que ceder, pero desde antes el Ejército Mexicano ya había activado el Plan DN-III. Protección Civil ya estaba en la zona. Había albergues habilitados, las carreteras eran intransitables, por los derrumbes. Foto: La Voz de Michoacán. Las autoridades no se daban abasto. La sociedad civil colaboró y ayudó en los espacios en donde les dieron refugio a las familias que milagrosamente se salvaron. No hubo regateo de nadie. Todos trabajaron por las víctimas. La tragedia también alcanzó a los municipios de Zitácuaro, Ocampo y Tuxpan. Ahí se desbordaron ríos y se desgajaron cerros. La madre naturaleza golpeó duramente a Michoacán. Foto: La Voz de Michoacán. Lo primero era rescatar a las familias que quedaban atrapadas entre escombros y lodo. Se respiraba el olor a muerte. No se descansó hasta recuperar el último cadáver, y a esos sobrevivientes. No había rastros claros de Angangueo. Las calles seguían desfogando agua, aunque con menor intensidad. Los montículos de lodo fueron retirados, las labores tardaron semanas, hasta que comenzó la reconstrucción. Foto: La Voz de Michoacán. El lugar minero tenía que ponerse de pie nuevamente. Su pueblo les lloraba a sus muertos, pero estaban conscientes de que nada se podía hacer y volteaban a ver con recelo a los talamontes, los principales acusados de esa catástrofe. Esos cerros no tenían bosques. La realidad que han denunciado investigadores y autoridades. Esa pesadilla no deja tranquilos a los habitantes, pero pareciera que no se entiende la lección. Foto: La Voz de Michoacán. Hasta hace poco, se denunciaba que había familias que estaban queriendo habitar zonas declaradas como riesgosas, entre ellas, el Barrio de San Pedro y el Cerro del Melón. A quienes se les pidió que desalojaran esas tierras, se les dotó de casas, pero estas ya fueron utilizadas para otros fines. Si bien se han registrado en Michoacán otras tragedias ocasionadas por la madre naturaleza, la más reciente en Peribán, lo que vivió Angangueo ha sido para recordarse, pues es la historia de un pueblo que quedó prácticamente sepultado por los aludes. Foto: La Voz de Michoacán. El templo de la Inmaculada Concepción ha sido el mudo testigo de ese momento; la histórica iglesia de estilo neogótico sólo sufrió por la inundación, sin embargo, su estructura quedó intacta, lo único que quedó de pie. La reconstrucción no fue sencilla y tardo 5 años, además de que las autoridades batallaron para convencer a las familias que estaban asentadas en terrenos considerados con alto peligro. Al final, se les dotó de 462 casas las que se levantaron. Protección Civil tiene bajo alerta constante a 7 u 8 barrios de los 22 que conforman el municipio, pues siguen estando en zonas de terreno inestable. El poblado ya tiene su atlas de riesgo, sin embargo, hay quienes no lo respetan y aún no entienden que vivir en lugares peligrosos podría ser fatal. Quizá después dela experiencia vivida, es el lugar en donde periódicamente llegan a probar sus protocolos para estar preparados ante cualquier hecho. Hasta hace poco, los barrios de San Pedro y el Sauz eran los más poblados, y paradójicamente los que mayores afectaciones presentaron hace una década. Eso ya ocurrió, pero la constante tala ilegal de árboles en los cerros que desembocan en el poblado alientan a los fantasmas silenciosos que desde hace 10 años se sentaron en Angangueo.