El Universal/La Voz de Michoacán.México.Desde hace siglos, el mundo está regido por un sistema de valores dicotómico. Sobre esta idea se inscribieron en los cuerpos ciertas parejas de valores, como razón-emoción, fuerza-debilidad, objetividad-subjetividad, en las que el de la izquierda fue identificado con los hombres y el de la derecha con las mujeres. “De esta manera se articuló un discurso científico interdisciplinario que ha actualizado sus argumentos para justificar biológicamente ese sistema de valores en los cuerpos”, dice Lucía Gabriela Ciccia, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM. En el siglo XIX, a partir de las mediciones rústicas del volumen de cráneos humanos, puestas de moda por la craneología, se asociaba estructura a función y se decía que el hecho de que el cráneo de los hombres fuera más grande que el de las mujeres obedecía a que ellos eran más inteligentes. Sin embargo, ahora se sabe que la estructura no implica la función. Además, cuando se relativiza el volumen del cráneo con el peso del cuerpo, el cráneo de los hombres no es, en términos absolutos, más grande que el de las mujeres. Pero más allá de eso, dicho argumento se utilizó para apuntalar la idea, originada por justificaciones biológicas de la reproducción, de que los hombres y las mujeres tenían distintas capacidades. “Como las mujeres, se afirmaba, invertían toda su energía en la reproducción, no les quedaba nada para su intelecto. Entonces se justificaba la distribución de los roles sociales: los machos proveedores y las hembras cuidadoras. Este sesgo, explícitamente misógino, se empezó a usar para excluir a las mujeres del ámbito público y subordinarlas al ámbito privado. Con el tiempo se ha ido refinando y, actualmente, las neurociencias siguen sosteniendo que hay dos tipos de cerebros: uno de mujeres y otro de varones”, comenta la investigadora de la Universidad Nacional. Otras líneas de investigación No obstante, según Ciccia, algunos científicos han desarrollado otras líneas de investigación que demuestran la invalidez de caracterizar los cerebros de acuerdo con dos poblaciones asociadas a la genitalidad. Esto es sumamente importante porque quiere decir que la genitalidad no predice ningún tipo de cerebro. “Y es que, si bien el cerebro se ve afectado por los cromosomas, incluidos los sexuales, y por las hormonas, otros factores, como la alimentación, el ambiente, las prácticas cotidianas y la experiencia, también lo afectan. No debemos olvidar que el cerebro es el órgano con más plasticidad, es decir, con la mayor capacidad de dejarse modificar por nuestra experiencia. Esto invalida que haya dos tipos de cerebros.” De hecho, una línea de trabajo llevada adelante por la neurocientífica israelí Daphna Joel demuestra esta invalidez al comprobar que la diferencia entre los cerebros de mujeres y hombres es igual de grande que la diferencia entre los cerebros de las mujeres, por un lado, y los cerebros de los hombres, por el otro. En otras palabras, independientemente de la genitalidad, no hay un cerebro idéntico a otro. Asimismo, los estudios que intentan corroborar la existencia de capacidades cognitivas y conductuales específicas que corresponden al criterio mujer-varón quedan invalidados, en primer lugar, porque los resultados de esos estudios son contradictorios y, en segundo lugar, porque se observó que tales capacidades se aprenden, se ejercitan y se memorizan. “Cuando tenemos ante nosotros una imagen cerebral, lo que vemos es un correlato neuronal que no implica causalidad; es decir, aunque tal correlato se asocie a cierta actividad, nada informa acerca de si esta actividad es innata. Así pues, lo que vemos es un cerebro ‘impregnado de cultura’ como consecuencia de aprendizajes generizados. Ese correlato neuronal puede reflejar las prácticas cotidianas de la persona en cuestión; y como tenemos prácticas generizadas, podría suceder que veamos correlatos neuronales diferentes entre mujeres y varones que no tienen que ver con las capacidades innatas, sino con normas de género que impactan en nuestro organismo, en nuestro aprendizaje, en nuestra experiencia, en nuestros intereses y deseos. O sea, las relaciones estructurales son las que producen nuestra subjetividad de género”, asegura Ciccia. Discurso sesgado En opinión de la investigadora universitaria, lo que nos caracteriza a los humanos como personas es nuestra singularidad, un concepto diferente del de individualidad. “La individualidad es un concepto neoliberal que no problematiza nuestras relaciones estructurales; en cambio, la singularidad sí las problematiza, pero, además, visibiliza nuestra capacidad de agencia, es decir, la capacidad que poseemos las personas para actuar en el mundo y modificar nuestra prácticas prescritas por todos los estereotipos de género”, afirma. En suma, Ciccia piensa que hablar de dos formas biológicas y de dos formas de capacidades cognitivas y conductuales, y tratar de justificarlas en términos genitales y cerebrales, respectivamente, es parte de un discurso sesgado que reproduce un sistema de valores androcéntrico. “Lo que encontramos es un continuo de expresiones biológicas, no un dimorfismo. Seguir creyendo en el dimorfismo es el resultado de legitimar una lectura dicotómica de los cuerpos, una lectura que respalda roles jerarquizados que se justifican biológicamente. En este sentido, debemos considerar que nuestras singularidades biológicas están ‘normadas’ por prácticas generizadas que afectan nuestro organismo por la materialización de nuestra experiencia, sin que ello implique diferencias biológicas innatas”, finaliza.