Redacción / La Voz de Michoacán Morelia, Michoacán. Con más de 21 mil defunciones, el COVID-19 está lejos de igualar a las peores pandemias que han azotado a la humanidad a lo largo de la historia, además de que por los avances tecnológicos y la rapidez con que se difunde la información, el nuevo coronavirus es relativamente más sencillo de contener y combatir. Distintas enfermedades han causado millones de muertes en la historia de la humanidad, aquí algunas de ellas, haciendo énfasis en que, hasta el momento y según previsiones de las autoridades y organismos internacionales, ninguno de esos escenarios corresponde con el actual. Viruela La viruela es una enfermedad infecciosa causada por el virus Variola, y no sólo ha sido la pandemia que más muertos ha causado en la historia de la humanidad, sino que además ha dejado a millones de personas con marcas imborrables en la piel ya que provoca la aparición de numerosas pústulas por todo el cuerpo. La muerte llega por fiebre alta, deshidratación y complicaciones derivadas. La viruela llegó a ser tan letal que sólo el 30 por ciento de los infectados lograba recuperarse. El de la viruela es un virus que sólo afecta a humanos (en su variante infecciosa), y su transmisión es muy parecida a la del ébola: mediante fluidos corporales y contacto directo. La enfermedad, según se calcula, ha matado a más de 300 millones de personas a lo largo de su existencia. Afortunadamente actualmente se considera como una de las dos enfermedades, junto a la peste bovina, “erradicadas”. Cabe señalar que después de que afectó durante siglos a Europa, durante la Conquista de América fue contagiada por los españoles a los indígenas, que no estaban preparados inmunológicamente para esta enfermedad. Esto provocó un colapso demográfico entre las poblaciones nativas. En 1520 apareció entre los aztecas durante el sitio de Tenochtitlán, provocando además la muerte del líder azteca Cuitláhuac. Entre los incas la viruela acabó con el monarca Huayna Capac, provocó la guerra civil previa a la aparición hispana y causó un desastre demográfico en el Tahuantinsuyo, que antes de la llegada de los españoles contaba con 14 millones de habitantes, mientras hacia el siglo XVIII contaba con apenas 1.5 millones. En Chile detuvo el avance de los mapuches tras la muerte de Valdivia. En España provocó la muerte del rey Luis I durante una de las graves epidemias sucedidas en el siglo XVIII en Europa. Sarampión El sarampión se caracteriza por causar marcas rojizas en la piel, fiebre y malestar general. Además es causante de la segunda mayor pandemia de la historia. La muerte se produce por inflamación pulmonar o de las meninges. Actualmente la mayoría de la población está vacunada contra este mal, ya que entra dentro de la vacuna “triple viral”. Se contagia mediante contacto directo y por el aire. Se tienen registros de este virus desde hace más de 3 mil años y, hasta el momento, ha matado a más de 200 millones de personas, aunque por el movimiento antivacunas se han vuelto a presentar casos de este padecimiento. La gripe de 1918 También conocida como gripe española, esta letal pandemia fue una de las más graves de la historia moderna. Esta gripe acabó con la vida de entre el 3 y el 6 por ciento de la población mundial en sólo dos años. Es decir, entre 1918 y 1920 se calcula que murieron entre 50 y 100 millones de personas en todo el planeta, ahondando aún más los estragos causado por la Primera Guerra Mundial. España fue el primer país en informar a su población de su existencia y consecuencias, ya que otros países como Francia, donde podrían haberse dado los primeros casos, censuraban la información para evitar desmoralizar a la población. A diferencia de otras epidemias de gripe que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables, y animales, entre ellos perros y gatos. En Estados Unidos la enfermedad se observó por primera vez en Fort Riley, Kansas, el 4 de marzo de 1918, aunque ya en el otoño de 1917 se había producido una primera oleada heraldo en al menos catorce campamentos militares. Un investigador asegura que la enfermedad apareció en el Condado de Haskell, en abril de 1918, y en algún momento del verano de ese mismo año, este virus sufrió una mutación o grupo de mutaciones que lo transformó en un agente infeccioso letal; el primer caso confirmado de la mutación se dio el 22 de agosto de 1918 en Brest, el puerto francés por el que entraba la mitad de las tropas estadounidenses Aliadas en la Primera Guerra Mundial. Tradicionalmente se ha considerado paciente cero al cocinero Gilbert Michell, de Fort Riley, en Kansas, ingresado el 4 de marzo de 1918. Horas después ya se contabilizaban decenas de casos, hasta el punto de tener que habilitar un hangar para los enfermos, pues el hospital no tenía capacidad suficiente. Sin embargo, investigadores como Santiago Mata recogen informes y publicaciones donde se afirma que ya se habían detectado brotes muy virulentos de la gripe meses antes y no en Kansas, sino en casi todos, por no decir todos, los campamentos militares habilitados para el envío de soldados a Europa. Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) También conocido como Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida o SIDA, este virus es la quinta pandemia mundial más importante, y también parte notable de nuestra historia moderna. Es también protagonista de la historia de la cultura pop. Está provocado por un retrovirus y fue descubierto por Luc Mantagnier en Francia. Provoca básicamente que el sistema inmunológico funcione de manera deficiente. Por tanto, no es el virus en sí el que provoca la muerte, sino las infecciones, incluso la más mínima, que puedan contraer los afectados. El VIH se ha cobrado la vida de más de 25 millones de personas y actualmente sigue siendo un peligro. Se transmite mediante contacto directo con mucosas o la sangre. Además existen ciertos tratamientos y algunos descubrimientos muy prometedores para mejorar la calidad de vida o incluso tratar en cierta medida la infección. La plaga de Justiniano Esta pandemia comenzó en el siglo VI en el Imperio Bizantino. Aunque no se tiene la certeza absoluta, probablemente la peste fue causada por una cepa de Yersinia pestis, la misma bacteria causante de la peste bubónica o negra. Las últimas investigaciones relacionan abiertamente ambos organismos, pudiendo ser incluso el mismo, de idéntica línea genética. Se estima que por esta causa murieron 25 millones de personas. La tercera pandemia Así se denomina a la tercera pandemia de peste bubónica que comenzó en la provincia de Yunnan, en China, en el siglo XIX. Esta pandemia estuvo activa hasta 1959 y provocó en apenas una década la muerte de más de 12 millones de personas. La Yersinia pestis vuelve a ser protagonista, en esta ocasión en Asia, donde Manchuria y Mongolia han sido las zonas más castigadas por la pandemia. Tifus El tifus, que no hay que confundir con las fiebres tifoideas, está provocado por el género de bacterias Rickettsia y representa una de las pandemias de la actualidad. Transmitido por vectores como los insectos y otros artrópodos, el tifus provoca fiebres altas, exantema y otra serie de desagradables consecuencias. Normalmente afecta a poblaciones rurales o muy aisladas. Aunque el tifus ha matado a más de 4 millones de personas a lo largo de su historia, no supone un peligro demasiado grave en el mundo moderno. Cólera El cólera es una pandemia actual causada por la bacteria Vibrio cholerae. Además de fiebres y dolor abdominal, el cólera suele matar a los afectados por deshidratación, que en muchos casos es prácticamente imposible de parar debido a la velocidad a la que se pierde agua por la diarrea. Para detener el cólera se deben tratar con cautela los alimentos y el agua, principales focos de infección. El cólera ha tenido tres grandes pandemias, ocurridas en el siglo XIX, y epidemias muy extensas en el siglo XX cuya suma total supera los tres millones de muertos. Gripe de Hong Kong Fue una pandemia más de gripe, causada muy probablemente por una variante de la gripe A H3N2. Aparecida durante el verano de 1968, podría ser una cepa mutante que se propagó en muy poco tiempo por todo el mundo siguiendo las mismas líneas de difusión que la llamada fiebre asiática de 1957. Esta pandemia de gripe acabó con casi un millón de personas en muy poco tiempo y es una de las razones por las cuales saltan las alarmas cada vez que se habla de la gripe, o de la gripe aviar. La peste negra que reconfiguró a Europa Entre 1346 y 1347 estalló la mayor epidemia de peste de la historia de Europa, sólo comparable con la que asoló el continente en tiempos del emperador Justiniano (siglos VI-VII). Se estima que mató a alrededor de 75 millones de personas. Así, la peste negra fue una inseparable compañera de viaje de la población europea hasta su último brote, a principios del siglo XVIII. Sin embargo, el mal jamás se volvió a manifestar con la virulencia de 1346-1353, cuando impregnó la conciencia y la conducta de la gente. Por entonces había otras enfermedades endémicas que azotaban constantemente a la población, como la disentería, la gripe, el sarampión y la lepra, la más temida. Pero la peste tuvo un impacto pavoroso: por un lado, era un huésped inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba su origen y la forma de atenderlo; por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos. Quizá por esto último, porque afectaba a los mendigos, pero no se detenía ante los reyes, tuvo tanto eco en las fuentes escritas, en las que encontramos descripciones tan exageradas como apocalípticas. Fue hasta el siglo XIX que se superó la idea de un origen sobrenatural de la peste. El temor a un posible contagio a escala planetaria de la epidemia, que entonces se había extendido por amplias regiones de Asia, dio un fuerte impulso a la investigación científica, y fue así como los bacteriólogos Kitasato y Yersin, de forma independiente pero casi al unísono, descubrieron que el origen de la peste era la bacteria Yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y a otros roedores y se transmitía a través de los parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas (Chenopsylla cheopis), las cuales inoculaban el bacilo a los humanos con su picadura. La peste era, pues, una zoonosis, una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos. El contagio era fácil porque ratas y humanos estaban presentes en graneros, molinos y casas –lugares en donde se almacenaba o se transformaba el grano del que se alimentan estos roedores–, circulaban por los mismos caminos y se trasladaban con los mismos medios, como los barcos. La bacteria rondaba los hogares durante un periodo de entre 16 y 23 días antes de que se manifestaran los primeros síntomas de la enfermedad. Transcurrían entre tres y cinco días más hasta que se produjeran las primeras muertes, y tal vez una semana más hasta que la población no adquiría conciencia plena del problema en toda su dimensión. La enfermedad se manifestaba en las ingles, axilas o cuello, con la inflamación de alguno de los nódulos del sistema linfático acompañada de supuraciones y fiebres altas que provocaban en los enfermos escalofríos y delirios; el ganglio linfático inflamado recibía el nombre de bubón o carbunco, de donde proviene el término “peste bubónica”. La forma de la enfermedad más corriente era la peste bubónica primaria, pero había otras variantes: la peste septicémica, en la cual el contagio pasaba a la sangre, lo que se manifestaba en forma de visibles manchas oscuras en la piel –de ahí el nombre de “muerte negra” que recibió la epidemia–, y la peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba una tos expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. La peste septicémica y la neumónica no dejaban supervivientes. La peste negra de mediados del siglo XIV se extendió rápidamente por las regiones de la cuenca mediterránea y el resto de Europa en pocos años. El punto de partida se situó en la ciudad comercial de Caffa (actual Feodosia), en la península de Crimea, a orillas del Mar Negro. En 1346, Caffa estaba asediada por el ejército mongol, en cuyas filas se manifestó la enfermedad. Se dijo que fueron los mongoles quienes extendieron el contagio a los sitiados arrojando sus muertos mediante catapultas al interior de los muros, pero es más probable que la bacteria penetrara a través de ratas infectadas con las pulgas a cuestas. En todo caso, cuando tuvieron conocimiento de la epidemia, los mercaderes genoveses que mantenían allí una colonia comercial huyeron despavoridos, llevando consigo los bacilos hacia los puntos de destino, en Italia, desde donde se difundió por el resto del continente. Una de las grandes cuestiones que se plantean es la velocidad de propagación de la peste negra. Algunos historiadores proponen que la modalidad mayoritaria fue la peste neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del aire hizo que el contagio fuera muy rápido. Sin embargo, cuando se afectaban los pulmones y la sangre la muerte se producía de forma segura y en un plazo de horas, de un día como máximo, y a menudo antes de que se desarrollara la tos expectorante, que era el vehículo de transmisión. Por tanto, dada la rápida muerte de los portadores de la enfermedad, el contagio por esta vía sólo podía producirse en un tiempo muy breve, y su expansión sería más lenta. Los indicios sugieren que la plaga fue, ante todo, de peste bubónica primaria. La transmisión se produjo a través de barcos y personas que transportaban los fatídicos agentes, las ratas y las pulgas infectadas, entre las mercancías o en sus propios cuerpos, y de este modo propagaban la peste, sin darse cuenta, allí donde llegaban. Las grandes ciudades comerciales eran los principales focos de recepción. Desde ellas, la plaga se transmitía a los pueblos y las villas cercanas, que, a su vez, irradiaban el mal hacia otros núcleos de población próximos y hacia el campo circundante. Al mismo tiempo, desde las grandes ciudades la epidemia se proyectaba hacia otros centros mercantiles y manufactureros situados a gran distancia en lo que se conoce como “saltos metastásicos”, por los que la peste se propagaba a través de las rutas marítimas, fluviales y terrestres del comercio internacional, así como por los caminos de peregrinación. Estas ciudades, a su vez, se convertían en nuevos epicentros de propagación a escala regional e internacional. La propagación por vía marítima podía alcanzar unos 40 kilómetros diarios, mientras que por vía terrestre oscilaba entre 0.5 y 2 kilómetros, con tendencia a aminorar la marcha en estaciones más frías o latitudes con temperaturas e índices de humedad más bajos. Ello explica que muy pocas regiones se libraran de la plaga; tal vez, sólo Islandia y Finlandia. A pesar de que muchos contemporáneos huían al campo cuando se detectaba la peste en las ciudades (lo mejor, se decía, era huir pronto y volver tarde), en cierto modo las ciudades eran más seguras, dado que el contagio era más lento porque las pulgas tenían más víctimas a las que atacar. En efecto, se ha constatado que la progresión de las enfermedades infecciosas es más lenta cuanto mayor es la densidad de población, y que la fuga contribuía a propagar el mal sin apenas dejar zonas a salvo; y el campo no escapó de las garras de la epidemia. En cuanto al número de muertes causadas por la peste negra, los estudios recientes arrojan cifras espeluznantes. El índice de mortalidad pudo alcanzar el 60 por ciento en el conjunto de Europa, ya como consecuencia directa de la infección, ya por los efectos indirectos de la desorganización social provocada por la enfermedad, desde las muertes por hambre hasta el fallecimiento de niños y ancianos por abandono o falta de cuidados. Los brotes posteriores de la epidemia cortaron de raíz la recuperación demográfica de Europa, que no se consolidó hasta casi una centuria más tarde, a mediados del siglo XV. Para entonces eran perceptibles los efectos indirectos de aquella catástrofe. Durante los decenios que siguieron a la gran epidemia de 1347-1353 se produjo un notorio incremento de los salarios, a causa de la escasez de trabajadores. Hubo, también, una fuerte emigración del campo a las ciudades, que recuperaron su dinamismo. En el campo, un parte de los campesinos pobres pudieron acceder a tierras abandonadas, por lo que creció el número de campesinos con propiedades medianas, lo que dio un nuevo impulso a la economía rural. Así, algunos autores sostienen que la mortandad provocada por la peste pudo haber acelerado el arranque del Renacimiento y el inicio de la “modernización” de Europa.