Gustavo Ogarrio Vienen a mi cabeza esos momentos en los que llega mi hija y vemos películas y platicamos en la cena en charlas amenas y espontáneas, que nunca tendríamos si estuviéramos todavía atrapados en la edad clásica de todo ese tiempo que no fue pandemia. El verbo de este encierro es combinar. Por ejemplo: combinar lo anterior con la imagen de mis padres y de mi hermana Lucía, dulcemente atrapados en su casa, cuando les voy a dejar la comida y tomo una distancia de muchos metros para que la recojan en la entrada mientras platicamos de lejos y nos confiamos que todo va bien y que hay que esperar a que pase este purgatorio con sus silencios incoherentes al caer el día y sus amaneceres en el reino de los pájaros cuyo canto, ahora omnipresente por toda la ciudad, quizás es lo que más le gusta a mi madre. Combinar… todo el tiempo del no tiempo combinar…atraer visiones, ensoñaciones, hartazgos, ansiedades…una estudiante me pide ser oyente en las clases en línea porque en su colonia las amenazas y la violencia han sitiado el territorio y también para desviarse un poco de los ruidos cercanos de un hospital en Ecatepec en el que, hace algunas noches, familiares de una persona que falleció por el virus entraron a golpear a los médicos y a intentar llevarse el cuerpo de su difunto ya aniquilado por la infección. Combinar los días violetas sin esperanza con los días de síntomas falsos en el propio cuerpo. Combinar las palabras del libro que acabo de terminar de leer y en el que Nina Simone entra como una reina egipcia al escenario para después ser salvada de sí misma por su piano y por Willy y por todo y todos los que amó y que eran para ella la vida misma, con la memoria ya cansada de mi madre que por teléfono me dice que todavía se acuerda de que hoy, miércoles 27 de mayo, cumplo cincuenta años.