Gustavo Ogarrio Carlos Monsiváis (1938-2010), el gran cronista de la ciudad de México, cumple el próximo 19 de junio diez años de haber fallecido. La pandemia hace más dramático el vacío de su voz. Monsiváis era el narrador crítico, irónico y paródico, omnipresente y fugaz, de todos esos “conteos regresivos” donde la Humanidad y el país y la colonia y/o el barrio y/o el pueblo entraban supuestamente en fase terminal: un narrador post-apocalíptico, esta última noción propuesta por él mismo. Uno de sus libros poco conocidos es sin duda su autobiografía titulada “Carlos Monsiváis” (1966). Escribe Monsiváis: “Mi infancia transcurrió en la dorada época de los pioneers, en los albores de la Conquista del Viaducto […] Las razones migratorias de mi familia, en ese éxodo atroz de los cuarentas, fueron religiosas”. Lo autobiográfico en Monsiváis es desde el comienzo absolutamente político…y es crónica articulada al ensayo de un yo desplazándose constantemente hacia un nosotros, entre la infancia despojada de comportamientos comunes y la familia en desplazamiento significativo, entre una juventud de “politización indirecta” y una tensión entre atmósferas contradictorias que enriquecen el currículum secularizador del cronista, es decir, entre el ferviente protestantismo de su familia y su “militancia” temprana, gracias a un tío suyo, en el henriquismo, en 1951, cuando el general Miguel Henríquez Guzmán rompe con el PRI e inicia su trayectoria como candidato por la presidencia, aplastada en julio de 1952 mediante la represión. No es la pasión por el henriquismo lo que define al imberbe Monsiváis, es más bien la indignación contra un gobierno que aplasta y reprime lo que produce el sentido político de esta temprana pero intensa experiencia: “La derrota y la represión de julio de 1952 representan mi ingreso al escepticismo y al desencanto”.