Jorge A. Amaral @Jorge_A_Amaral Han pasado ya 6 meses desde que la Organización Mundial de la Salud decretó la emergencia internacional por el COVID-19, y a medio año de eso, el panorama no es demasiado alentador. A lo largo de este semestre hemos visto prácticamente de todo. Hemos visto gobiernos, como los de Estados Unidos, Brasil y México, que desestimaron la pandemia aunque ahora estén sufriendo los funestos resultados de su mediocridad o exceso de confianza; ciudadanos económicamente agraciados que romantizan los periodos de aislamiento, como los cantantes que invitan a sus fans a quedarse en casa, como si sus seguidores también tuvieran decenas o cientos de millones de dólares en capital, mansión con alberca y jardines inmensos y ninguna otra preocupación más que verse bien en Instagram; también ha habido aquellos que han estado un tiempo trabajando desde sus casas y ya se sienten Ana Frank cuando escribió su diario, italianos que enternecieron a los malinchistas mexicanos cuando se les vio cantando ópera desde sus balcones, Whitexicans de la Ciudad de México cantando “Cielito lindo” desde sus departamentos en zonas fifíes de la capital del país, famosos desesperados haciendo videos para TikTok. Pero lo anterior ha sido, digamos, la cara divertida de la pandemia, porque también hemos visto cómo la economía prácticamente colapsa, con negocios que, ante la suspensión de labores, se vinieron a pique, dejando a miles de personas sin empleo (alrededor de 12 millones de personas hasta junio) y a todas esas familias sin sustento; hemos visto cómo se politiza el asunto, al grado de que el gobierno federal puede decir una cosa, pero los gobiernos de los estados, como el de Michoacán, siempre tienen otras cifras, otras ideas, otras soluciones pero, al final, el mismo caos que la Federación, y entonces no se abona a nada bueno, sólo retar al presidente porque son de partidos distintos, y si es chicle y pega, poder salir a decir que ellos, los gobernadores de oposición, sí pudieron con la pandemia, y que nos grabemos bien sus rostros y nombres porque en 2024 los veremos en la boleta. Hace 6 meses que a nivel internacional se determinó que esto era una emergencia, y hemos tenido que crear no una, sino una serie de nuevas normalidades para lidiar con esto. Quizá muchos no hemos requerido o podido aislarnos por completo, quizá hemos tenido que seguir saliendo a trabajar, pero sí ha impactado en el sentido de que se han suprimido las salidas no necesarias, hemos tenido que lidiar con esos pequeños holgazanes que no saben ni siquiera consultar un diccionario para sacar el ciclo escolar, y lo peor, sin las herramientas pedagógicas de los maestros. En ese sentido, además de la precariedad económica o la violencia intrafamiliar, que se han visto fortalecidas por la pandemia, hemos presenciado cómo, educativamente, México no estaba preparado para una emergencia, porque, por ejemplo, los papás con niños en colegios privados estaban demasiado acostumbrados a dejar todo en manos de la miss, porque prácticamente sentían que estaban pagando maestra y niñera, pero ya con los angelitos en casa, batallando para, primero entender, luego para explicar los temas, se dieron cuenta de que no es tan fácil. Pero, por otro lado, quienes no tenemos a nuestros hijos en colegios particulares, hemos lidiado con la desorganización gubernamental, con las fallas que históricamente viene arrastrando el sistema educativo, cuyo modelo ha creado autómatas a los que sólo les gusta que se les dé todo sencillito, para no batallar, para no traumarse, y por eso no saben investigar, no saben resolver un cuestionario. A nosotros, los padres de familia, nos ha tocado enseñarles a nuestros hijos a leer, a indagar, a buscar información, a tratar de entender los temas complejos entre todos para poder solucionarlo. Eso a quienes sabemos dos o tres cosas, pero, aquí viene lo complicado, ¿y los papás que si acaso tendrán la primaria?, ¿qué pasará con los niños cuyos padres no tienen el tiempo o la disponibilidad para sentarse con ellos a estudiar o tratar de entender un tema? No quiero aventurar juicios, pero en términos educativos, esta será, muy posiblemente, la generación perdida, y si el gobierno se pone listo y se deja de tarugadas, podrá tomarla como referencia para fortalecer el sistema educativo, restar poder y autoridad a los sindicatos y fracciones magisteriales y realmente tener rectoría en la educación, con un modelo más acorde con las necesidades actuales que con los caprichos de un magisterio intransigente y jóvenes normalistas que pretenden seguir enseñando con criterios “revolucionarios” y enfoques “populares” de la década de los 80. Y es que esta pandemia ha dejado ver no sólo las debilidades del sistema actual, sino los rezagos y fallas históricas de la educación en México, y eso se nota ya no sólo en los niños, sino en los mismos padres de familia, que no tienen los conocimientos para apoyar a sus hijos, y en los maestros, que muchos no estaban listos para usar otras herramientas tecnológicas y ahora han tenido que sumergirse al trabajo en línea. Pero también se ha puesto en evidencia el rezago en infraestructura, con miles de comunidades donde, si no hay caminos transitables, menos hay conectividad y mucho menos acceso a internet, lo que deja en la vulnerabilidad a los vulnerables de siempre. Foto: La Voz de Michoacán. Y es que en ese sentido el sistema educativo también va retrasado, porque en el sector público no se les exige a los niños de primaria el uso de una computadora o una tablet, y por eso es que, aunque en la familia haya las posibilidades para comprar un equipo, no se hace porque no se necesita, y ahora que se tuvo que recurrir a contenidos en línea, para mucha gente fue difícil acceder desde sus celulares, los cuales son usados para tres cosas primordiales: Facebook, WhatsApp y YouTube, y ahora tenemos niños que, aunque haya el poder adquisitivo, no tienen las herramientas digitales para potenciar su desarrollo. Ante todas esas carencias, rezagos y debilidades, de verdad que no sabemos qué vaya a pasaras con la educación en México, y por eso, si los papás no nos ponemos listos, de verdad, nuestros hijos están en vías de ser la generación perdida. Al tiempo. El 15 de septiembre, se grita porque se grita La idea del Grito de Independencia es que cada 15 de septiembre se junte la muchedumbre y responda jubilosa a las arengas del mandatario municipal, estatal o federal, dependiendo del lugar. Luego de los vítores a los héroes nacionales, del momento de gozo en que el dignatario hace ondear la bandera y se canta el Himno Nacional, la gente se dedica al festín patrio, mientras el alcalde, gobernador o presidente comparten la mesa, el pan y la sal con lo más granado de la política y los negocios en los respectivos ámbitos. Pero si por la pandemia no se puede porque hay que evitar contagios, ¿a qué forzar las cosas? Y es que el presidente ha dicho que sí habrá grito y desfile, aunque, claro, en el Zócalo sólo habrá medios de comunicación, cuerpos de seguridad y 500 personas representantes de los 32 estados del país. Todo el show será transmitido en vivo, igual que el desfile. Y es que, si el presidente insiste, las autoridades no tendrán argumentos válidos para impedir que en alcaldías o capitales de los estados se hagan ceremonias diferentes, porque hay que recordar que el horno no está para bollos, la curva nomás no se aplana y los contagios se siguen dando. ¿Cuál es el afán de celebrar una fiesta en esas condiciones?, ¿México será diferente si no se conmemora el Grito? Sabemos que el presidente puede ser muy necio, pero esperemos que en los gobiernos estatales haya más cordura y se suspenda la fiesta patria, total, ya el próximo año se puede retomar y no pasa nada, ni mejores ni peores, sólo con menos riesgo de contagio. Claro que es difícil luchar contra la necesidad de culto a la personalidad de los gobiernos tanto federal como estatales, y hasta en los municipios, porque cualquier alcalde de medio pelo quiere lucirse ante sus ciudadanos, y que lo vean y le aplaudan, pero no hay que ser irresponsables, y si van a hacer festejos patrios en septiembre, ya que ni vengan a joder con sus semáforos y medidas sanitarias, o lo que es lo mismo, que se vayan al carajo. Es cuánto. Postdata: mediciones de primer mundo En días pasados, durante la rueda de prensa diaria, en la que, por cierto, no estuvo el doctor López-Gatell, se presentó un algoritmo que universidad han creado en coordinación con el gobierno. Ese algoritmo, un sistema de primer mundo y a la altura de las mejores universidades del globo, es una verdadera belleza, una auténtica obra de arte científico. Pero el algoritmo que a nivel nacional se presumió y se explicó a detalle no sirve para reducir contagios, no funciona para frenar la mortalidad ni para trazar mejores estrategias de contención del virus. No. Sólo sirve para medir cuántos contagios, cómo y dónde se presentan, y de esos, cuánta gente se va a morir; pero, además, es tan avanzado, que permite comprobar que las previsiones eran acertadas. Mientras escuchaba la explicación, mis ojos más se abrían y, atónito, anonadado, sorprendido, estupefacto y básicamente de a seis y con el ojo cuadrado, sólo pude murmurar: “fíjate qué suave”, verdad de quiensito.