Jorge A. Amaral En el “Nuevo catecismo para indios remisos”, Carlos Monsiváis cuenta la fábula de Donato, un hombre de la época virreinal que cuidaba con celo que todas las tradiciones que los españoles traían consigo se respetaran y acataran al pie de la letra. Muchos tomaban a Donato por loco, pero es que él sostenía que “todo lo bueno ya sucedió, y a nosotros sólo nos queda conservar el respeto y vigilar la transmisión precisa de nuestra herencia moral”. Según el relato de Monsiváis, “‘la Nueva España -argumentaba Donato- pertenece al Nuevo Mundo. Aquí todo es inaugural, como en el Jardín del Edén, o en las primeras representaciones teatrales del Jardín del Edén. Aquí se asiste a diario, casi sin querer, al nacimiento de numerosas tradiciones’. Y convencido de lo que decía, Donato halló su vocación: sería el vigilante de la identidad virreinal, el guardián de lo Felizmente Acontecido”. Pero una noche Donato recibió algunas visiones de lo que sería en el futuro, y así, viendo cuerpos semidesnudos y adoptando poses y comportamientos impúdicos, se asustó cuando una voz le dijo que esa era la celebración de la Semana Santa en las costas del Pacífico, y luego vio gente que sin hacer oración ni entregarse al dolor y la mortificación de la carne por los muertos, y una voz le dijo que eso era el Día de Muertos en provincia. Donato se horrorizó al ver esas imágenes, porque las tradiciones que con tanto celo hacía guardar corrían un gravísimo riesgo no sólo de perderse, sino de pervertirse y terminar completamente deformadas para luego ser olvidadas. Entonces ideó un plan para salvar a las tradiciones: con el poder que tenía entre los miembros de la Iglesia y entre los indígenas, comenzó a proscribir todas las tradiciones del santoral. Pese a las dudas del Santo Oficio y de los virreyes, Donato logró que muchas tradiciones fueran perseguidas y otras simplemente suprimidas hasta el desuso. Al final todas las tardones del virreinato así se salvaron de la perversión y el olvido, de la degeneración “a nombre del respeto histórico”. La fábula se llama “Si no quieres que se deformen, evita las tradiciones”, y viene a colación porque esta semana vimos cómo una de las tradiciones más arraigadas, respetadas, protegidas y consagradas de los mexicanos tuvo que cambiar: el Grito de Dolores. Este año la pandemia de COVID-19 obligó a que los gobernantes se abstuvieran de aquellos eventos masivos en los que arengan a miles de asistentes a lanzar vítores a los héroes nacionales y a la mexicanidad en sí. Ahora los actos fueron incluso más austeros, por redes sociales y diversas plataformas digitales o canales públicos de televisión, en el caso de gobernadores y presidente de la República. Por ejemplo, el Grito de Andrés Manuel López Obrador, pese a lo que digan los derechairos, estuvo relativamente bien: los fuegos artificiales lucieron bien, el alumbrado del Zócalo se veía bonito. Pero tampoco fue la gran cosa, las circunstancias obligaron a que alguien, a quien le encanta su imagen personal, se conformara con salir al balcón aunque no lo vitorearan decenas de miles de personas. Fue una acción responsable y acorde con las circunstancias que se viven actualmente. La arenga del presidente fue atinada al llamar a la fraternidad y al amor, en tiempos en que es lo que menos se profesa entre mexicanos, en tiempos en que la empatía no existe, como lo mencionábamos la semana pasada. El gobernador Silvano Aureoles, por otro lado, tuvo que dar su Grito desde el encierro dado que actualmente es paciente de COVID-19 y que las condiciones de la entidad no están como para juntar a miles de personas en la avenida Madero de Morelia. El gobernador resaltó la labor del personal médico, que hoy son los nuevos héroes de la patria, y llamó a la ciudadanía a cuidarnos entre todos. Fue un discurso sin triunfalismos y sin la efusividad pozolera propia del 15 de septiembre. Pero siempre hay gente que se niega a aceptar las nuevas realidades y se empeña en seguir las tradiciones al pie de la letra para que no se pierdan, y por eso vimos al presidente de Morelia, Raúl Morón, encabezando, primero, el encendido de la Catedral, y luego, en Palacio Municipal, dando el Grito a sus funcionarios y empleados municipales para luego compartir el pan y la sal en una noche mexicana. El alcalde se defendió diciendo que había poquita gente, no más de 40 personas, y que además había sido algo muy austero, que sólo habían comido pozole, tacos dorados “y cosas así”, para luego irse todos a sus casas. La cosa es que se trata de las autoridades municipales, de la segunda demarcación con más casos de COVID-19 en el estado, y si ni ellos pueden aplastarse en sus casas, ¿cómo esperaban que las hordas de morelianos no salieran a abarrotar el Centro y los cafés y bares? Sí, sabemos que era 15, día festivo, pero no es posible que seamos tan irresponsables, porque la salvajada de andar de juerga el 15 puede que se refleje el 30 en el número de contagios. Ahora, eso de que fue algo muy austero, con pozole, tacos dorados “y cosas así”, eso es lo de menos, porque pudieron haber cenado pechuga de ángel o sopas Maruchan, el caso es que no se quedaron con las ganas de dar el Grito entre cuates, de juntarse, aunque fuera para “algo tranqui”. Y como el de Morelia, ¿cuántos ayuntamientos no habrán hecho eso? Ante ello, cuando usted haga una fiesta o lleguen los municipales a clausurarle el bar, puede mandarlos directo al carajo, porque el buen juez por su casa empieza, y Morón y su gabinete no actuaron como tales. Perdón por el arrebato, pero mi pecho no es bodega. A lo que voy con todo esto es a que debemos acostumbrarnos a nuevas dinámicas, a nuevas formas de convivencia. Debemos dejar a un lado muchas tradiciones porque no tiene ningún caso que todo se haga virtual: el Grito, festivales, verbenas como la del 15, cuando la finalidad de esos eventos es la asistencia, es escuchar al artista favorito en vivo y bailar sus canciones, es presenciar los números artísticos que nos interesan, acudir con familia y amigos. Y lo vimos con el festival de guitarra de Paracho, a donde la gente no pudo ir, sólo ver presentaciones y elevación de globos de Cantoya a través de las redes sociales. Así, la verdad, no tiene mucho chiste que digamos. Por eso es que debemos caer en cuenta de que la nueva normalidad no es un eslogan del gobierno ni una ocurrencia institucional, sino que es justo eso: la nueva forma de actuar en sociedad, la nueva manera de relacionarnos, de convivir, de festejar, de distraernos, y a todo ello tendremos que acostumbrarnos si es que algún día queremos darle la vuelta a la página de la pandemia, o seguiremos viendo gente enfermar y morir sólo porque, celosos de nuestras tradiciones religiosas, paganas, institucionales y familiares, nos negamos a adoptar la mesura como modo de supervivencia y protección. No podemos vivir en el pasado, debemos mirar al presente como éste se manifiesta y adaptarnos a él si es que queremos tener futuro. Se escuchará feo, pero ya es momento de dejar las tradiciones y, además, evitar que se generen nuevas, esto para no tener que volver a empezar de nuevo cuando a nuestros hijos y nietos se les presente otra pandemia o desastre que los obligue a replantearse a sí mismos. Si ya no se pueden hacer festejos como estamos acostumbrados, si ya no podemos ir a festivales como los que nos gustan, si ya no es prudente ir a un jaripeo, a un baile o fiesta patronal, debemos afrontarlo con sabiduría y madurez y no actuar como trogloditas, porque eso será lo que definirá el futuro de la especie llegado el momento. Al tiempo. Que se vayan a Reforma Ayer, los miembros del Frente Nacional AntiAMLO, el FRENAA, marcharon por la Ciudad de México. En su camino al Zócalo fueron encapsulados por agentes de la capital. Molestos, empezaron a montar un campamento frente al Hemiciclo a Juárez, diciendo que no se irían de ahí hasta que el presidente renunciara o al menos los escuchara. De ahí también fueron retirados. A diferencia de las demás protestas ridículas que han realizado, en la de ayer sí hubo miles de personas. Esto es curioso porque se quejan del mal manejo que el gobierno federal ha dado a la pandemia de COVID-19, ya ve usted que realizar una marcha de miles de personas es sumamente recomendable en estos tiempos. Dicen que ellos van a salvar al país, y la pregunta es de qué, ¿de López Obrador? Vale, supongamos que tienen razón, pero, ¿alguien se los pidió? Y me refiero a alguien no esté ni con el presidente ni con ellos, alguien neutral. Me recordaron al joven que alguna vez me dijo: “Me voy a ir a Chiapas a ayudarles a los zapatistas”, a lo que su servidor simplemente respondió: “Pendejo, ¿y quién te dijo que ellos necesitan tu ayuda?”. Pero los miembros del FRENNA están en todo su constitucional derecho a manifestarse, están en todo su derecho de marchar y hacer plantones, justo como hacen esos a los que ellos llaman “holgazanes que no trabajan, no como uno, que sí paga impuestos”; tienen todo el derecho a joderles el día a los habitantes de la capital, así como otros en su momento les han jodido el día a ellos; tienen todo el derecho, si el gobierno no los atiende, de ir incluso a Paseo de la Reforma y plantarse ahí durante seis meses hasta que AMLO se vaya o, lo que es peor, se les descargue el celular. Es cuánto.