Los perseguidores

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Gustavo Ogarrio

En el “El perseguidor”, Julio Cortázar escribe: “Y justamente en ese momento, cuando Johnny estaba como perdido en su alegría, de golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a  no sé quién dijo: “Esto lo estoy tocando mañana”, y los muchachos se quedaron cortados, apenas dos o tres siguieron unos compases, como un tren que tarda en frenar, y Johnny se tocaba la frente y decía: “Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana”, y no lo podía hacer salir de eso, y a partir de entonces todo anduvo mal… cuando lo vi salir, tambaleándose y con la cara cenicienta, me pregunté si eso iba a durar todavía mucho tiempo”.

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¿De dónde viene ese tren del jazz en su infinita e íntima relación con la literatura? El poeta Gaspar Aguilera afirma lo siguiente: “Se sabe que esta música, originada por el blues y la cultura negra, comparte con la literatura muchos de sus rasgos: el ritmo, el color, el sonido, el fraseo, los silencios. Como forma expresiva y estética, el jazz se aproxima a la literatura no sólo por aparecer dentro de ella como tema central, aleatorio o paralelo, sino que se emparenta al género narrativo, por ejemplo, en la respiración de la escritura, en los espacios en blanco, y en los periodos discursivos en los que una idea, imagen o fraseo, se repiten, se extienden, o reaparecen de manera centelleante”.

Gotas, enormes gotas de jazz que son como estanques cayendo, archipiélagos fosforescentes, azuladas tardes que anuncian la noche de los últimos trenes. Miles, John, Johnny, Charlie, Pat, Charles, Thelonius… todos los nombres de su abismo. Pero también los anónimos, los del rostro retorcido por la acumulación de muerte, los que no tuvieron su momento de famas siniestras. “Trompeta triste / trompeta alegre / trompeta que subes la escalera / llegas hasta mi estancia / hasta la nostalgia de mi máquina de escribir” (Sergio Momdragón).

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