Jorge A. Amaral Cuando Donald Trump tomó posesión del cargo como presidente de los Estados Unidos, bailó con su esposa la canción “My way”, de Frank Sinatra. En su momento llamó la atención porque, efectivamente, el magnate hizo la campaña a su manera, con su muy particular sello: alentando los discursos de odio, prometiendo medidas duras contra los migrantes, acosando diplomáticamente a otros países y fustigando a sus opositores tanto políticos como en los medios de aquel país. Desde su posición como candidato y como presidente, casi a diario arremetió contra los medios que no le eran afines, calificándolos de mentirosos y tendenciosos. Además criticó duramente a los políticos que se le oponían y si algún funcionario de su gobierno un día amanecía con el mal trino de desmentir o contradecir al presidente, éste lo despedía entre insultos. Así transcurrieron los últimos 4 años amenazando con el muro, con más deportaciones y alentando a los grupos de ultraderecha que se sentían protegidos con sus discursos. “Divide y vencerás”, reza la máxima, pero todo gobernante debe cuidarse de no dividir demasiado, porque puede que en algún momento necesite de aquella parte a la que segregó o alejó y el apoyo de sus seguidores no le será suficiente. Recordemos que ningún gobernante puede emprender una guerra si no cuenta con el apoyo del pueblo y sus generales. La derrota de Donald Trump debería servir de ejemplo a seguir por el gobierno mexicano si es que quiere mantener la solidez que poco a poco pierde entre la ciudadanía. Cuando un líder polariza al pueblo, sus seguidores se vuelven radicales, incondicionales, como en la Alemania nazi. Pero es una espada de doble filo porque, al igual que sus seguidores, los detractores también se radicalizan pero en contra, como en Cuba o Venezuela. Eso pasó en Estados Unidos y está pasando en México. Mientras Donald Trump empoderaba moralmente a los grupos de ultraderecha, como los Proud Boys y las demás milicias, los grupos de izquierda y las minorías raciales también se fortalecieron y por ello pudieron hacer frente a las embestidas de Trump con sus milicias, grupos de simpatizantes y las “Karen” de todo el país. En México, si bien el presidente Andrés Manuel López Obrador cuenta con el amor incondicional de sus simpatizantes, esos que lo defienden a ultranza de cualquier crítica, los opositores también se han radicalizado y ahora son enemigos acérrimos de su gobierno, y lo malo (para él) no es que no lo quieran, lo malo es que quienes no lo quieren encabezan partidos, dirigen sindicatos, presiden cámaras empresariales y ya se están organizando en grupos como el FRENAAA o Sí Por México, este último con fuerte respaldo de la Confederación Patronal de la República Mexicana. Así como a Trump el odio racial que alentó le salió caro, a Morena le puede resultar costoso el odio político que ha alentado hacia la oposición, tanto que puede que el pueblo bueno no le alcance para mantener la hegemonía en las elecciones de 2021, en las que veremos que cámaras empresariales, organizaciones civiles y partidos tendrán una causa en común: arrebatarle a Morena el poder obtenido en 2018, y para 2024 podríamos ver a un López Obrador tan debilitado que poco podrá hacer para conseguir su candidato presidencial mantenga de color guinda el Palacio Nacional. Al tiempo. Amiga, date cuenta La desaparición de fideicomisos, que aunque muchos de ellos sólo servían para mantener a parásitos otros sí eran de gran utilidad para estados y municipios, sumada a los majaderos recortes presupuestales a los estados y, por ende, a los municipios, sólo refleja una cosa: al gobierno federal y a los diputados morenistas no les importa la gente. Desde hace décadas y hasta la fecha, el gobierno federal ha sido un señor feudal que recauda impuestos asfixiantes entre los siervos, pero sin dotarlos de calidad de vida y sí acumulando toda esa riqueza para las obras faraónicas. Esa necedad disfrazada de combate a la corrupción y austeridad republicana no es sino síntoma de que México es un feudo de una élite y los de a pie estamos inermes ante sus decisiones, por muy estrafalarias y nocivas que puedan ser, y cualquier crítica será acallada por aquellos que, como se decía más arriba, ya están adoctrinados para defender al régimen, aunque estén igual de jodidos que uno. Y por ello no nace más que decirles: “Amiga, date cuenta: a ese hombre no le importas”. Sin agenda contra la violencia Hasta lo último que alcancé a contar este sábado, en Michoacán ya iban 42 personas asesinadas, en promedio 6 por día, incluyendo 6 mujeres sólo en estos primeros 7 días del mes. El dato es alarmante si consideramos que el mes de octubre cerró con la cifra de 152 muertos, muchos de ellos en hechos donde hubo hasta 7 víctimas. Así, sólo en esta semana la cifra de muertos ha llegado a más del tercio de todo el mes pasado. En plenos tiempos electorales (el proceso arrancó en septiembre) no se ha dejado sentir un posicionamiento claro por parte de los distintos actores políticos en torno al tema de la violencia. De los aspirantes a los distintos cargos de elección popular no se ha escuchado qué harán contra la inseguridad que azota al estado, sólo posturas tibias, como la de Alfonso Martínez, que dice que de un tiempo a la fecha no se siente seguro en Morelia; o Guillermo Valencia, que ha estado muy de cerca con las víctimas del delito en la capital. Fuera de eso, los suspirantes sólo se han dedicado a repartir culpas según su filiación política: los morenistas dicen que la violencia es producto de la ineficiencia del gobierno estatal y la corrupción de muchos alcaldes para dejar pasar la violencia; desde los personajes de los demás partidos el señalamiento es a la falta de estrategia del gobierno federal y al hecho de que la presencia de la Guardia Nacional en el estado no ha servido para maldita sea la cosa en cuestión de combate a la delincuencia, ya que los enfrentamientos se siguen registrando, los levantones continúan, las ejecuciones son pan de todos los días. Entonces es ahora cuando los ciudadanos, haciendo corte de manga a los partidos políticos y sus paladines, tenemos que emprender una organización colectiva para, desde este lado de la banqueta, denunciar los hechos de violencia y exigir a las autoridades que hagan el trabajo para el que se les paga tan bien. En la capital del estado, por ejemplo, son más las notas en las que la Policía Municipal trasgrede los derechos humanos de los ciudadanos o retira objetos de la calle que aquellas en las que destaque su labor de prevención, disuasión y persecución del delito. El gobierno del estado está más enfocado en las cuestiones políticas y los pleitos con el gobierno federal que en perseguir a aquellos que están violando la ley desde la delincuencia organizada. Pero bueno, son tiempos electorales y ahorita no es tiempo de luchar contra la violencia, sino que es la hora de capitalizarla con fines políticos y señalar las deficiencias de los contrincantes electorales. Esperemos que ahora que en Estados Unidos ganó Joe Biden, el gobernador esté más tranquilo y ponga remedio a esta carnicería en la que el estado se ha convertido. Es cuánto.