Jorge A. Amaral Dice el slogan de campaña que “el sol siempre vuelve a salir”, pero esto ya es un ocaso que se ha prolongado más de lo que debería. Lo que vimos esta semana en el Partido de la Revolución Democrática en su aniversario es una señal tan clara, que hay que estar demasiado ciego para no verla. El hecho de que sólo mediante acarreo hayan logrado reunir apenas a un aproximado de 5 mil personas habla mucho de a situación del partido, y que no es de ahora, sino que es un mal crónico degenerativo que desde hace años ha venido agravándose. Apenas hace 10 años el PRD, en sus eventos en el centro de la ciudad, lograba reunir personas como para llenar 4 o 5 cuadras de la avenida Madero, incluidas las plazas del primer cuadro como la Melchor Ocampo, la Benito Juárez y la de Armas, alrededor de la Catedral. Pero esta semana fue más el caos ocasionado por los camiones en los que llegó la gente que la multitud que fue a aplaudir a Carlos Herrera, el candidato a gobernador. El sol azteca es como un paciente terminal que se niega a aceptar la realidad: desde hace años se sabe que su mal no sólo es irreversible, sino además progresivo, y aun así actúa como cuando gozaba de cabal salud. Esa enfermedad progresiva y terminal fue causada por la fragmentación, el exceso de tribus y corrientes cuyos miembros sólo vieron por su beneficio personal y de secta, nunca en bien del partido. Así, la maquinaria perredista se fue desgastando en luchas internas, fuego amigo y boicoteo entre compañeros. Y aunque hubo aquellos que se empeñaron en hacer valer los estatutos y, sobre todo, la línea ideológica, pudieron más los que usaron al PRD sólo como agencia de colocación y vía para seguir vigentes en la política o para hacer acuerdos en pro de sus aspiraciones personales. A nivel nacional, los grandes responsables de la debacle perredista fueron los denominados Chuchos, que se enquistaron en la cúpula partidista y ya no se movieron de ahí. Por esa razón es que Jesús Zambrano hoy por hoy es líder nacional. En Michoacán, cuna del perredismo y hasta no hace mucho principal bastión, los causantes fueron, por un lado, aquellos que desde el Congreso de la Unión arroparon al entonces presidente Peña Nieto mediante el Pacto por México, sabiendo que la mansedumbre sería bien recompensada. Gracias a ello es que Silvano Aureoles llegó a la gubernatura en su segundo intento. Pero por otro lado estuvieron los personajes que en Michoacán replicaron viejas prácticas priistas para afianzarse en la cúpula perredista estatal y en las candidaturas. Muchos de ellos así lograron alcaldías, diputaciones o cargos en el gabinete silvanista. Así, el Partido de la Revolución Democrática dejó de ser el representante de los sectores populares del estado de Michoacán, el partido que la gente del campo y las clases más desfavorecidas apoyaron porque hacía eco a sus demandas y necesidades. El PRD dejó de representar la izquierda partidista, dejó sus principios y valores, abandonó la lucha por las causas populares, traicionó a aquellos hombres y mujeres que arriesgaron sus vidas o hasta murieron por la construcción de un organismo político que representara un cambio de hilos en la política nacional. Les dio la espalda a aquellos que aguantaron amenazas, hostigamiento y ataques de los caciques locales. Ni siquiera podríamos decir que al menos valió la pena, porque ese es un partido que al día de hoy no es más que un mal negocio para el erario público, porque ya no representa nada en pro de la democracia. Ante tales actos, ha sido perfectamente comprensible que gente de gran peso, como el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y el propio Andrés Manuel López Obrador, hayan decidido en sus respectivos momentos dar vuelta a la hoja y dejar que el PRD se siguiera hundiendo solo. Esto no es casual, porque, recordemos, primero el Partido Acción Nacional se fundó para hacer frente a las políticas de izquierda del general Lázaro Cárdenas, con un sector de la clase privilegiada y conservadora del país que se oponían a los coqueteos del general con el socialismo. Ya hacia finales de los 80 el PRD se formó del ala democrática del PRI, encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, para enarbolar los principios cardenistas, teniendo a Michoacán como cuna y bastión, sobre todo en los sectores popular, indígena y rural, de ahí que durante muchos años el PRD fue un partido llamado “de sombrerudos”, quienes ya estaban cansados de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional y por ello lucharon por ganar espacios. Pero luego el PRD se institucionalizó, aprendió a velar por los intereses de grupo y personales y terminó doblando las manos frente a aquellos a los que se oponía, y entonces comenzó a hacer alianzas, primero con el PAN. Haciendo alarde de grandes dotes alquímicos, decidieron mezclar lo que parecía agua y aceite, izquierda y derecha. Pero para ese momento ya la cantidad de aceite que quedaba en el PRD era tan escasa, que no pasaba nada si se juntaba con el agua, porque la izquierda ya estaba bastante descafeinada y diluida, por lo que ya no tenía peso en el perredismo, y los Chuchos se justificaron llamándola “izquierda progresista”, aunque de eso no tuviera nada, porque no se les ha visto en la práctica. Ahora han decidido ratificar la mansedumbre mostrada en el Pacto por México de Peña Nieto y van en alianza como un Frankenstein político que vaya usted a saber qué carajos es porque no se le ve forma de nada concreto. Así, el PRD pasó de ser un partido político de izquierda a ser, primero, una agencia de colocación, para la que cada campaña era como una feria del empleo. Lamentablemente ahora más bien parece una casa de citas en que los ideales y principios terminan siendo prostituidos por una candidatura, una pluri o un puesto en el gobierno, sabedores que el que se mueve no sale en la foto y que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error. Pero no todo está perdido para el perredismo, porque muchas de las prácticas que arruinaron al partido hoy son llevadas por algunos personajes a otros partidos, como Morena, donde connotados experredistas hoy brillan, haciendo politiquería al más puro estilo de personajes como Juan Carlos Barragán, Carlos Torres Piña y otros que han sabido moverse para donde se hace el agua, y así no se caen del barco que los mantiene a flote en la vida pública. Pero en Morena deben ser conscientes del riesgo que ello implica para ese partido, porque esa adhesión puede resultar contraproducente. Como ejemplo, lo sucedido esta semana en Zitácuaro, durante un mitin del recién ungido Alfredo Ramírez Bedolla como candidato a la gubernatura por Morena. Micrófono en mano y resaltando los grandes beneficios de los programas sociales y de apoyo a emprendedores, el experredista Elías Ibarra, al calor del momento y dejando que su subconsciente hablara en su lugar, señaló que con Carlos Herrera el triunfo estaba garantizado, y aunque trató de arreglarlo diciendo que más bien era con su “hermano” Alfredo Ramírez, el dislate ya se había cometido, el subconsciente ya lo había traicionado. Y es que es difícil desapegarse de los colores amarillo y negro cuando se fue alcalde por ese partido, secretario de Salud estatal con el actual gobernador y, de buenas a primeras, ponerse una camisa guinda ha de ser complicado. Me imagino a un recién divorciado que, estando con su nueva pareja, a la hora de la pasión más desenfrenada, en que los amantes no piensan en nada porque están en éxtasis, se le sale el nombre de la exesposa. ¿Qué hacer?, ¿qué decir para no regarla más? Nada, no hay nada qué hacer. La línea divisoria La tragedia de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, en lugar de unir en un clamor por justicia para las víctimas y castigo a los responsables, no ha hecho sino dividir aún más a la polarizada sociedad mexicana. Por un lado, los lopezobradoristas, acusando que políticos panistas fueron a tomarse la foto, que los medio s de comunicación, al informar sobre las víctimas y sacar sus historias, no han hecho sino lucrar por “chayoteros” y todos esos epítetos que desde Palacio Nacional se han dictado para señalar a la prensa. Por otro lado, los detractores más radicales del presidente piden una suerte de linchamiento al mandatario, actúan como si todo Morena hubiera construido esa estructura que colapsó. Pero no podemos esperar más si esa misma división tiene su origen en la Presidencia de la República, desde donde se fustiga a los opositores, a los medios que son críticos, a todo eso que el presidente engloba en la temible palabra que, al ser pronunciada, exhala un tufo de odio: “conservadores”. Y a ello contribuyen líderes de oposición, como los dirigentes del FRENAA o las dirigencias nacionales del PAN y PRI, que entre las mentes débiles siembran odio hacia todo lo que el lopezobradorismo representa. Esa polarización de un lado y otro no hace sino sumir a México en su propia Guerra Fría, absurda y lacerante pero eficiente para los fines de unos y otros. Cierto, en esa tragedia jugó un papel muy importante la corrupción y el afán austero de los gobiernos de la cuarta transformación, y a los responsables, por obra u omisión, se les debe castigar, no para placer político de unos y otros, sino simplemente por justicia, y que a los familiares de las víctimas se les responda como se debe (la vida de sus seres queridos es irremplazable), que no se les deje solos. Cárcel a quien tenga que ir a la cárcel, y si el presidente no quiere ir al lugar de la tragedia o mostrar su respaldo a las víctimas que sobrevivieron y a los familiares de los fallecidos, pues al carajo con él, como el mismo mandatario señaló. Es cuánto.