Jorge A. Amaral Últimamente he escuchado opiniones de militantes y feligreses de Morena que plantean la necesidad de que el Instituto Nacional Electoral desaparezca del mapa institucional de este país porque dicen que es caro, que es corrupto y que obedece a intereses de la derecha conservadora y corrupta. Vaya, sólo les falta decir que el INE es una institución Illuminati diseñada para establecer un nuevo orden en este país. Me podrá usted decir que este tipo de comentarios vienen de gente cuya escasa formación académica les impide analizar las cosas con independencia, o que por vivir en comunidades muy apartadas pues no hay acceso a más información, salvo la que sus líderes partidistas les ofrecen. Pero este tipo de afirmaciones sobre la desaparición del INE las he escuchado de políticos, de profesionistas con maestría, de personas con poder adquisitivo y con acceso a cuanta información busquen. Y es que a tal grado ha llegado la soberbia del soberano que vive en Palacio Nacional, que ahora sí quiere concretar aquello de mandar al diablo las instituciones, y la feligresía, que no cuestiona ni se pregunta, sólo aplaude, le hace eco sin darse cuenta de que si el monarca está donde está es precisamente gracias a instituciones como el INE, que al paso de los años han venido mejorando para garantizar que la voluntad ciudadana sea respetada y se haga valer. Pero, por si son demasiado jóvenes o les gusta hacerle al tarugo, recordemos que a raíz de los conflictos postelectorales por el fraude cometido en los comicios de 1988, entró a la cancha el naciente Instituto Federal Electoral (IFE), en sustitución de la cuestionable Comisión Federal Electoral, que por depender directamente de la Secretaría de Gobernación funcionaba a criterio del gobierno federal, y fue la razón por la que Manuel Bartlett, hoy distinguido funcionario de la Cuarta Transformación, pudo meter la mano, tumbar el sistema y robarle la elección al ingeniero Cárdenas (que luego negoció, pero esa es otra historia). Así, durante el sexenio de Carlos Salinas, luego de hacer las reformas necesarias a la Constitución, el Congreso de la Unión expidió el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) mediante el cual se ordenó la creación del IFE con la intención de contar, por fin, con una institución imparcial capaz de dar certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales del país. Ya para 1993, mediante la reforma al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, el Congreso de la Unión otorgó al IFE las atribuciones de declarar la validez de las elecciones de diputados y senadores, expedir constancias de mayoría para los ganadores de estos cargos y establecer topes a los gastos de campaña. En el sexenio de Ernesto Zedillo, en 1996, el Congreso hizo una nueva reforma electoral y otro Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, y con esto se reforzó más la autonomía del IFE al quedar completamente desligado del Poder Ejecutivo en su integración, y además se dio el gran paso: las elecciones ya no las organizaría la Segob, sino que ahora correrían por cuenta del Instituto. Ese mismo año, el 26 de agosto, se creó el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación como un órgano especializado y autónomo del Poder Judicial, cuya función es resolver controversias en materia electoral y proteger los derechos político-electorales de los ciudadanos de manera definitiva y con poder para calificar las elecciones presidenciales. Así, el TEPJF fue dotado con atribuciones para resolver de forma definitiva los conflictos que pudieran surgir en las elecciones desde los municipios hasta la Presidencia de la República. Quizá quienes piden la cabeza de estos dos organismos autónomos no lo recuerden, pero en 1997, gracias a que ya había instituciones capaces de garantizar la voluntad de los votantes, el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y se lograron 9 gubernaturas de oposición en el país. Con esto se logró un sistema político más plural, una democracia partidista más consolidada, resultando en la alternancia que se concretó cuando Vicente Fox ganó las elecciones presidenciales en el año 2000. No hablaremos del desempeño de ese gobierno, estamos hablando sólo de procesos electorales. Y llegamos al proceso electoral que alcanza la cúspide dentro de una semana. El próximo domingo se elegirá a 20 mil 868 personas para los distintos cargos de elección popular en juego. Pero también hay la opción de cambiar los colores, decidir si queremos que en San Lázaro siga al frente la dupla Morena-PT, que domina a los poderes Ejecutivo y Legislativo, o le pasamos la estafeta a los otros partidos, que tampoco venden piñas. Podrá usted decir que al caso es lo mismo, y así es, entre Guatemala y Guatepeor no hay mucho de dónde escoger, pero es una decisión en la que hay participar para demostrar que aún confiamos en las instituciones autónomas, que no queremos elecciones de Estado organizadas por la nueva oligarquía política mexicana. Acudir a votar, por quien cada quien decida, es, más que un voto al candidato, un voto de confianza al INE como árbitro electoral y garante del respeto a la determinación ciudadana. Tenemos árbitros electorales que no son baratos, pero se han venido mejorando para evitar los fraudes del pasado o que, escudados en que pertenecen al partido en el poder, personajes de la política quieran hacer lo que les plazca, como en Guerrero. Y es que los lopezobradoristas que pugnan por la desaparición del INE pareciera que quieren volver a las décadas pasadas, cuando todo lo controlaba el Estado y el partido en el poder. Claro, mientras fueron oposición les convenía que hubiera un árbitro electoral que les validara el triunfo, pero ahora que son gobierno sienten que ya no lo necesitan, y por eso están dispuestos a limpiarse el rabo con las instituciones que tanto han costado a este país. Como lo dije al principio: si esas afirmaciones vinieran de personas sin formación académica, de comunidades muy marginadas, de viejitos a los que les dicen que AMLO les manda el apoyo bimestral, vale, se entiende, pero que este tipo de intenciones vengan de gente con estudios universitarios, con maestría, con poder adquisitivo y acceso a cuanta información requieran, da miedo, porque por ese fanatismo es que se asientan los regímenes autoritarios. Y es que es hasta indignante ver que incluso personas que en 1988 anduvieron en campaña con el naciente PRD, cuando las elecciones las controlaba el Estado a través de la Segob, hoy quieran desaparecer el instituto que en gran medida ha sido el garante de que su presidente esté donde está ahora. De plano, o es mucha la ignorancia o es demasiada las desvergüenza. Pero todo va aparejado, porque ya ve que The Economist le dedicó su portada al presidente de México llamándolo “falso mesías”. Esa publicación valió no sólo el escarnio de los mexicanos lopezobradoristas, sino hasta una carta de la Secretaría de Relaciones Exteriores inconformándose con el semanario británico, en franca pelea firmada por el canciller Marcelo Ebrard. Lo que la carta de Ebrard dice es creíble sólo si se vive en el extranjero, sustraído de la realidad nacional de todos los días, si se vive en Chicago o alguna otra ciudad de Estados Unidos medio malinformándose sólo por memes de Facebook. El canciller reclama que el editor internacional del semanario, pese a que se le hizo recuento de los milagros de la 4T, no mostró sensibilidad. Como periodista le digo, estimado lector, quienes nos dedicamos a esto somos sensibles con la ciudadanía, con las tragedias diarias, con quienes no tienen voz; no tenemos por qué ser “sensibles” con políticos, y menos con los gobiernos. En otro punto de la misiva, Ebrard señala que el gobierno de México ha logrado, “en cuestión de meses, expandir a más del doble sus capacidades de atención hospitalaria y contar con un acceso oportuno y universal a la vacuna”. No tengo que explicar esto, todos sabemos a quiénes se ha vacunado y quiénes faltamos, y cómo ha sido el manejo de la pandemia. Además, el canciller menciona que, pese a que se ha pasado por momentos difíciles, el presidente tiene un alto margen de aprobación. Esos momentos difíciles no se especifican, pero pueden ser la pandemia y su mal manejo, la crisis económica derivada del coronavirus, la violencia encarnizada en muchos puntos del país, el alza en homicidios, la lucha de cárteles. Puede ser cualquier cosa. Lo medular es que, a pesar de todo ello, el presidente siga teniendo tan alto margen de aprobación, y no sé si eso es bueno o malo por lo que pueda significar. Quizá el enojo contra la frese “falso mesías” no fue por llamarle “mesías” al presidente, sino por llamarlo “falso”. Pero eso queda en la duda, ya algún teólogo del obradorismo lo explicará. En fin, yo no le diré que vote por un partido u otro o por tal o cual candidato, en realidad para su servidor ninguna fuerza política del país representa a la ciudadanía y un candidato no llegará a solucionar los problemas. Sólo le puedo decir que valore bien a los personajes y quienes los rodean antes de darle carro completo a un partido. Y aunque quien esto escribe es apartidista, lo invito a que no se quede en el abstencionismo, porque eso sólo daría más ventaja a personajes de todos los partidos que no queremos ver en el poder. Pero algo muy importante que le decía más arriba: demostremos la pertinencia y necesidad de los organismos autónomos, a menos que usted quiera sacar el Aquanet, las chamarras fosforescentes, los peinados altos, los discos de Flans y volver a la bonita década de los 80. Es cuánto.