Jaime Darío Oseguera Méndez Se llegó la hora de decidir. La elección es siempre un momento importante en la vida cívica, la relación política y la memoria histórica de una sociedad. Hobbes y Rousseau son los padres del contractualismo político y hay que citarlos siempre que necesitamos recordad que vivir en comunidad, en acuerdo, para beneficio de todos, es el mejor sistema de vida. Ambos clásicos del pensamiento político coinciden en que el hombre nace libre pero no puede vivir en guerra permanente, tiene que llegar acuerdos. Cito siempre con gran gusto al gran Rousseau “encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezcan tan libre como antes, tal es el problema fundamental cuya solución da el Contrato Social.” Si se violara este pacto, los individuos volverían a la libertad natural recuperando sus derechos primitivos. Aquí está la clave del concepto de voluntad general y de soberanía en el pensamiento del gran filósofo ginebrino: el individuo se enajena, se entrega con todos sus derechos a la comunidad entera, que encarna la voluntad general, por lo que “cada uno pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada miembro es considerado como parte indivisible del todo.” El soberano ya no es una persona, un rey o un dictador, sino el pueblo que tiene entonces el inalienable derecho de decidir su propio destino. Es la maravilla del pensamiento liberal que nos dejó la ilustración y la Revolución Francesa. El soberano es el pueblo, a través de la voluntad general pero el cemento de la sociedad como lo define el sociólogo Jon Elster, es el contrato que permite la existencia de las normas y su buen funcionamiento, de manera que todos estemos de acuerdo que es mejor vivir en comunidad cediendo mis derechos para recibirlos en forma de garantías, libertades, en lugar de vivir en el estado de guerra total de todos contra todos, como en las sociedades primitivas. Eso expresa el voto: nuestra decisión de vivir en colectividad eligiendo quien nos represente. La capacidad de decidir: el poder de la voluntad mayoritaria. Por eso el primer agravante de la abstención, es dejar de reconocer el poder de la voluntad soberana. No participar es renunciar a la calidad civilizada de nuestra comunidad. La abstención por la vía de la indiferencia, la flojera, la tiricia o desánimo, en el fondo es un atentado contra nuestro sentido de sociedad. Habrá quien se abstenga anulando su voto o expresándolo en la boleta, pero hacerlo por ausencia, es una actitud mediocre que atenta profundamente contra nosotros mismos; es abdicar a uno de los derechos más importantes. Hay países como Argentina, Bélgica, Egipto, Panamá, Ecuador y Perú que este fin de semana también tendrá elecciones, donde es obligatorio el voto para los ciudadanos de 18 hasta 70 años. En algunos hay sanciones pecuniarias o administrativas para quienes deciden no cumplir con su deber cívico. Nuestro contrato social finalmente permite la pluralidad de ideas. Se nutre de ellas. De manera que no existe cosa tal como la unanimidad o la verdad única. Esos son dogmas del totalitarismo. En las sociedades democráticas cada quien piensa diferente y se ve representado por una opción política. Por eso viene primero el proyecto y después la persona. Cada elector puede decidir de la mejor manera, pero lo ideal es que el voto fuera un razonamiento orientado por las ideas y los proyectos. Cada que hay proselitismo y campañas también nos jugamos nuestra aptitud de decidir y distinguir entre las fotos y las palabras. Entre quienes promueven su sonrisa o expresan sus ideas. En la elección se va a medir también la capacidad de las autoridades electorales para trabajar bajo presión. Para nadie es desconocida la gran batalla que se libra entre el gobierno federal y el INE. Descalificar al árbitro es siempre una opción para desconocer los resultados. No estamos en tiempos de que se prolongue mucho más la disputa electoral. Ojalá que el domingo, cualquiera que sea el resultado, pase ya a segundo plano el pleito partidista y nos pongamos a pensar en lo importante que es relanzar la economía para recuperar algunas de las capacidades de crecimiento económico. Nuestra pretendida madurez democrática, se ha medido en términos de la alternancia. Ahora que no es el PRI responsable de todos los males reales e imaginarios del país, sino que ha habido diferentes personajes y partidos en la conducción del país y los resultados electorales han ido de la derecha al centro y a la izquierda, es hora de reconocer que gastamos mucho en el sistema electoral. Es momento de reducir los gastos en las elecciones y subir el umbral para la existencia de partidos políticos y como consecuencia contar con menos partidos, pero más representativos de la realidad mexicana. También es la hora ya de decidir por la reducción inmediata de los diputados plurinominales. Hoy todos los partidos tienen acceso a los triunfos electorales. Debemos impedir que siga siendo el gran negocio de las dirigencias partidistas. En las democracias modernas de los estados contemporáneos, las mayorías nunca son eternas. Se construyen con diferentes visiones que complementan programas y establecen compromisos diversos. Quienes tienen la capacidad de alcanzar mayorías con los consensos, son los que gobiernan solventemente, independientemente de quien gane la elección. Así sucede en Inglaterra, España, Alemania donde los gobiernos son de coalición, es decir, integran ópticas, puntos de vista complementarios y a veces hasta ideologías diferentes para cumplir con una expectativa colectiva mucho más amplia. No basta entonces ganar la elección, hay que gobernar con pluralidad. Así son nuestras sociedades, heterogéneas. Es hora de decidir. Que sea para el bien de México.