Luis Sigfrido Gómez Campos La violencia ha aumentado en forma tal en nuestro país que, en algunas regiones, la población, sintiéndose francamente aterrada ha decidido emigrar o buscar en los rincones más recónditos de su vivienda para resguardarse del horror que priva en las calles en algunas ciudades del país. Ante esta situación, las autoridades (entre las cuales está el presidente de la república) temen que a esta escalada de violencia pueda dársele el calificativo de narcoterrorismo debido a la actitud intervencionista de “algunos países” cuando consideran que alguna organización criminal realiza “actos de terrorismo”. Luego entonces, cabría preguntarnos, ¿se trata de una cuestión puramente semántica de utilización de un concepto que escandaliza a los vecinos del norte y los vuelve peligrosos frente a nuestra, ya de por sí, debilitada soberanía? ¿Es posible que además del terror que nos infunden los grupos criminales debamos cargar con el miedo de sentirnos amenazados por la intervención de militares en nuestro territorio para que nos ayuden a resolver algo que somos incapaces de resolver? Un acto de terrorismo es una acción o sucesión de actos de violencia que se ejecutan para infundir terror; es decir, más que ir dirigida esa violencia hacia las personas a las que se les infiere un daño, va encaminada a provocar terror en la población y alarma en las autoridades encargadas de garantizar la paz social para presionarlas a tomar alguna determinación. En términos coloquiales del lenguaje criminal, a esos actos terroríficos los delincuentes les llaman simplemente: “calentar la plaza”. Con ese propósito llegaron a la población de Reynosa, en el estado de Tamaulipas, el sábado 19 de junio, varias camionetas con sicarios fuertemente armados matando a cuanto transeúnte inocente se cruzó por su camino. Así, al azar, sin deberla ni temerla, simplemente porque tuvieron la desgracia de encontrarse en el lugar equivocado, en el momento que los delincuentes entraron a Reynosa a “calentar la plaza”. Para quienes no estamos familiarizados con ese lenguaje nos resulta difícil entender cuál podría ser el propósito de un grupo criminal para “calentar una plaza”. Se me ocurre la siguiente hipótesis: en la disputa por dirigir las acciones delictivas entre dos grupos en una ciudad tan importante como Reynosa, Tamaulipas, donde el control sobre la trata de personas aporta cuantiosas ganancias al crimen organizado, el grupo menos poderoso, ante la impotencia de combatir frontalmente a sus enemigos, decide orientar sus acciones en contra de la población inocente de una manera salvaje con el objeto de causar terror en la población y provocar el combate de la Guardia Nacional y las diversas corporaciones policiacas, las cuales recibirán la instrucción de detener a los responsables y combatir a la delincuencia en general ya que se han rebasado los límites de violencia que la sociedad puede tolerar. La ganancia del grupo criminal menos fuerte, es que las acciones de las diversas corporaciones policiacas y militares mengüen el poderío del grupo predominante para, entonces, apropiarse de la plaza y adueñarse del lucrativo negocio del control sobre la trata de personas. Ese es quizá el propósito de “calentar una plaza”, no se me ocurre ninguna otra conjetura. En otros tiempos las acciones de la delincuencia se realizaban de manera discreta. Las organizaciones criminales trataban de pasar inadvertidas porque, de esa manera, los grandes capos se manejaban con un bajo perfil y no se ocupaban de ellos durante mucho tiempo. Pero hoy en día las estrategias criminales son cada vez más brutales, al grado de que no temen ejecutar escandalosas masacres a las que no se les puede aplicar otro calificativo que el de narcoterrorismo. El expresidente de los Estados Unidos de Norte América Donald Trump fue quien llegó a considerar la posibilidad de calificar algunas acciones de la delincuencia organizada en México como “actos de terrorismo” en un afán intervencionista de infundirnos miedo, ya que al otorgar esa calificación a un grupo criminal el Buró Federal de ese país, les concede, en su lógica intervencionista, la posibilidad de perseguir al grupo criminal hasta los últimos confines del mundo y más allá, así como a toda organización que les brinden algún respaldo. Pero Donald Trump estaba loco y no podemos seguir eternamente atemorizados bajo el peso de sus amenazas disparatadas. El resurgimiento de los autodefensas (o como se les quiera nombrar para desvincularlos de los grupos criminales) en Michoacán; el incremento de los enfrentamientos entre los diversos grupos criminales por el control de las plazas en los estados de la frontera norte de nuestro país; las balaceras y muertos en diversas regiones de los estados de Zacatecas, Jalisco, Guanajuato, Veracruz y Michoacán; así como el incremento de feminicidios y desaparecidos, son, creo, un claro ejemplo del fracaso de la lucha contra la delincuencia en nuestro país. Decir que, en los hechos, aunque se le quiera llamar de otro modo, no vivimos en un estado de guerra, o que algunos actos de la delincuencia organizada no son claras muestras de un narcoterrorismo pavoroso, es una falacia. Ya no debemos temer a decirle a las cosas por su nombre, ya se fue Trump. luissigfrido@hotmail.com