Notimex / La Voz de Michoacán Nueva York. El recinto PS1, dedicado al arte más vanguardista del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), inauguró esta semana la exposición del artista nahua Fernando Palma Rodríguez, una serie de esculturas robóticas que denuncian el rumbo mismo de la tecnología. “In Ixtli in Yollotl” (Nosotros el pueblo), la exposición revela la formación como ingeniero químico de Palma (Ciudad de México, 1957), cuyas piezas robotizadas sirven como punto de reflexión en torno a la explotación de la tierra, el medio ambiente y las culturas indígenas. En su piezas, todas ellas con títulos en náhuatl, el artista enfatiza el conocimiento ancestral indígena y su relevancia actual a la luz de la destrucción ambiental, la explotación cultural y el colonialismo económico. Para mí fue una grata sorpresa que me invitaran a mostrar mis piezas aquí porque en principio mi interés no es la investigación estética, sino más que nada denunciar los problemas de una región y una cultura que aspira a un tipo de vida distinto”, señaló Palma. Palma indicó que le interesa subrayar la enorme diferencia que existe entre la cultura náhualt y las tradiciones occidentales, que comienza desde la manera en que se entiende la relación de las personas con el medio ambiente. Oriundo de la delegación de Milpa Alta, a donde regresó hace cuatro años tras décadas de vivir en Inglaterra, Palma aseguró que los problemas hiper-locales de su comunidad sirven como modelo para exhibir la explotación que implican los modos de vida supuestamente modernos. Fundador de Calpulli Tecalco, un organismo dedicado a proteger el medio ambiente y a promover la cultura náhuatl, el artista afirmó que la sabiduría indígena puede servir como un puente entre modos de vida basados en el consumo de recursos y un futuro más armonioso con la tierra. En ese sentido, sus piezas, muchas de las cuales utilizan tierra suelta como material, evocan la posibilidad de que “robots indígenas”, sugeridos por esculturas mecanizadas ataviadas con máscaras de coyotes, sean capaces de incidir en la construcción de un futuro distinto al presente. Las piezas, además, irradian dolor y violencia, tanto por la destrucción de la naturaleza como por las imposiciones coloniales, así como una especie de esperanza al sugerir que un diálogo real entre tradiciones culturales hasta ahora opuestas puede ser posible. “Simplemente los nombres nahuas contienen en sí mismos una lección. Por ejemplo, la casa donde nació mi madre se llama Acopiltenco, que significa 'a la orilla del jagüey (estanque)'. Pero ahora ya no hay un jagüey, lo que revela la orografía, idiosincracia y las formas anteriores de entender al mundo”, dijo. Palma subrayó que defender la identidad nahua no es promover nacionalismos, sino una relación diferente con la tierra y el medio ambiente.