Etelberto Cruz Loeza La gente tiene problemas, pero no posee la solución a esos problemas. Hasta ahora se consideraba que en política la solución de los problemas de la gente había que reclamársela a los políticos. No obstante, el gobierno de los sondeos y la demagogia atribuye los problemas a los políticos y la solución, a la gente. Y en todo, la televisión los agrandaGiovanni Sartori Hay de virus a virus y en nuestro estamos siniestrados por dos de ellos. Aunque sea por distracción y diversión, estamos viviendo tiempo, escenarios y hechos Inéditos. Uno de ellos es el COVID-19, su distorsión con las ‘gateladas’, diversión, distracción y señuelo presidenciales en materia de salud con la gestión de la pandemia. Como nunca antes, en todo lo que va de la existencia de la pandemia COVID-19 en México, se ha politizado, frivolizado, tanto la política pública en materia de salud pública nacional, como en este periodo de la llamada 4t. Sin ir más allá, esta segunda, tercera o cuarta ola – no habíamos salido de la primera cuando nos informan y manipulan con la calificada por el doctor Muerte Hugo López Gatell -; en fin, esta vitalización de los contagios está llegando a más de 12 mil contagios diarios y, en base a los números del INEGI y de seguridad social ya se rebasaron los 395 mil decesos y el presidente de la República y autoridades nacionales de salud pública se muestran indiferentes, a pesar de que los hospitales de la ciudad de México están saturados al 100 por ciento y, en palabras de AMLO, se desea iniciar en agosto y nacionalmente, clases presenciales ¡porque no han crecido hospitalización ni demanda de camas. ¡Por favor! Y el virus del populismo, ahí, y aquí, con los inéditos actos delictivos y violentos que se están viviendo en el territorio nacional y la indiferencia, desdén, desprecio y/o temor, miedo del Estado=gobierno=autoridad, se unen estos dos virus en una persona; viene a mi memoria, como anillo al dedo, libro ‘La República explicada a mi hija’, de Regis Debray del que transcribo estas líneas: “No hay moral sin prohibiciones, no hay ley sin sanción, no hay paz sin fronteras. Es válido para los individuos y para los pueblos. Es deplorable, lo confieso. Pero la supresión de las prohibiciones, de las sanciones y de los Estados vuelve a los seres humanos aún más deplorables. Hay solo dos leyes. La ley del Estado y la ley de la jungla. La ley para todos o la ley de la calle, es decir cuando el grande se come al pequeño. Si todo el mundo ejerciera su derecho a manifestar sin previo aviso ni control, París quedaría destruida. Por esta razón, este derecho requiere una reglamentación democrática. Como ves, la libertad y el orden público no son contradictorios. Si tienes el derecho a manifestar, también tienes el deber de respetar su reglamentación. En la República no hay derechos sin sus correspondientes deberes, no hay libertades sin obligaciones. Tu libertad de conciencia, el hecho de no tener que rendir cuentas a nadie de tus pensamientos o de tus opiniones, te obliga a respetar las opiniones de los demás, tanto políticas como religiosas. Cada época tiene sus formas propias de abnegación. Lo que es muy cierto es que no hay república sin un mínimo de coraje, y esto es válido para cualquier sector de la sociedad. Por ejemplo, cuando los poderes públicos permiten que rebeldes armados y encapuchados den conferencia de prensa en las montañas, cuando se niegan a denunciar a los agricultores bretones que destruyen un tren de nuestros ferrocarriles o incendian una comisaría, cundo un directivo de escuela se niega a sancionar a un alumno que agredió gravemente a su profesor (para no acarrearse la enemistas de la familia o de la banda del barrio), la República está herida de muerte. “El incivismo del Estado es el peor de todos. Un Estado de derecho que ya no tiene el valor de perseguir a quienes violan sus leyes, “porque teme complicaciones”, abre el camino a la tiranía; y esto es tan cierto como que la paz a todo precio conduce a la guerra. La laxitud daña tanto a la libertad como el autoritarismo. En el primer caso, una policía todopoderosa se encuentra por encima de la sociedad; tiene todos los derechos y ningún deber. En el segundo caso, una policía impotente no puede o no se atreve a intervenir, porque toda represión es considerada ilegítima. Por exceso, pero también por falta de represión podemos volver a la ley de la jungla, de la cual forma parte, como caso particular, la “ley del silencio”, ya que resulta de la intimidación ejercida por los fuertes sobre los débiles”. Complemento las ideas con la objetiva y precisa visión sobre este asunto de la violencia e inseguridad que actual y socialmente vive el país, con palabras del ex Procurador General de la República, Ignacio Morales Lechuga: “La delincuencia organizada ha procurado una base social amplia y territorial que desprecia el Estado de Derecho. Mujeres y niños se suman a la defensa de narco delincuentes y narcotraficantes. Excesos inéditos que ponen en jaque la seguridad nacional. Mientras el Estado mexicano no logre una conciencia social que revierta esa tendencia, todo esfuerzo será inútil. Se debe inculcar el respeto por la ley, el Estado de Derecho, no así la defensa y la procuración del delito”. Contra estos virus existen ya, para el primero, la vacuna y, en los países democráticos, el voto en las urnas, como en Estados Unidos: al trumpismo lo expulsaron y está enfrentando los tribunales por abusar del poder, y de la ley.